CAPÍTULO 16
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xx/xx/xxxx
Se va acercando el
día. La visión cada vez es más clara. Sé cuándo será, que tengo que hacer y
como moriré. Me gustaría tanto conocer los pensamientos de mi ángel. Quisiera
tanto comprender sus acciones, intentar encontrar razones a sus absurdos
movimientos.
También me hubiera
gustado que tuviéramos más tiempo para estar solos, haber aprovechado todos los
minutos que ambos estuvimos juntos para saborear su cuerpo, devorar cada trozo
de piel.
Esta misma mañana,
después de la reunión con los seres oscuros… me di de cara por primera vez con
ese asqueroso ser. Su expresión de placer en las visiones golpeaba el interior
de mi cabeza como si de un martillo se tratara. ¡Cómo lamía la sangre que
emanaba mi ángel cada vez que lo tomaba contra su voluntad! ¡Cómo exigía que fuera
suyo con cada embestida!
No pude evitar
colocarme frente a él, mirarlo como si fuera una mosca a la cual aplastar, por
la Luna, si no estuviera el pacto de por medio..., si pudiera mandarlo todo a
la mierda y arrancarle el corazón de un solo mordisco…
Cuando volví a
casa y vi a mi ángel esperando silenciosamente en la cama, mi mente se nubló. Y
a diferencia de la mayoría de las otras veces, no fue a causa de una visión.
Solo podía sentir la dureza de mi erección golpeando con fuerza la cremallera
de mis pantalones.
Esos labios
sensuales apretados en un fino rictus que solo aumentaban mis ganas de
corromperlos.
Sabía que quedaba
poco, que no había vuelta atrás. Moriría, pero lo haría después de haber hecho
todo lo que quisiera con mi ángel.
Recuerdo como lo
eché en la cama y me monté sobre su pecho, aplastando mi verga contra su boca
hasta que lo obligué a tragarla. No me contuve, no tuve contemplaciones con él.
Agarré la cabecera y me follé su boca sin miramientos.
Me corrí en su
garganta sintiendo todavía el placer de mi ángel al saborear la sangre que caía
de mi erección a causa de sus afilados colmillos.
Y esa fue la única
vez que le permití tenerla.
* * * *
Los
dedos de Neo se agarrotaron alrededor de la sábana que cubría a uno más de los
tantos muertos de su manada. Era el último cadáver que había recogido del
patio, arrastrándolo hasta el salón donde estaban los demás. Todavía no podía
soltar la sábana con la que le había cubierto el rostro. Tragando saliva con
dificultad, alzó la vista y observó la extensa área, el salón que era lo único
que quedaba intacto en toda la Propiedad, albergaba a los fallecidos tanto como
a los heridos, los miembros que aún podían moverse se encargan de sus cuidados.
¡Por
la Luna, como le dolía el pecho!
Había
tantas sábanas en el suelo cubriendo a todos los cadáveres, que entendía los
reproches de su gente por haber pactado con aquel Alfa. ¿Pero qué otra cosa
podía hacer? ¡No podía permitir que muriera más gente! ¿Por qué no lo
entendían? ¿Por qué lo miraban como si él mismo los hubiera matado con sus
propias manos?
A
pesar de su orgullo, las lágrimas seguían bajando por sus mejillas sin darles
mayor importancia. Daba igual lo que pensaran de él en ese momento, estaba
destrozado, tanto mental como físicamente. No podía dar un paso más y su cabeza
no quería seguir pensando en lo ocurrido. Tenía que encontrar un receso,
pararse a pensar y tranquilizarse, aclarar sus ideas, encontrar la forma de
reconstruir todo ese desastre. Ahora mismo, no tenían ni casas donde llevar a
los heridos, ni techo para resguardar a los niños, solo aquel salón atiborrado
de cadáveres, y él no podía hacer nada para remediarlo.
Con
pasos pesados, arrastró sus piernas hasta llegar a la esquina donde se reunían
sus amigos. Dayira se mantenía sentada en una silla con un Ángel bien recto a
su lado, sentía curiosidad por saber qué diablos pasaba ahí, pero no tenía
ganas para enfrascarse en una conversación, en empezar una nueva riña. No… solo
quería llegar junto a Raven y acostarse a su lado, eso era todo.
Su
vampiro estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y observando a la
pareja frente a él, en sus ojos un brillo de preocupación. Neo sabía que Dayira
estaba bien, le habían vuelto a colocar el brazo en su sitio y la herida no
tenía la mayor importancia. Ángel estaba bañado en sangre, no había trozo de
piel que no tuviera un tono carmesí, lo único que se había permitido lavarse
era la cara, donde alrededor de la nariz, boca y orejas, seguía habiendo
rastros secos, pues no quería gastar el poco agua que había para los enfermos. A
Neo le daba igual, solo quería llegar hasta Raven, que ahora si lo miraba,
sonriéndole suavemente mediante se iba acercando. Extendió sus brazos y con un
silencioso asentimiento le dio la bienvenida a su regazo. El lobo estaba
agradecido por ello.
Se
arrodillo a su lado y le dio un ligero beso en la boca, para después recostarse
en el suelo y apoyar la cabeza en sus piernas. Lo observó durante unos
segundos, respondiendo a la cálida sonrisa y cerró los ojos. Los dedos de Raven
no tardaron en acudir a su cabello, pasándolos lentamente entre sus hebras,
acariciándolo. Era tranquilizador, agradable. Ay Luna, como lo necesitaba.
El
vampiro se removió un poco, acomodándose mejor para seguir acariciando ese
cabello rubio que tanto le gustaba. Después terminar de recoger todos los
cadáveres, Neo había acudido a su lado, como un bálsamo para sus heridas. Ahí
sentados juntos, estaban todos sus amigos, y cuando el trabajo estuvo hecho, él
sintió la necesidad de unirse, de acercarse a la calidez de su familia. Había
hecho bien. Raven tenía miedo de que Neo se cerrara, de que la culpabilidad
fuera tan grande para saber sobrellevarla. Pero era el Alfa y tanto en la
decisión que tomó para acabar con la batalla como en la ayuda prestada a su
manada, se había comportado como un auténtico líder.
Aunque
ahora, su atención se centraba en otras dos personas más allá. Ángel había
salvado a Dayira sin razón, no más que la que pudiera tener para salvar a otro
cualquiera. Aun cubierto de sangre, tal vez porque lavársela significaría
alejarse de la joven, se mantenía muy recto a su lado, a veces hasta dejando
caer una mano en su hombro. Le resultaba estúpido pero casi le parecía que
tuviera reclamando alguna clase de propiedad sobre la chica, aunque puede que
eso ya fueran demasiadas conclusiones de su parte.
De
todas formas, había otra cosa que le urgía más preguntar que la relación que
mantenían esos dos, si es que lo hacían.
—Dayira…
—Raven pronunció el nombre con duda, pues la chica, con solo una sábana
cubriéndole el cuerpo, parecía demasiado sumida en sí misma, hasta dudó que
fuera a reaccionar a su nombre, pero después de unos segundos, alzó la cabeza y
lo miró—, sobre hace unos momentos, cuando hablaste con el Alfa del Oeste,
¿cómo lo hiciste? Tenía entendido que solo los Alfas de distintas manadas
podían comunicarse.
La
forma en la que lo miró la chica, evidenció que ella no se había percatado de
ese detalle. Agachó la cabeza y movió los ojos nerviosa, sin entender, no
parecía segura ni de qué decir. Apretó la sábana que cubría sus piernas hasta
cerrar ambos puños, y lo que terminó por perturbarla más fue la mirada de reojo
de Neo, que aun sin moverse, no perdía detalle de la conversación.
—Fue
por el hijo que espera en su vientre —dijo sin más Ángel, con una voz
inexpresiva, como si lo dicho fuera una evidencia—. El feto es medio vampiro,
pudiendo adoptar cualidades de él, por lo menos durante el tiempo que dure el
embarazo.
Raven
frenó las caricias al cabello de Neo y alzó la vista incrédulo, mirando a su
hermano como si le hubiera crecido otra cabeza, ¿Qué diablos estaba diciendo
ese loco? ¿Un hijo medio vampiro de quién? Neo por su parte, se levantó de un
salto, quedando sentado de medio lado y con el cuerpo contraído, no había
músculo que no estuviera en tensión. Su cara se había ensombrecido y su mirada
brillaba con tonos ámbar. El vampiro podía escuchar la respiración pesada de su
marido, aunque estaba quieto, su cuerpo gritaba por golpear y destruir, por
desahogar una furia que no estaba muy seguro pudiera contener. Si Neo perdía el
control, Raven no sabía si podría detenerlo.
—¿Eso
es verdad, Dayira? —pronunció Neo roncamente.
La
chica desvió la mirada y con la cabeza agachada asintió. Se sentía tan pequeña,
tan reducida en esa silla, como si quisiera hundirse en ella hasta desaparecer.
Estaba cubierta de vergüenza y temor, y a la vez de una gran culpabilidad. Neo
no podía explicarse todos esos sentimientos, pero lo que menos entendía es el
por qué ella no le había confiado algo así. ¡Hasta se había expuesto para
salvarlos! Ese Alfa podía haberla matado, a ella y a su hijo de un solo
zarpazo, entonces… ¿por qué?
Qué
tontería… si ese niño había sido resultado de una violación, puede que no lo
quisiera, tal vez lo viera como un estorbo, de todas formas, moriría antes de
dar a luz, y su hijo con ella. No… aunque naciera, el niño portaría la
enfermedad, falleciendo poco después que ella, así que daba igual.
Neo
se puso de pie y apretó los puños, conteniendo su furia, mordiéndose el labio
para no gritar de desesperación, de ira. ¿Hasta dónde iba a llegar la
humillación por la que tendría que pasar su amiga? ¿Hasta cuándo iba a permitir
esa asquerosa Luna que siguiera sufriendo?
Se
giró como un resorte hacía Izan, que se mantenía callado allí de pie, apoyado
en la pared y solo observando la escena. Su expresión no había cambiado, así
que para él aquella revelación no había sido ninguna sorpresa. Eso solo lo
enfureció más. ¿Cuántas malditas cosas más sabría ese bastardo de su Beta que
no le había contado? ¡No podía permitírselo más! Siempre había tenido completa
confianza en su Beta a pesar de sus reservas, pero cada vez, con cada decepción
más, estaba viendo que aquello no tenía fin. Como si Izan manejara a la manada
a su conveniencia desde las sombras y él se lo había permitido durante años.
Ojalá su conclusión fuera errónea, ojalá todo lo hiciera con razón, buscando un
bien mayor. Tenía que convencerse a sí mismo que Izan nunca lo traicionaría, no
podía soportar en aquel momento pensar otra cosa.
Sintió
la urgencia de marcharse, de irse de allí, de alejarse de Dayira, de los
cadáveres y heridos que los rodeaban, tenía que alejarse donde no hubiera
nadie, donde pensar. Por todos los demonios, tenía que salir de allí.
—¿Tú
como lo has sabido? —la pregunta que Raven le dirigió a su hermano, captó la
atención de Neo, haciendo que ahora todas las miradas se centrara en el otro
vampiro.
—Por
qué, por un instante, sentí dos corazones diferentes latiendo dentro de ella —sus
ojos se entrecerraron mientras observaba el cogote de la chica—. Ella está
embarazada de varios meses.
¡Meses!
Por supuesto, si fue durante su huida, como mínimo estaba de cuatro meses, los
embarazos de las lobas duraban seis, ese niño podría nacer. Pero… ahora que lo
pensaba, ese no era el problema real ahí… que demonios… ¡había algo importante
que no cuadraba!
—¡Un
momento! —gruñó bruscamente Neo, colocándose frente a Dayira para que esta no
pudiera rehusar su mirada—. No puedes quedar embarazada si no tienes un compañero.
No puede ser que alguno de los que abusaron de ti fuera tu compañero, no puedo
creerlo. ¡No quiero ni pensarlo!
Eso
no era lo peor, para poder sellar la unión, debía de haber abusado de ella más
de una vez. Y las lobas casi nunca quedaban embarazadas en su primera noche de
matrimonio. Eso lo convertía en una violación masiva, en muchas veces… en… por
la Luna… no quería ni imaginarlo.
Raven
por su parte estaba demasiado confundido. ¿Alguno de los niñatos que él había
golpeado durante su coronación, era el padre de ese niño? ¿Era el compañero de
Dayira y ella lo sabía? Aun así… había acudido a aquel lugar, había dado la
cara por él, por ambas razas, había aguantado tal vergüenza después de la
vejación a la que fue sometida, solo por el bienestar general. No podía creerlo,
no podía… Sintió las gotas de sangre acumulándose en sus ojos, reteniéndolas
para no exponerse a llorar. Pero se sentía tan mal, tan egoísta, un desalmado
casi peor que aquellos tipejos con los que se había topado su amiga.
Sintió
un golpe seco a su lado, Neo se había dejado caer de culo al suelo, pero lo que
más le sorprendió es la mano que detrás de su espalda, buscaba la suya,
agarrándola mientras compartía sus temblores. Raven apretó la mano que le
ofrecía, intentando darle un consuelo que de poco le servía a su marido en
aquellos momentos y que por desgracia, era lo único que podía ofrecerle.
Dayira
se permitió llorar por fin, después de todos esos meses guardando tanto dolor,
dejó que las lágrimas bañaran sus lampiñas mejillas, dejándolas que se
mesclaran con el flequillo que mantenía justo frente a los ojos. Seguía con la
cabeza gacha y los nudillos de sus manos ya se había vuelto blanco de tanta
presión. Su coraza ya no pudo más y finalmente cayó en pedazos.
—Siento
mucho todo esto, Neo. Siento tanta vergüenza de mí misma, de saber cuánto dolor
iba a causarte esto, no podía decírtelo. Simplemente no podía —ahora sus manos
agarraron la sabana alrededor de su vientre, apretándola hasta que se escuchó la
tela de crujir—. Solo quiero que sepas una cosa, mi compañero es un vampiro y
este hijo le pertenece. Pero él no pertenece a aquellos que me forzaron. No
sientas lástima por mí en ese concepto, porque protegeré al padre de este hijo
lo que me reste de vida.
La
información volaba entre Neo y Raven como un rayo, no sabían que pensar, que
creer, que opinar. Dayira protegía a un vampiro con todas sus fuerzas, a uno
que habría conocido en algún momento de su vida, a su compañero, al padre de su
hijo y de lo que más seguro estaban ambos, es que ella callaría. Aun si la
torturaban, ella no diría nada que no quisiera. Puede que muriera y nunca
supieran quién era el vampiro que había tenido la fortuna de tener como
compañera a tan espléndida persona.
—Dayira
—susurró Raven, intentando hablar con delicadeza—, no quiero que suene como si
te estuviéramos pidiendo explicaciones pero… tienes que decirnos quien es,
cuando tu faltes, ese niño… ese hijo necesitará a su padre…
La
chica sonrió tristemente, sus ojos brillaban afligidos, ahogados en una pena
que los desbordaban. Alzó la cara y observó a Raven, haciéndolo sentirse
pequeño, insignificante ante la grandeza de aquella joven. A pesar de por todo
lo que había pasado, ese pequeño cuerpo todavía tenía fuerza para luchar contra
este último percance en su vida. Y quitando el dolor en esos ojos esmeralda, se
podía saborear una confianza, una seguridad que no podía más que dejarlo
sorprendido.
—A
riesgo de que este hijo no sepa quién es su padre, yo debo proteger a mi
familia, callaré y guardaré ese secreto hasta el día que la Luna llame por mí.
De todas formas, Raven… gracias por todo. Por lo que hiciste antes en la
Mansión, por habernos ayudado en esta última pelea y porque sé que tú y Neo
cuidaran de este bebé por mí.
¿Cuidar
de ese niño? ¿Ellos? Raven lo meditó y llegó a una conclusión rápidamente, pues
su amiga no se equivocaba, nunca podrían abandonar al hijo de una de las
personas que más querían y admiraban. Si por él fuera, ese niño cuando naciera,
después de que su madre exhalara su último aliento, pasaría a ser un miembro de
su familia, directamente se convertiría en su propio hijo.
—Neo…
El
lobo apretó su mano para que callara, para que no siguiera. Raven se volvió para
verificar el temblor que provenía del cuerpo de su marido. Neo tenía la cara
contraída, sus ojos cerrados con fuerza y el rictus tenso de sus labios solo
aireaba una vez más el sufrimiento que guardaba en su corazón. Su nuez ascendía
como loca por su garganta, casi previniendo un sollozo.
El
vampiro jadeó, sintiendo la necesidad de alzar la mano y acariciar esa morena
cara, deslizar los dedos por su mejilla y besarla. Consolarle era su único
deseo, acompañarlo en su agonía y lograr como fuera que se olvidara un poco de
todo lo ocurrido, era en lo único que pensaba. No soportaba ver tal sufrimiento
en su Alfa, casi podía sentir como su corazón se contraía de dolor.
De
repente, rompiendo el silencio, como un rayo clavándose en sus corazones, el
alarido de agonía de alguien conocido retumbó por todo el lugar. Neo tembló, su
cuerpo se convulsionó y luchando en contra de las pocas fuerzas que le
quedaban, forzó sus piernas a levantarse, a buscar desde arriba al propietario
de tal dolor.
La
mano de Raven se resbaló despacio de la suyas, su cuerpo se aflojó y calló de
rodillas al suelo cuando observó a lo lejos a Eric. Solo su espalda se mantenía
erguida, pues agachado en el suelo, su cuerpo se contraía sobre otro más
pequeño. Sus manos llenas de sangre y vísceras chorreaban hasta la cara de su
esposa, que con los ojos aun abiertos por el terror, se mantenía fría e inerte
en el suelo. Su corazón hacía un par de horas que había dejado de latir.
Neo
se echó la mano al corazón, dejando cinco grandes surcos sobre su estrella cuando
sus dedos se estrujaron alrededor de la zona. Aisha, la pequeña humana que
ellos habían adoptado como una más de la manada, la querida esposa de Eric,
había muerto… había muerto y él no hizo nada para remediarlo.
Eric,
su pobre Eric… por la Luna… ¿Qué había hecho? ¡¿Qué demonios había hecho su
familia para merecer eso?!
El
Alfa sintió como un cuerpo lo cubría, como unos brazos tapaban su cara y la
ocultaba de aquella escena, evitando que la imagen de su amigo siguiera
presentándose ante él. Sabía que Raven quería ayudarlo, consolarlo, y le
agradecía por eso. Sujetó ambos brazos que cruzaban por su pecho y quedó allí,
agachado, llorando, pues… por mucho que le tapara la visión, la escena ya
estaba clavaba en su retina, impresa en su mente, grabada en su memoria como
uno de esos recuerdos que jamás puedes olvidar.
El
olor de Eric se movió, así que Neo apartó un poco a Raven para ver a su amigo.
Se había levantado y ahora los observaba a ellos, el lobo se fue acercando
sorteando a los demás cadáveres y heridos que había a su paso. Neo siguió con
la cabeza gacha aun cuando tuvo frente a sí los pies de su amigo. No se veía
capaz de hacerle frente, de encararlo o defenderse, de darle un pésame mal
sentido cuando la culpabilidad le estaba deshaciendo el alma. Solo podía
quedarse allí, quieto y recibir los gritos, los golpes, cualquier cosa que
consiguiera aparcar un poco la pena de Eric.
Sin
embargo, esos pies se movieron, rodeándolo para seguir hacia delante, Neo
después de unos segundos se giró un poco aturdido, buscando la razón de aquel
proceder. Se encontró con dos hombres que se encaraban sin escrúpulos,
mirándose como si sopesaran a un enemigo.
Eric
había caminado hasta colocarse frente a un Izan que lo observaba sin
preocupaciones, como si fuera un esfuerzo el solo estar ahí de pie, apoyado en
la pared, esperando que el otro hombre hablara. Eric se agarró a su capa
blanca, agitando el cuerpo contrario y obligándolo a mirarle a los ojos. La
furia refulgía por todo su cuerpo, el dolor en su expresión transformado en
rabia provocó un titubeo en esa siempre tranquila actitud del Beta.
—¿Cuándo
tuviste esa visión… cuando se supone que vistes al vampiro en peligro… sabías
que mi Aisha iba a morir? ¿Lo viste y no me lo dijiste? ¡Respóndeme, maldita
sea! ¡Izan!
Todos
aguantaron la respiración por un segundo, el grito desgarrador, el sentimiento
de traición que derrochaba su expresión, todo provocó un dolor profundo en los
demás. Neo intentó intervenir, levantarse, hablar, pero su cuerpo no se movió,
su boca no pronunció palabra alguna. Por alguna razón, se sentía paralizado,
como un extraño ante la escena, como si por algún motivo, no debiera meterse
entre ellos dos.
Izan
desvió la mirada, tenso. Con cuidado, mientras tragaba saliva e intentaba
retirarse, consiguió desencajar los dedos rígidos de Eric de la tela de su
túnica, poniendo un poco de distancia entre ellos. Tuvo que sacudir la mano
para quitarse los regueros de sangre que le había caído del cuerpo de Eric, la
sangre de Aisha. Pensó en darse la vuelta e irse pero por la insistencia en los
ojos de su amigo, supo que este no se movería del lugar hasta que él no
hablara, dijese lo que dijese.
—Lo
sabía —confirmó, mirando fijamente a Eric, sin arrepentimiento en su voz—.
Sabía que si interferíamos y Ángel no moría, Aisha lo haría. Puede que hubiera
una posibilidad de salvarla, pero por los acontecimientos que vendrán, decidí
que era mejor no volver a interferir.
Eric
se sentía turbado, desconcertado, se echó hacia atrás como si no pudiera
creerse lo que estaba oyendo, sus ojos desencajados por la aberración que
escuchaba.
—Estas…
estás diciendo… —musitó, con la voz temblorosa—, que decidiste que mi mujer
debía morir… por la razón que fuese… por el bien mayor que causara… que dejaste
morir a Aisha, sin preocuparte de nada, ni de mis sentimientos… ni de…
Eric
sentía como sus piernas perdían fuerza, como su hasta ahora fuerte voluntad se
iba desvaneciendo, como momentos antes lo había hecho la vida de su esposa.
—¿Qué
lo decidiste? —el rugido de Neo retumbó en toda la sala, haciendo que los lobos
se encogieron atemorizados ante él—. Maldita hijo de puta, ¿quién demonios eres
tú para tomar esa decisión? ¡Debiste contármelo! ¡Yo soy el que debo decidir
algo así!
Neo
avanzó como un huracán entre ellos, colocándose al lado de Eric. No le miró,
pero dejó que su brazo rozara con el suyo, como si de alguna manera, ese fuera
el único consuelo que podría proporcionarle en ese momento.
—No
puedo informar de todo lo que veo en mis visiones —acotó Izan, incrédulo por el
ataque al que estaba siendo sometido—. Solo se debe cambiar lo imprescindible
para el bienestar de la manada, no puedo provocar un caos con mis conocimientos
y que el futuro se vaya al garete. ¿Tan fácil creéis que es, saber cuándo
morirán tus amigos? ¿Conocer secretos dolorosos para tus seres queridos que no
puedes decir? ¿Decidir quién debe vivir o morir? ¡Yo no quiero este poder!
¡Pero esa maldita Luna me eligió como el Beta de esta manada, convirtió su
bienestar en mi razón de vivir y la maldigo cada día por ello!
Neo
estaba impactado, nunca había visto a Izan reaccionar de ese modo, había
desesperación en su voz, dolor, un grandísimo dolor que había estado guardando
para sí durante muchísimos años. Lo entendía, sabía lo atroz que era tomar una
decisión sobre la vida de alguien más. Él lo hacía a menudo, y a veces, se
perdían vidas innecesariamente. Pero de alguna forma, la traición, la
desconfianza, eso no se alejaba de su mente. Aun así Izan debía haberle
consultado a él. No había la necesidad de que le informara de cada pequeño
detalle que viera en sus visiones, pero maldita sea… ¡estaba hablando sobre la
vida de la esposa de un amigo!
Eric
se volvió a abalanzar sobre Izan, agarrándolo de la capa y tirándolo al suelo.
Cuando estuvo sobre él, con las rodillas pegadas a sus costados, con el culo
presionando su pecho para inmovilizarlo, lo golpeó repetidamente, hasta que no
vio como el Beta comenzaba a sangrar por la boca, no paró. A pesar de ello, los
ojos de Eric cada vez se veían más oscuros, más apagados, como si hacer aquello
en vez de aliviarle, le provocara un dolor aún mayor.
—Hijo…
de puta… —masculló, con el llanto rompiéndole en la garganta—, ni aunque el
infierno se congele, te perdonaré. Ni aunque la Luna baje a castigarme, saldrá
de mi boca una muestra de compresión o perdón. Para mí no eres nadie, desde
ahora, no te reconozco como miembro de esta manada.
Deslizándose
sobre el cuerpo del Beta, Eric se levantó y sin mirar a nadie, corrió todo lo
lejos que pudo para transformarse en lobo y desaparecer de allí. Izan todavía
seguía en el suelo, cuando sus ojos se volvieron negros y se sumía en una
especie de sueño intrascendente. Neo se acercó a él, colocándole una mano en el
frente para poder observarlo mejor, como si así, de alguna manera, fuera a saber
qué demonios estaba viendo.
La
sonrisa amarga que se iba formando en la cara del Beta le causó un gran
estupor, así que se retiró un poco esperando a que la visión finalizara. Cuando
Izan se levantó, sentándose en el suelo, no podía dejar de reír estúpidamente,
con amargura, con ironía. Su cuerpo se giró hacia el Alfa y su sonrisa se
alargó aún más.
—Supongo
que tengo lo que me merezco —se echó algunos cabellos sueltos hacia atrás, que
con todo el ajetreo habían escapado de su coleta—. Debo mantenerme firme,
intentar tomar decisiones crueles sin que me afecten, pisotear el sufrimiento
de las personas para mantener viva a esta manada, y a cambio, debo pagar con el
mayor dolor que un lobo deba soportar… el desprecio de su compañero —se levantó
despacio, sacudiéndose las ropas—. De todas formas, no esperaba nada más.
Neo
quedó en el suelo, arrodillado, viendo como otro de sus amigos se alejaba de
él, como se retiraba para estar a solas, para llorar su dolor sin que nadie lo
viera. Por todos los Dioses… ¿Qué demonios pasaba allí? ¿De qué compañero
hablaba?
¿Pero
por qué, si era el Alfa, nadie le confiaba sus problemas? ¿Por qué, a pesar de
que era su deber velar por ellos, ninguno se entregaba enteramente a él?
Primero Raven, después Dayira, ahora Izan Y Eric… pobre Eric…
Neo
se levantó dando tumbos, casi como si su cuerpo no pudiera librarse de una
inexistente embriaguez. No quiso insistir por respuestas, se negaba a suplicar
por una información que como Alfa ya deberían de haberle dado. Se trataba de su
gente, su familia, y sin embargo se negaban a ponerle al corriente de lo que
ocurría. Tanto Dayira como Raven, le ocultaban secretos, como si de algún modo
temieran su reacción, ¿por qué?
Maldita
sea, no era una persona temperamental, nunca haría nada que pudiera dañar a su
manada, siempre se había mantenido fiel a sus creencias, y sobre todo, los
había protegido con toda el alma. ¿Entonces por qué? ¿Por qué se dudaba de él?
Se sentía tan miserable, tan traicionado. Sabía que tenía que esperar, darles
tiempo y distancia para que se decidieran a compartir sus preocupaciones… pero
por mucho que aguardaba en silencio… nada cambiaba, ¡nada!
Observó
de reojo a Raven, como si con aquella mirada pudiera transmitirle todas sus
preocupaciones y dudas, pero cuando vio como el vampiro se levantaba para ir
hacia él, alzó la mano para detenerlo, dándole la espalda para dirigirse al
único sitio a parte del salón que todavía seguía en pie. Tenía que ir solo,
tenía que pensar, que tranquilizarse… porque era demasiada la angustia, la
pena, pero sobre… el miedo por lo que todavía tenía que pasar.
* * * *
Raven
se levantó despacio, acercándose lentamente a Dayira. La chica analizaba las
heridas de la esposa de Eric, cosiendo las cortes e intentando arreglar el
cuerpo lo mejor que sabía. No quería que cuando volviera su amigo, Aisha
siguiera en ese estado y era el único consuelo que podía ofrecerle en esos momentos.
Aunque se mantenía callada, con la cara casi inexpresiva, se apreciaba el
sufrimiento que aquel acto le conllevaba. Mantenía los ojos apretados y aun a
pesar de su experiencia en medicina, las manos no dejaban de temblarle,
evidenciando su estado emocional.
Y
es que Raven lo entendía, él mismo compartía parte de ese dolor, a pesar del
poco tiempo que llevaba formando parte de esa manada, había integrantes que ya
consideraba de su propia familia. El golpe había sido duro, muy duro. Se agachó
al lado de Dayira y le apoyó una mano en el hombro, intentando formar algo
parecido a una sonrisa compresiva cuando la chica se volvió hacia él.
—Sé
que es una pregunta estúpida, pero… ¿estás bien?
Dayira
asintió, dando el último punto y comenzando a limpiar el cuerpo con una toalla
húmeda. Había restos de sangre que no querían irse, así que la loba, con
frustración, apretó más la tela contra aquella piel, tenía que dejarla lo mejor
posible. Después de unos segundos, el trapo se cayó de su mano y ella irremediablemente
comenzó a sollozar.
Sus
manos fueron hacia la cara de Aisha, una de las pocas partes de su cuerpo que
había quedado intacta. La acarició delicadamente, cerrándole los ojos para que
el impacto visual fuera más leve, el problema estaba en su expresión de terror,
con la que ella poco podría hacer.
—No
quiero ni imaginar el dolor tan grande que ha tenido que sentir Eric, si yo
misma siento que se me va a rasgar el corazón —le colocó mejor el cabello,
intentando desenmarañárselo y que de alguna forma le tapara un poco la cara—.
Esta guerra entre manadas tiene que parar, tenemos que matar a ese Alfa ante de
que acabe con todos nosotros —escupió, levantándose de golpe y mirando hacia la
propiedad, como si estuviera evidenciando el porqué de sus palabras.
Raven
no pudo más que sorprenderse, no eran palabras habituales en la loba. La
verdad, es que nunca pensó que escucharía un comentario tan belicoso de su
parte. Una persona como ella, que siempre estaba intentando ayudar a los demás,
que su sentimiento protector y humanitario era demasiado grande para que una
persona lo albergara, tenía que haber llegado a un cierto límite para hablar
así. Y él lo entendía.
—No
será fácil —Raven se echó el cabello hacia atrás, hastiado de aquella situación—.
Si pudiera, lo mataría con mis propias manos. Si eso le daba tranquilidad a la
manada, si con ello conseguía que Neo dejara de sufrir, que todos vosotros
estuvierais seguros, iría y lo mataría —escupió mientras su semblante se iba
poniendo más y más sombrío—. El problema es que no es una sola persona, Dayira.
Es un Alfa y tiene toda una manada detrás. Una manada que colocará en primera
línea para que lo defiendan, unos lobos que tienen mujer e hijos como nosotros.
Neo nunca permitirá que haya una matanza, y creo que ese maldito Alfa del Norte
lo sabe.
Después
de pensarlo un poco Dayira asintió.
—Neo
nunca permitiría que fuéramos a su hogar y comenzáramos una guerra solo para
matar a ese Alfa —y de eso estaba completamente de acuerdo con Raven—. Sin
embargo, hay que encontrar una forma de acabar con él, separarlo de su manada,
engañarlo con cualquier cosa que llame su atención. Hay que buscar una razón lo
suficientemente importante para conseguir que Neo de la orden de atacar al Alfa
del Norte.
Raven
no estaba muy seguro de que pensar. Neo siempre había sido muy benevolente con
todos sus enemigos. Con los vampiros, con la manada del Oeste, siempre
intentando desviar el problema y la amenaza de una guerra. Pero ésta ya había
sido declarada y no podía seguir viviendo en una relativa paz a costa de las
vidas de los miembros de su propia manada. Pues si seguía así, aquel asunto
podía llegar a convertirse en una auténtica revolución, la manada del Este ya
estaba harta de tantos sacrificios.
Raven
tenía que proteger a Neo a como diera lugar.
—Ahora
no sé de qué forma lo haremos, pero tenemos que hablar con Izan más tarde y
encontrar una solución a todo esto.
Dayira
lo miró de reojo, sorprendida.
—¿Estarías
dispuesto a seguir las órdenes del Beta? ¿Puedes confiar en él después de todo
lo que ha… no, lo que no ha hecho? —se mordió los labios, a la vez que sus
mejillas se encendía cada vez más—. ¡No puedo creer que dejara morir a Aisha!
Dayira
llevaba razón, la muerte de la humana había sido un duro golpe para todos, pero
casi podía comprender a Izan. No debía ser fácil manejar toda la información de
la disponía de forma que beneficiara a personas en particular. Estaba claro que
tenía que buscar un bien mayor, a pesar de que hubiera pequeños sacrificios.
Por el carácter que compartían tanto Dayira como Neo, Raven entendía que no era
un término que ellos fueran a aceptar con facilidad. Pero sin embargo él… casi
lo veía como pura lógica, es más… los más contradictorio es que no sentía ira
hacia Izan, ni resentimiento, lo único que le trasmitía el Beta era lastima.
¿Pero
como le explicaba eso a Neo? Sencillamente era imposible. Su Alfa había visto la
actitud de su Beta como una sublevación, una forma de arrebatarle poder, sin
embargo, algo le decía que muy en el fondo, Neo sentía pena por Izan. No había utilizado
el influjo del Alfa en él, ese hubiera sido un momento óptimo para ello,
demostrándole así a los supervivientes de su manada que él seguía siendo el que
mandaba y tenía la última palabra. Pero por algún motivo, no fue así. El Alfa
había estado casi en todo momento en un estado de sopor, puede que las
circunstancias le hubieran sobrepasado como para arremeter sobre sus amigos,
porque en otro momento no hubiera dudado en hacerlo.
—Es
verdad que no le tengo confianza a Izan, pero siempre ha mirado por todos
vosotros, él cree que todos sus movimientos están justificados a favor de una
bien mayor y puede que dentro de los estándares generalizados, esté en lo
correcto. Pero por el contrario, yo opino que siempre hay que quemar hasta la
última oportunidad antes de tener que inclinarse por esa opción. Él sabía que
había alguna oportunidad de salvar a Aisha pero no lo compartió, y eso es en lo
único en lo que no estoy de acuerdo con su actitud.
Dayira
alzó la mirada hacia Raven, clavándole los ojos esmeraldas. Era evidente que
ella no pensaba igual, o tal vez, como también creía que le ocurriría a Neo,
sabían que no había más salidas pero se negaban a aceptarlo. Pero eso era
engañarse, claro está.
—Aunque
no comparto tu opinión, supongo que el único que puede ayudarnos es Izan —se
mojó los labios como si solo pronunciar esas palabras ya le secaran la boca—.
Puede también que me lo haya tomado de forma personal. Me sentí traicionada por
Izan cuando le contó de mi huida a Neo, cuando le dijo lo que sucedió y todo el
embrollo que se formó después. Puede que Izan hubiera aprendido de ello, que a
veces, es mejor callar a empeorar una situación. Seguramente, sabe más de mí de
lo que me gustaría pensar.
Y
era muy humilde de su parte el aceptar eso, creyó Raven. Por eso le gustaba
tanto Dayira, por ese carácter modesto y sincero que la convertía en una de las
personas más integras que hubiera conocido.
—¿Temes
que Izan sepa de quién es el hijo que esperas y nos lo diga? —preguntó
cautelosamente Raven, pero intentando hablarle a la loba con la misma confianza
que ella le había brindado.
La
chica pareció sobresaltarse ante la pregunta, pero rápidamente desvió la mira y
la posó en la puerta de la propiedad, como si mirar a lo lejos la distanciara
del problema real.
—Estoy
segura de que ya lo sabe. Conoce todo lo referente a ti y Ángel, quién es el
padre de mi hijo y por algún motivo, también sospecho que espera que nazca —se
colocó el cabello detrás de la oreja y sonrió tristemente—. Las lobas
infectadas que se quedan embarazadas o mueren antes de dar a luz o lo consiguen
y el bebé muere a los pocos meses de nacer. Pero si ese fuera el futuro que me
espera, Izan me lo hubiera dicho. Hubiera evitado que este niño sufriera de tal
forma. Porque a pesar de todo, no creo que abogue por el sufrimiento
injustificado de un recién nacido. No… yo creo que el espera algo de este niño.
Que al ser medio vampiro quizás sobreviva —las palabras salían esperanzadas de
su boca, casi pronunciadas con ilusión. Dayira se colocó el dorso de la mano en
la frente y suspiró—. O tal vez, sea solo lo que yo quiero creer. Supongo que
me estoy consolando a mí misma de alguna manera.
Raven
avanzó hasta ella, rodeándole con un brazo los hombros para atraerla hasta su
pecho, donde la mantuvo cobijada y segura, intentando contagiarle algo de
seguridad.
—Yo
no puedo ver el futuro como Izan, pero te puedo asegurar que los vampiros somos
seres fuertes, que no morimos tan fácilmente, y ahí tienes a mi hermano para
hacerte una idea —Raven calló al sentir como Dayira soltaba algo parecido a un
sollozo tras mencionar a su hermano, sintiéndose mal, la apretó aun con más
fuerza, colocando la barbilla sobre la cabeza de la chica—. Tu hijo será medio
licántropo medio vampiro, ese niño vivirá. Las esperanzas de todos nosotros
están puestas en ello. No lo olvides —pronunció con seguridad, separó a la
chica y miró directamente a esos hermosos ojos aguados—. Me gustaría que esto
transcurriera de otra forma, pero… lo único que te puedo prometer es que Neo y
yo cuidaremos de ese niño. Que lo protegeremos y que nunca permitiremos que
sienta el más mínimo pesar. Lo juro por mi orgullo como vampiro.
Dayira
por primera vez en mucho tiempo, sonrió con ternura. Levantó la mano y acarició
la cara masculina frente a ella, dejando un rastro cálido que enterneció a
Raven.
—Gracias,
este niño, si logra vivir, será uno de los seres más queridos en el mundo. Lo
sé y te lo agradezco —dijo dulcemente, bajando su mano para agarrar amistosamente
la de Raven, llevándosela a la frente en un gesto cariñoso—. Por favor, apoya a
Neo cuando yo no esté, protégelo de la manada, pero sobre todo de sí mismo.
Puede que no sea una persona temperamental o cruel con los demás, pero es algo
autodestructivo. Por mucha fortaleza que parezca tener, en realidad, tiene un
alma cálida y frágil, que ya está dañada por muchos sucesos de su infancia, por
lo que está ocurriendo ahora, por favor, no dejes que se siga haciendo más
daño.
Raven
asintió apretando con delicadeza la mano contraria.
—Lo
sé. Sé que nuestro Alfa es más frágil de lo que aparenta, a causa de ese
sentido de la justicia que tiene, de esa perseverancia por hacer que todo sea lo
más racional posible y menos dañino para todos. Es fuerte, Dayira, y aunque
prometo que lo protegeré con toda mi alma, estoy seguro de que él buscará ayuda
si lo necesita, que él mantendrá a raya a todos sus demonios por el bien de la
manada. Neo es así.
Dayira
asintió, de acuerdo con sus palabras, pues no había una definición de su amigo
más fiel que esa. Ella había dudado al inicio de la relación entre Neo y Raven,
pero se alegraba de haber apoyado al Alfa en su decisión, pues veía que podía
crearse un bonito vínculo entre ambas razas. Que dos miembros de distinta naturaleza
podían llegar a amarse de un modo tan profundo y especial. Porque todas las
relaciones anteriores no hubieran funcionado, no regía el que esta no fuera a
hacerlo. Y deseaba con todo el corazón que así fuera.
—Quédate
siempre a su lado de todas maneras, que no pierda nunca tu apoyo y eso será
suficiente para él —musitó dulcemente, la loba.
—Eso
haré.
Dayira
soltó la mano de Raven y le volvió a sonreír, se sentía más tranquila después
de hablar con el vampiro, de mantener una conversación tan esperanzadora con
él, una conversación que tanto había querido tener y que nadie se había
atrevido a sacar a la luz. Ella necesitaba hablar de un después de… de que
pasaría cuando ella no estuviera. Quería estar segura de que ese niño quedaba
en buenas manos, que todos sus seres queridos estarían a salvo, de que Neo nunca
estuviera solo de nuevo. Esa era una de las cosas que más le preocupaban.
Después
de un rato en silencio, ambos se separaron, observó a Raven de buscar por la
estancia, no sabía a quién y estaba segura de que no se trataba de Neo, pero
sea lo que fuere, el muchacho parecía un tanto nervioso. Lo dejó tranquilo,
pues al igual que ella en ese mismo momento, él también necesitaba intimidad.
Todos allí, en ese salón, rodeados de cadáveres y heridos necesitaban algo de
soledad para llorarle a sus seres queridos, tranquilidad para enfriar sus emociones
y poder sobrellevar el mal trago por el que estaban pasando.
Dayira
caminó despacio por el albero del patio, retirando algunos escombros a su paso
para despejar algo el camino. Había sangre en la tierra y en las paredes,
tendrían que limpiarla antes de nada, para que los cachorros de la manada no la
vieran. Se sintió mal por cada perdida, por cada familia destruida, por las
decenas de niños huérfanos que se iban acumulando en la manada. Pero lo que más
le dolía es que el suyo sería uno de estos. Puede que Neo y Raven lo adoptaran,
que lo quisieran y lo cuidaran, por supuesto que eso la dejaba mucho más
tranquila y sobre todo agradecida, pero a ese niño le faltaría el amor de su
madre, el de su padre, y eso le dolía. Quería tener aunque fuera la oportunidad
de besarlo antes de morir, de poder cogerlo en brazos y susurrarle palabras
tranquilizadores mientras le acunaba. Se conformaba con unos míseros minutos.
Solo quería verle la carita, para que aunque muriera, su alma nunca olvidara
ese rostro.
—Dayira…
La
loba se giró a su izquierda cuando llegó a las puertas medio derruidas de la
Propiedad. Allí en uno de sus muros, estaba apoyado Ángel, observándola con una
expresión tranquila, serena, casi rayando la dulzura. Tragó saliva e intentando
permanecer tranquila, se colocó a su lado, apoyando también su cuerpo en la
fría piedra.
—¿Qué
haces aquí fuera? —preguntó Dayira con voz entrecortada.
Solo
portaba una sábana y la piel expuesta a aquella temperatura la hacía
estremecerse de frío. Todos en la manada estaban con las mismas fachas, pues
tras la transformación la ropa había quedado hecha añicos y todavía no se había
permitido el acceso a las viviendas hasta que no se verificara su seguridad.
Aunque tampoco esperaba que hubiera quedado mucha ropa en buen estado.
Dayira
observó cómo Ángel se iba desabrochando la camisa, pasándosela por los brazos y
sacándosela en un ágil movimiento para tras ello, colocársela en los hombros,
tapándola con elegancia. Avergonzada por un acto tan caballeroso, se agarró
ambas partes de la camisa para apretarlas contra el pecho y calentarse un poco.
—Gracias.
Ángel
solo asintió, para seguir mirando hacia delante, como si estuviera meditando
algo. Cuando la chica pensó que no le iba a contestar, el vampiro cambio el
peso de un pie a otro y sin mirarla dijo:
—¿Llegaron
a abusar de ti antes de que yo llegara? —la pregunta había sido pronunciada en
un tono bajo, ronco, casi como un ruego por estar equivocado.
¿Así
que ello le preocupaba? Dayira se sentía un poquito feliz tras saberlo. Nunca
creyó que Ángel se hubiera parado a pensar en ella, que una vez que se había
marchado, el vampiro había vuelto a su vida normal sin reparar de nuevo en su
existencia. Pero veía que no, que por algún motivo que Ángel aun no entendía,
la había tenido presente, por mínimamente que fuera, había pensado en ella y
eso la hacía feliz.
—Estuvieron
a punto de lograrlo, pero no lo culminaron, no lo hicieron gracias a ti, así
que nunca podré estarte más gradecida. Tú me salvaste y de verdad, de verdad te
lo agradezco.
A
pesar de esclarecer su duda, el vampiro no parecía más aliviado, pues seguía caviloso,
buscando la manera de formular su próxima pregunta. Apoyó un pie en la pared, cruzándose
de brazos, había algo en su mirada carmesí que la preocupaba. ¿Qué era aquello
que tanto le preocupaba al vampiro? Porque estaba segura de que él no se había
dado cuenta de nada, aunque eso a ella le partiera el corazón.
—¿Somos
Raven y yo los únicos vampiros con los que te has relacionado?
¿Era
aquello una pregunta trampa? Dayira tragó saliva y se giró con premura,
intentando pensar en algo que responder sin que el vampiro viera tantas dudas
en su cara. Suponía que tendría que ir diciendo la verdad, o apegarse a ella lo
máximo posible. ¿De qué le serviría mentir? Una cosa era ocultar alguna verdad,
pero mentir no estaba en su naturaleza. El engaño solo traía problemas.
—Sí,
solo he entablado algún tipo de relación con vosotros.
Ángel
parecía aún más sorprendido por ello. Sin más preámbulo, se separó de la pared
y se giró para encararla. Dayira le correspondió a su mirada con unas segura y
tranquila, apremiándole a que preguntara todo lo que quisiera, pues ella no iba
a contarle más de lo que él quisiera o debiera saber, pero nunca mentiría si el
vampiro descubría la verdad.
—Si
esos vampiros no pudieron culminar sus intenciones, si Raven ya está emparejado
con el Alfa, solo puedes estar embarazada de un lobo. No sé quién de estos será
tu compañero, pero lo que no entiendo es porque a ese feto le late el corazón
de una manera más parecida a la de un vampiro que a la de un licántropo.
Dayira
asintió, dándole la razón.
—Porque
su padre es un vampiro, evidentemente.
—¿Quién?
—escupió sin entender, estaba confundido, casi temeroso, como si no quisiera
pensar en ninguna posibilidad. Tras esperar una respuesta que no llegaba por
parte de Dayira, que solo lo miraba con dulzura, sin intenciones de añadir
nada, el estupor que sentía creció aún más. Ángel se echó hacia atrás, como si
necesitara poner distancia entre ellos—. No lo entiendo, ese niño no puede ser
mío. Yo no sentí nada cuando estuvimos juntos, solo tengo una estrella en mi
cuerpo, una que no sentí volver a arder como la primera vez. Te estas equivocando, tienes que pensar en
otra posibilidad. Es completamente imposible.
Sus
palabras eran tan dolorosas… Dayira contrajo su rostro en una mueca de dolor,
su pequeño cuerpo se estremeció, intentando contener toda la desesperación,
todo el pesar y sufrimiento con el que había estado cargando los últimos meses.
Sabía que esto ocurriría, que terminaría así. Ángel nunca había notado nada
extraño cuando estuvo con ella, pero sin embargo, para Dayira había sido un
renacer, otra realidad expuesta sobre la vida de soledad y amargura que el
hecho de no ser la compañera de Neo le había causado. Siempre había amado a su
amigo por sobre toda las cosas, y aunque no negaba que lo quería, la primera
noche que estuvo con Ángel la forma en la que veía la vida cambió. A lo que
ella había dado una importancia extrema, ahora carecía de valor, dándose cuenta
de las cosas que en realidad tenían prioridad, lo que significaba de verdad
vivir.
En
ningún momento había pensado contarle la verdad a Ángel, siempre supo el
sufrimiento por el que tuvo que pasar en su existencia como vampiro, en su amor
no correspondido con su primer compañero. Sabía el profundo dolor que le había
causado el rechazo del padre de Neo, ella no quería volver a atarlo a otro licántropo.
Si hubiera alguna esperanza de que Ángel volviera a amar, ella lo hubiera
intentando pero… iba a morir, se iría y no podría quedarse a su lado. Dudaba
que Ángel volviera a querer a alguien alguna vez como lo había hecho con Dante,
pero aunque lograra esa proeza, ¿de qué le serviría? El pobre vampiro solo
sufriría el doble cuando ella muriera, y eso es algo que no podía permitirse,
ni perdonarse, no podía hacer que Ángel sufriera más de lo que ya lo había
hecho.
Pero
tal vez, la idea de saber que tenía un hijo, que su vida había servido por lo
menos para crear a otra, le reconfortara de manera existencial, que le
provocara un mínimo consuelo. No sabía si iba a hacer lo correcto pero ya había
tomado la decisión, esperaba no tener que arrepentirse por ello.
Dayira
carraspeó la garganta y se agarró un poco la sábana, subiéndola despacio por
sus piernas.
—Como
ya sabes, lo machos muerden a sus parejas, dejándoles una estrella en aquel
lugar si son sus compañeros. En mi caso, al estar emparejada con un vampiro, no
había manera de que pudieras dejarme una marca —la explicación se cortó con un
jadeo, Dayira todavía no estaba segura del todo de lo que iba a hacer, así que
su mano quedó paralizada a medio camino, mostrando sus piernas hasta las
rodillas.
—Entonces…
—Ángel se mojó los labios, acercándose un poco más a la loba—, si no tienes una
estrella, ¿por qué sospechas que estas empareja con un vampiro? ¿Conmigo?
La
mano de Dayira volvió a ascender, intentando mantenerse firme en su decisión.
—La
primera vez que estuvimos juntos, sentí algo extraño, como algo encenderse
dentro de mi cuerpo, pero no pude saber en aquel momento que era, porque en
poco tiempo, volvimos a yacer juntos, y estuvimos así durante muchos días —tomó
aire profundamente y le mostró su ingle, donde una hermosa e intrincada
estrella negra, se mostrada esplendorosa sobre su piel lechosa—. Cuando me
quise dar cuenta, tenía la misma estrella negra situada en el mismo lugar que
la tuya. Te puedo asegurar que no hay más explicación posible.
Los
ojos de Ángel se dirigieron a aquella zona, observó los retales de la tela enmarcar
una de las hermosas piernas de la joven y aunque no fuera el momento, sus ojos
tardaron en subir por ellas, en centrarse en lo que realmente estaba buscando.
Justo al lado de algunos suaves rizos, estaba la oscura estrella, en el mismo
lugar, con la misma forma, casi era irracional poner en duda que si las
colocabas juntas encajarían.
—¿Pero
cómo? ¿Cuándo? Yo no sentí nada, no me di cuenta…
Dayira
lo entendía, o más bien lo quería comprender. Intentando una y otra repetirse
como un salmo que aquellas palabras no se introducían en su corazón como miles
de agujas envenenadas. Ella era más fuerte que todo eso, tenía que serlo.
—Dentro
de los compañeros, los que no son licántropos, no pueden sentir el influjo de
la Luna, esa posesión, ese amor que nos hace cegarnos, depender, enloquecer por
nuestra pareja. No llegaste a sentir el picor en tu estrella porque está ya
estaba dibujada en tu cuerpo por una relación con un licántropo anterior. Tú no
notaste nada cuando te emparejaste conmigo, pero yo sí —sus ojos, en contra de
su voluntad, se cristalizaron por las lágrimas contenidas—. Yo sí.
Ángel
se pasó una mano por la cara, como si con ello fuera a olvidar todo lo que
acababa de escuchar. Había habido trozos de aquel puzzle rondando su cabeza,
pero nunca se atrevía a unirlos, no quería saber tal verdad. Tener una
compañera, una loba, no entraba dentro de sus deseos, no le interesaba volver a
experimentar un amor así. Y no lo haría. Pero la razón más importante por la
que no quería tomar conciencia de lo sucedido era por otra cuestión más
distinta. Había cometido muchos errores, muchos errores por lo que sentirse
avergonzado, pero el delito que había cometido con esa pequeña chica, es lo que
lo condenaría eternamente a una vida de sufrimiento, por lo que no merecía ni
siquiera una muerte piadosa. Tendría que penar hasta el final de sus días.
El
vampiro cayó al suelo, cogiendo sorpresivamente las manos de Dayira y tapándose
la cara con ellas. La chica dio un salto hacia atrás por la sorpresa, pero él
no le soltó las manos, estiraba de ellas como si la vida le fuera en ello. La
tensión de su cuerpo, el temblor que lo cubría, todo le indicaba a Dayira que
el sufrimiento del vampiro iba más allá del hecho de tener un nuevo compañero.
—Si
ese hijo es mío, si no has estado con otro vampiro que no sea yo. No tengo
razones ni para pedir tu perdón. Si pudiera quitarme esta pena eterna que me
prodigó la maldita enfermedad que padezco, te entregaría todos los días de esa
vida que me quedaran. Pero no puedo…
Así
que era eso. Lo que al vampiro le dolía es haberla infectado, haberla condenado
a muerte. Dayira no supo por qué, pero eso la tranquilizó, la llenó de calidez,
esa pureza en el corazón de su compañero era suficiente para ella.
La
loba se agachó también, quedándose de rodillas en el suelo y abrazando al
vampiro. Lo estrechó fuerte contra ella, entrelazando sus dedos en aquel sedoso
pelo negro, apretando su cara contra su cuello, oliendo esa esencia almizclada
que tampoco había extrañado.
—No
tienes nada de lo que disculparte. Voy a morirme, lo sé. Pero me has dado algo
que siempre quise, me has entregado la unión, el lazo que siempre anhelé. La
Luna te eligió para que fueras mi compañero, y yo le estoy agradecida por ello.
Me permitió experimentar lo que es estar entre los brazos de mi pareja, el
sentir su calidez, su pasión, pude compartir contigo un tiempo, que aunque
reducido, significó mucho para mí —se alejó del vampiro para poder mirarlo a la
cara, para que con su expresión de ternura y el brillo en su ojos, pudiera
saborear la sinceridad con la que le hablaba—. Pero el regalo más grande que me
diste es este niño que llevo en mi vientre, el cual nacerá, será querido,
crecerá con amor y un día protegerá todas estas uniones que hoy estamos
forjando —Dayira alzó la mano para acariciar su cara, deslizando los dedos por
su mejilla, dejando que su tacto calentara su fría piel—. Nunca me arrepentiré
por estar contigo, ni por el destino que ello conlleva. Nunca.
Ángel
no podía creer que tanto amor cupiera en un cuerpo tan pequeño. Que tanta
ternura y compresión pudieran desprenderse de una misma persona. Sin poder
evitarlo, estrechó a la loba entre sus brazos, hundiendo la nariz en su pelo,
arropándola con brazos protectores y apretándola en su regazo como si la vida
le fuera en ello. No sabía cómo iba a hacer frente a sus responsabilidades, el haberle
puesto a su compañera una fecha límite a su vida, pero de lo que sí estaba
seguro es que la protegería. Daba igual el tiempo que le restara, él la
cuidaría con todas sus fuerzas, no dejaría que padeciera, ni en el último
momento de su vida. Y ese niño, a su hijo, lo mantendría a salvo, estaría toda
su vida eterna protegiéndolo en las sombras, juraba por todo los seres
existentes que nunca saldría herido mientras él pudiera evitarlo.
—Yo
estaré aquí para ti hasta el último momento, protegeré a ese niño de todo lo
que pudiera herirle. Pero eso es todo lo que te puedo ofrecer. No se si será
suficiente, si compensa por el daño que te he causado, a ti y a todos tus seres
queridos, pero es lo único que este lamentable vampiro puede ofrecerte.
—Y
yo no esperaba nada más.
Dayira
se levantó, poniendo una amplia distancia entre Ángel y ella. Lo necesitaba en
ese momento para aclararse las ideas. Ella no buscaba nada más. Sabía que él
nunca la amaría como a Dante, y a pesar de ello, no se sentía desgraciada. No
quería nada de él más que lo que él pudiera ofrecerle. Se sentiría plena solo
con eso. Era todo lo que necesitaba hasta que el momento final llegara.
No
se volvieron a hablar, Ángel alzó la mano como en un torpe intento de retenerla
cuando ella pareció girarse para irse, sin embargo, quedó allí quieto, la
hermosa loba lo había retenido con una sonrisa, sonrisa dibujada con la
expresión más triste que había visto en su vida. Así que se mantuvo quieto,
observándola de marchar, de alejarse de él con el suave vaivén de sus caderas,
con esos pasos pequeños pero firmes que le otorgaban una confianza y
personalidad que muchos quisieran. Era una mujer magnífica.
Una
mujer que se merecía mucho más de lo que él nunca hubiera podido entregarle.
¿Por
qué la Luna lo había vuelto a elegir para ser el compañero de otro lobo? ¿Por
qué de una hembra sabiendo que la mataría? Esa maldita diosa de los licántropos
lo tenía que odiar, de eso estaba seguro. Pero a lo que más odiaba era a sí
mismo. Se sentía tan hipócrita, tan derrotado y traidor. Tantas veces como
había maldecido a Dante por no amarlo, por ni siquiera intentar hacerlo y
ahora, dentro de su ser, aunque lo odiara con todas sus fuerzas, podía llegar a
entenderlo. Nunca podría amar a Dayira como una vez amó a Dante. Daba igual si
eran compañeros o no, nunca lo lograría, era un trabajo en vano.
Sabía
que no había mujer más íntegra que ella. Era buena, cariñosa, lista y sincera,
la mujer perfecta, por la que cualquier hombre perdería la cabeza. Su hermosura
podría eclipsar la de la misma Luna, y sin embargo, aunque la deseara, aunque
la quisiera, nunca podría amarla como a Dante, como a él nunca, a nadie. Cuando
fuera a morir, su último aliento sería para pronunciar su nombre, su último
pensamiento sería para recordar su cara, y justo antes de perecer haría bombear
su corazón, rememorando como era su latir cuando estaba a su lado.
Como
lo amaba, aun ahora…
* * * *
Neo
bostezó, estirazando los brazos y crujiéndose el cuello. Había estado un par de
horas durmiendo en aquel incómodo sillón, pero la biblioteca, lugar al que
hacía meses que no bajaba, era una de las pocas estancias que habían quedado
intactas tras la batalla. Volvió a bostezar y echó la cabeza sobre la mesa,
intentando relajarse. Aquel descanso le había venido bien, ahora estaba más
tranquilo, más sereno para poder pensar.
Después
de darle vueltas a la cabeza durante un rato, se sintió mejor al verificar que
sus acciones habían sido las correctas. Aquella batalla nunca debió suceder, el
Alfa del Oeste no era una mala persona, solo había protegido a su manada la
cual creía amenazada por vampiros. Suponía que estando en su lugar, hubiera
actuado de forma similar. No podía dar rienda suelta a la venganza, eso solo
traería más muerte, más matanza tras ella, y así un no parar hasta que ambas
manadas quedaran casi extintas. No podía permitir que algo así pasara, y
suponía que el Alfa del Oeste tampoco.
Lo
que no sabía es que hacer con el asunto de Dayira, no podía quedarse de brazos
cruzados sin saber quién era el padre de ese niño, no podía permitir que aquel
bastardo pudiera ir y reclamarlo cuando su amiga ya no estuviera, pues ese bebé
estaría bajo su protección conforme diera su primer aliento. Sería su hijo con
todas las de la ley y sabía que Raven también estaría de acuerdo con ello.
Eso
le llevaba a otro asunto, Raven. Ese pequeño vampiro suyo que sabía mucho más
de lo que aparentaba. Cuando lo había acogido bajo su protección, era solo un
chiquillo que no sabía más de la vida que vivir enclaustrado en una mansión. No
conocía de sentimientos, relaciones, lazos, era como un lienzo en blanco que el
intentó pintar con los más bellos colores, y creía haberlo conseguido. Pues su
nene se había convertido en un magnífico hombre, uno que podría eclipsarlo
hasta a él. Se sentía muy orgullo de ese logro.
Pero
por ello, también, el sentimiento de que pudiera estar traicionándolo lo
llenaba de ira. ¿Qué era eso que le ocultaba? ¿Por qué desde que había llegado
su hermano todo se había ido al garete? Por mucho que lo pensara, todo, todo lo
que se había torcido, tenía relación de alguna manera con aquel otro vampiro.
¿Qué le ocultaban? ¿Qué sabía Izan que no quería compartir? ¡Había elegido la
vida de Ángel por encima de la de Aisha! El Beta no hacía las cosas porque sí,
tenía que haber una razón importante para ello. ¿Pero cuál?
—¿Qué
haces aquí? —la voz ronca de Izan cruzó la habitación hasta él. El tono
receloso le provocó ganas de reír.
El
Alfa bostezó y descansó la cabeza sobre los brazos que mantenía extendidos
sobre la mesa. Tirando algunos libros al suelo cuando se estirazó.
—Soy
el Alfa y voy donde me da la gana. No sabía que tenía que pedirte permiso para
bajar a la biblioteca, Beta —cuando Izan no cambió la expresión, casi sintió
ganas de hacer algún puchero—. ¿Qué haces tú aquí? —escupió, aunque realmente
no es que le importara.
Ahora
sí que percibió un ligero titubeo por parte del otro lobo, que buscaba algo con
los ojos. Después de uno segundos, en el cual su semblante pareció relajarse,
se colocó bien la capa y dijo:
—Solo
vengo a buscar un poco de información sobre algunos temas que me conciernen —dicho
esto, se agachó para coger un libro como quién no quiere la cosa y lo mantuvo
pegado a su capa—. Te pediría que me dejaras durante unas horas la biblioteca.
Necesito tranquilidad para pensar.
Neo
soltó una risita irónica mientras se levantaba lentamente.
—Claro,
para pensar sobre el futuro de mi manada. ¿Qué mierda crees que estás haciendo?
—gruñó, dando un fuerte puñetazo sobre la mesa—. ¿Te crees más fuerte que
nadie? Es verdad, que me molesta que no me hagas partícipe de tus visiones, que
me excluyas de decisiones que son de mi competencia, pero lo que más me jode,
demonios, es que creas que eres lo suficientemente fuerte para cargar con una
obligación así —y estaba siendo sincero con ello, maldita sea.
Izan
no supo cómo tomarse aquello, ¿se suponía que el Alfa estaba preocupado por él?
Después de todo lo que le había ocultado, del dolor que debería haberle causado
muchas de sus dediciones, ¿aún se preocupaba por él? Se sintió raro al pensar
así, nunca antes un Alfa se había preocupado de su Beta, los protegían para
mantener viva su habilidad, pero como personas, siempre eran excluidos,
mantenidos al margen del resto de la manada. Izan se había acostumbrado a vivir
así, no tenía rencores hacia nadie, pues aquel era un deber que le había sido asignado
y tenía que vivir con ello.
Pero
Neo, de alguna manera… era diferente. Le provocaba tanto desconcierto que a
veces no sabía cómo actuar con referencia a él.
Izan
carraspeó la garganta.
—Yo
solo cumplo con mi deber.
¿Cumplir
su deber? Eso era algo que le sonaba muy de cerca a Neo, y también conocía la
fatiga existencial que ello conllevaba. Que tonto su Beta, que tonto… iba a
cometer el mismo error que él.
—Lo
sé —musitó más relajado Neo, al escucharlo Izan entrecerró los ojos, cauteloso—.
Cuando eres elegido por la Luna, cuando te es entregado un deber que conlleva
el velar por centenares de vidas, uno no puede pararse a pensar en uno mismo.
Ese deber se convierte en el único motivo de tu existencia. Yo lo entiendo
mejor que nadie. Pero Izan… —el aludido alzó la mirada hacia él, quedando ambos
cara a cara—, ante todo está uno mismo. Y sé que soy egoísta al decir esto,
pero… siempre hay que tomar decisiones que no solo ayuden a la manada, que
busquen el mal menor, no… también hay que pensar en uno mismo, en nuestros
sentimientos. Porque Izan, también estamos vivos, sentimos y sufrimos, nosotros
también merecemos que se nos tenga en cuenta —dio otro puñetazo a la mesa, pues
más que intentar hacer que Izan lo comprendiera, pareciera que intentara
convencerse a sí mismo—. Nosotros también tenemos derecho a buscar nuestra
propia felicidad, yo también quiero ser feliz.
La
cara de Izan se cubrió con una triste expresión, casi melancólica. Sus ojos
entrecerrados y el movimiento de su cabeza, acompañados de esa amarga sonrisa,
fue una contestación para Neo.
—Nosotros
no tenemos tiempo para buscar esa felicidad que tanto exiges. Yo tengo que
decidir sobre la vida de los demás, sobre las guerras de esta manada. En esas visiones
veo el próximo sufrimiento de nuestra gente, sus momentos de agonía, cuando
mueren, sin poder remediarlo. ¿Crees que alguien puede buscar felicidad cuando
está viendo a su amigo sufrir por la pérdida de su compañera? ¿Cuándo esa
perdida ha sido efectuada a causa de mi decisión? ¿Crees que mi conciencia
puede resistir eso? —soltó una risita irónica antes de decir—: ¿Cuando la Luna
elige a ese mismo lobo para ser mi compañero? Yo no he nacido para ser feliz,
Alfa.
Neo
no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. No podía entender por qué la
Luna había hecho algo así. El dolor que Izan mantenía en su corazón era
demasiado para que una persona lo albergara. Apretó los puños y se mordió el
labio, odiaba el sentimiento de impotencia que ahora mismo le oprimía el
corazón. Tenía que haber algo que él pudiera hacer. Era el Alfa, su obligación
era mantener a su manada en paz, tanto física como mentalmente.
—Tienes
que compartir esas visiones conmigo, Izan. Desde ahora tú te encargarás solo de
transmitírmelas, y yo tomaré cualquier decisión que haya que tomar. Así tú, de
alguna forma, tendrás un poco más de tranquilidad. Es una orden.
Y
lo decía con toda la seriedad del mundo, si tomar él toda la responsabilidad
aliviaba un poco el peso que cargada su Beta, él lo haría, aunque aquello solo
le causara un dolor mayor. Soportaría eso y mucho más siempre que su manada
estuviera tranquila y segura, que viviera en paz.
De
nuevo, Izan se atrevió a contradecirle con una negación. Neo empezaba a ponerse
nervioso ante la actitud negativa del otro lobo. No quería tener que obligarle
a obedecerle, usar el influjo del Alfa sobre una persona que estaba sufriendo
tanto, pero lo estaba forzarlo a considerarlo.
—Si
alguno de los dos debe sufrir, soy yo. He cometido muchas faltas, he hecho
mucho daño, he errados más veces de la que debiera, soy una persona sucia,
impura, que ya no tiene solución. Mi compañero nunca me aceptará y yo lo
comprendo, de alguna forma, tampoco quiero unirme a él. Hacer que sufra cada
vez que yo lo haga, pues el amor es así. Sin embargo, si sigo actuando como
ahora, tu podrás mantenerte un poco más limpio, más puro, podrás preservar esa
felicidad que ahora mantienes con Raven. Te aprecia, y tú a él. Tenéis una
unión tan fuerte que ni los duros momentos que quedan por venir, lograran
separarlos. Lo sé, lo he visto, así que… si tengo que preocuparme porque alguno
de los dos sea feliz, haré todo lo posible para que tú puedas serlo. Yo ya no
tengo salvación. Que por lo menos uno de los dos sea feliz, ese es mi deseo.
Neo
estaba totalmente confundido, Izan le ocultaba sus visiones porque quería
intentar que él no tuviera que preocuparse, que tomar esas decisiones donde miembros
de su manada debían morir. Quería que su conciencia quedara limpia, que no
sufriera, que pudiera vivir con tranquilidad al lado de Raven. Le estaba
agradecido por ello, por intentar salvaguardar su alma de tanto dolor, aunque
no pudiera mantenerla intacta. Su bondad siempre la tendría en cuenta. Pero…
¿Dónde dejaba aquello a Izan? ¿Quién le daría a él un poco de felicidad?
—Yo
no te he pedido que hagas eso por mí. Esta manada es mi responsabilidad, tú
eres mi responsabilidad —cuando la mirada fija de Izan no titubeo, Neo soltó un
largo suspiro de derrota—. ¿Es tu última palabra?
—Por
supuesto. Yo no hablo en vano.
Y
Neo lo sabía, su Beta era conciso y al grano, no solía desperdiciar palabras,
ni dar rodeos, puede que hoy fuera el día que más lo había escuchado hablar
desde que se conocieron. Solo le quedaba aceptarlo, darle espacio a Izan para
que pudiera maniobrar como él viera conveniente, y a la vez apoyarlo desde las
sombras, intentando darle aunque fuera un mínimo de consuelo.
—Gracias
—fue lo único que dijo Neo, colocándose bien un pantalón que había recogido
tirado en algún lado y saliendo de detrás de la mesa. Izan observaba cada
movimiento que hacía, como si de alguna forma tuviera premura en que se fuera e
iba a darle el gusto. O eso fue cuando sus ojos se centraron en unas pequeñas
letras que casi borradas, pudo ver en la portada del libro que Izan había
guardado pegado a su túnica durante toda la conversación. Acercándose
lentamente extendió su mano y dijo—: Esa caligrafía… Dame eso.
Izan
titubeó, dando un ligero paso hacia atrás. Aunque su expresión no había
variado, su cuerpo desprendía un cierto olor que a Neo le indicaba que estaba
nervioso.
—No
puedo.
El
Alfa apretó los dientes y endureció la voz, intentando controlarse.
—Esa
es la letra de mi padre, así que dame eso.
El
Beta tragó saliva y volvió a dar otro paso hacia atrás. No sabía qué hacer con
las manos, así que las colocó sobre el libro y las apretó contra la túnica. El
ser que lo veía todo con antelación, ahora mismo parecía estar fuera de sí sin
entender que estaba ocurriendo.
—No
puedo, todavía no. Esto no debía suceder hasta dentro de un mes. Si te lo doy,
el resultado de mis visiones volverá a cambiar, y no quiero ni pensar cómo
podría repercutir eso.
—Me
da igual, Izan. Tú mismo lo has dicho, a veces tus visiones pueden cambiar,
porque el futuro no está cien por cien escrito, a veces, tendríamos que
intentar por todos los medios cambiar esas visiones para tratar de mantenernos
a todos a salvo. Así que… dame el puto libro o me obligarás a algo que no
quiero hacer.
E
Izan sabía, que en el estado de nervios en el que se encontraba nuevamente su
Alfa, no dudaría en hacerlo. Pero… si se lo daba, ¿Qué le ocurriría a Ángel? Y
lo que más le preocupaba… ¿Qué ocurriría con Eric? Todavía quedaba un mes para
aquella confrontación, si lo aceleraban, si obligaban a la manada del Norte a
actuar con antelación… demonios, ellos no estaba preparados para combatirlos en
aquel momento. No podía entregarle el cuaderno, ni aunque lo forzara, le
golpeara o casi lo matara, no debía permitir que cayera en las manos de Neo.
Izan
alzó la mirada hacia Neo, intentando enfrentarla, pero lo que vio lo dejó sin
respiración. Sus órdenes eran firmes, su voz segura y autoritaria, pero sus
ojos estaban cubiertos de miedo, de incertidumbre, de confusión hacia todas
aquellas cosas que se le ocultaba y que no conocía. El Alfa había dicho que a
veces, más que intentar elegir cual visión era la correcta, que intentar
preservar y recorrer esas visiones con la mayor exactitud posible, era el
lograr cambiarlas lo que tenía que preocuparles. Intentar que las vidas que se
vieran desaparecer en ellas, pudieran salvarle gracias al conocimiento que ya
se tenía. Si le entregaba el libro, tal vez la vida de esas dos personas
pudiera salvarse. Pero entonces, ¿Qué ocurriría con Eric? ¿Y si el resultado
era el mismo que con Aisha?
¡¿Qué
maldita decisión tenía que tomar en aquel momento?!
—Toma
—dijo Izan, casi sin mover la mandíbula de lo tensa que tenía la cara. No
quería pensar más en lo que estaba haciendo, pues había decidido confiar en su
Alfa, era la única esperanza que le quedaba—. Es el diario del Beta. Pasa de
generación en generación, para que los Betas puedan aprender de los errores de
sus antepasados. Yo también tengo el mío.
Neo
lo cogió de un estirón, sin poder creerse lo que escuchaba.
—¿Estás
diciendo que tu tenías el diario de mi padre desde hace años y nunca me lo
dijiste? Yo habría dado cualquier cosa por saber más de él, por conocerlo un
poco mejor. ¡Y tú me lo ocultaste!
Izan
agachó la cabeza en señal de respeto, dando varios pasos hacia atrás. Mantuvo
la reverencia, con una actitud firme, sin demostrar ni un ápice de
remordimiento. La rabia que sentía Neo y tenía atorada en la garganta casi lo
ahogaba. Izan creía que lo había protegido de lo que fuera que había escrito en
aquel diario, no se sentía culpable por habérselo ocultado. Y aunque su mente
lo entendía y respetaba, su corazón chillaba de dolor.
Giró
su cuerpo de nuevo hacia la mesa, donde con tres patadas retiró la silla para
poder sentarse. Golpeó la madera con el libro antes de abrirlo y comenzar a
leer, no podía esperar, las ansias que sentía por saber que le estaban
ocultando no le dejaban apartar el libro a un lado para leerlo más tarde. Tenía
que saberlo, ya.
Abrió
el libro por el principio, las acotaciones eran cortas, todo estaba escrito de
forma que se hacía difícil de entender. Tuvo que leer varias veces las primeras
entradas para entender los paralelismos y saber a quién se refería su padre en
cada momento. Siguió con sus dedos la hermosa caligrafía, como su padre se
expresaba con intenso amor en referencia a él y a su hermana, al igual que con
su madre. El principio del diario tenía una bella letra, a pesar del sufrimiento
que se transmitía por la muerte de su madre, su padre se centraba en la
felicidad que ellos le causaban.
Neo
sintió calidez, ternura, si él hubiera podido leer esos pasajes cuando era
joven, tal vez hubiera sufrido menos, tal vez, hubiera pensando de mejor forma
de su padre. Al paso de los días, la caligrafía se iba endureciendo, y un nuevo
sujeto hizo aparición. Su padre no había sido muy cauteloso con el apodo que
utilizaba para referirse a él, pero aquel ángel aparecía una y otra vez a lo
largo de todo el diario. No estaba leyendo nada que él no supiese, estaba claro
que Ángel no había estado allí solo por el pacto entre ambas razas, ese maldito
era el compañero de su padre. Y él ya lo sospechaba. El sufrimiento que siguió
a la siguientes páginas lo iban dejando más y más acongojado, estaba tan
nervioso que ya las pasaba casi sin leerlas, solo quería llegar al final, saber
cómo había muerto su padre, eso era lo único que le interesaba en aquel
momento.
—No
puede ser… —a Neo se le atragantaban las palabras mientras leía el sufrimiento
por el que había pasado su padre, y aquel bastardo… aquel bastardo era la razón
por la que estaba muerto. Lo engañó, engañó a su padre aun sabiendo que este lo
iba a ver en una visión, a él le daban igual todas las razones que hubiera
podido tener para hacerlo, no podía soportar la idea del dolor que aquello le
había causado a su padre. Aun si no amabas a tu compañero, el hecho de que este
se entregara a otro ser… nada más de imaginar a Raven con otra persona… Cuando
llegó a la última página, con toda su furia, Neo estrelló el libro contra la
mesa, rebotando y cayendo al suelo, justo a los pies de Izan, que con cierta
parsimonia, se agachó a recogerlo—. No puedo creerlo, ese bastardo mató a mi
padre. Por su culpa, por esa traición… mi padre está muerto, ¡muerto!
Quería
contener las lágrimas de rabia, de impotencia, de traición. Raven sabía todo
aquello, seguramente su hermano se lo había contado cuando volvieron a
encontrarse. El muy maldito se lo había ocultado para mantener a ese asqueroso
vampiro a salvo bajo la protección de la manada. Era gracioso, Raven, su
compañero, la persona que debía ser la más importante en su vida, lo había
engañado para que protegiera al responsable de la muerte de su padre. Lo que
más dolor le causaba, es que como un tonto había estado esperando por esa
sinceridad, por esa confianza, al día en el que Raven se abriera y le contara
todo lo que estaba pasando. Pero ese día nunca llegó, para Raven él no
significaba tanto, como el vampiro significaba para él. Y le daba igual si
aquello era llamado amor, posesión, o deseo.
—Aquello
fue una situación complicada. Nadie tuvo la culpa de como terminó. Raven… —por
fin, Izan captó la atención de Neo, que ascendió los ojos hacia él como si
quisiera fulminarle—, solo quería ahorrarte ese dolor.
Neo
soltó una risita, para después romper en carcajadas, sin sentido, dejándose
llevar por la angustia y rabia que lo desbordaban.
—Claro,
para que no sufriera, que considerado —escupió, derrochando ironía—. Todo lo
que quería ese maldito vampiro era proteger a su hermano, a costa de cualquier
cosa, ¡a costa de mí, que soy su compañero! —el gritó retumbó por toda la
estancia, Izan temió que alguien cerca de las escaleras se alertara por ello—.
Desde que aquel maldito vampiro llegó, todo se ha ido al garete, Raven me ha
ocultado sobre la muerte de mi padre, prefiriendo proteger a ese asesino, tu
antepones la vida de Ángel que a la de un miembro de esta manada, como si él
fuera importante para algo… para… —Neo de repente calló, pues un recuerdo de
hace unos días llegó a él como un tsunami. Cuando entró en aquella habitación y
vio a Dayira apoyada dulcemente sobre el pecho de Ángel, no supo que pensar,
pero ahora… no podía ser…—. Dayira… el compañero de Dayira es… el padre de ese
niño… el bastardo que la infectó… ¡maldito sea!
Izan
no lo entendía, ¿cómo coño había descubierto todo aquello? ¿De dónde había
sacado esa deducción? El cuerpo del Alfa se levantó como un huracán de la
silla, arrasando con todo lo que hallaba a su paso. El Beta corrió para
interponerse en su camino, así como iba, nada de esto podía resultar bien.
Antes de poder evitarlo, el manotazo que le propinó Neo lo lanzó contra una de
las estanterías, golpeándose dolorosamente la espalda y cayendo
estrepitosamente al suelo. Cuando intentó ponerse en pie para volver a intentar
detenerlo, se encontró con la mirada de Neo, unos helados ojos azules que le
mandaron una clara advertencia.
Todo
estaba perdido. Izan agachó la cabeza y se quedó allí sentado, sin moverse,
escuchando como el Alfa subía las escaleras en dos zancadas, abalanzándose
sobre el salón. Buscando algo… buscando a alguien. Tenía que pensar rápido,
decidir cuál era la mejor solución, la mejor opción a seguir… a diferencia de
lo que era habitual en él, ahora mismo estaba bloqueado. No podía pensar en
nada.
—Por
la Luna, que Raven no muera….
* * * *
Raven
esperó a que su hermano llegara hasta él, sus pasos atravesando el albero del
patio parecían pesados y su expresión seria se impregnaba de algunos tintes de
tristeza. Su hermano parecía estar pasando por un momento muy difícil, y el
casi podía imaginarse el porqué. Hace apenas unos minutos Dayira había llegado
al salón desde el mismo lugar en donde apareció Ángel, así que no le costó atar
cabos. Ellos no tendrían nada que decirse si aquel vampiro que había en el vientre
de la loba no fuera su hijo. Siempre sospechó que había algo extraño entre
ellos dos, pero la protección de su hermano durante la batalla, la conversación
posterior y esa reunión secreta, solo le clarificaban sus dudas. Ángel era el
padre de esa criatura y por consiguiente Raven se convertía en su tío.
Solo
era una razón de las tantas que había para cuidar a ese niño como si fuera su
propio hijo, como antes le había prometido a su amiga. Lo haría con todo su
corazón, con toda la devoción, ese pequeño era su sangre, el futuro jefe del
clan de vampiros y él lo protegería con todo su ser.
Ángel
se detuvo frente a él, con la cabeza gacha, el flequillo ocultándole la mirada,
parecía una estatua de granito. Puede que no fuera el único que se acabara de
enterar de todo lo referente a ese niño, así que entendía que su hermano
estuviera en un completo shock. Por supuesto, había un montón de cosas que no
le casaban, pero había tiempo para pedir explicaciones, para que aunque fuera
doloroso, tanto Ángel como Dayira narraran qué diablos había pasado durante ese
tiempo.
—Supongo
que es momento de que le cuente toda la verdad a Neo —Raven colocó una mano en
el hombro de su hermano, que seguía sin mirarlo—. Siempre he intentado evitarle
todo el dolor, me destroza tener que hablarle sobre su padre, sobre Dayira,
pero no puedo ocultárselo durante más tiempo. Él tiene que saber quién es ese
niño y por qué hay que amarlo, más de lo que Neo seguro ya haría.
Ángel
colocó su mano sobre la que su hermano apoyaba en su hombro, con dedos
temblorosos la apretó, intentando darle apoyo, que entendiera que estaba ahí a
su lado, para lo que hiciera falta. Le sonrió de forma triste, sabiendo lo duro
que iba a hacer aquello, lo peligroso para la confianza de la pareja. Pero le
deseaba toda la suerte del mundo.
—Si
Neo exige que desaparezca de vuestras vidas, de la tuya y de la de Dayira,
perdóname, pero por esta vez voy a ser egoísta, voy a rehusarme a aceptar una
orden como esa. Yo quiero ver nacer a mi hijo. Quiero estar con él. Perdóname,
Raven.
Raven
estaba un poco sorprendido, Neo podía tener mal temperamento a veces, pero era
la persona más razonable y generosa que se hubiera cruzado. Era imposible que
le impusiera a su hermano una pena como esa. Su Alfa no era así. Puede que al
principio fuera difícil, que surgieran bastantes peleas y discusiones, que
tuvieran que distanciarse durante un tiempo. Pero no creía que Neo…
Los
ruidos secos que venían de su izquierda le sobresaltaron, pero no pudo
reaccionar antes de ver como su lobo se había abalanzado sobre su hermano,
golpeándolo en la cara. Todos los músculos del brazo de Neo estaban contraídos
de una forma peligrosa, y el segundo golpe no tardó en llegar. Ángel cayó hacia
atrás, quedando sentando sobre el albero que previamente había manchado de
sangre. Más de esta escurría de su boca, y su ojo izquierdo estaba demasiado
golpeado como para poder abrirlo.
Para
sorpresa de Neo, Ángel no reaccionó, se quedó sentando en el suelo, mirándolo
con firmeza. Sus ojos brillaban temblorosos entre la dignidad y el arrepentimiento,
como si quisiera hacerle ver que iba a intentar remediar cualquier daño que
hubiera hecho. Eso hizo que el Alfa titubeara por unos instantes, hasta que una voz familiar y que en aquel
momento no quería escuchar, retumbara en sus oídos, prendiendo de nuevo la mecha
de su furia.
—¿Qué
demonios haces? —Raven corrió a colocarse frente a su hermano, cubriéndolo con
su cuerpo. Su expresión no era recriminatoria, pero si había algo de
desaprobación en ella—. Sea lo que sea que haya ocurrido se puede hablar, Neo,
por todos los Dioses.
Neo
no pudo evitar reírse, que irónico era escuchar aquello de esos labios, de esos
malditos labios que tantas veces había besado y que aun ahora a pesar de su
rabia, aun deseaba. Esa maldita Luna los terminaría por destruir, tiempo al
tiempo.
—¿Y
eso lo dices tú? —gruñó Neo, dando un manotazo al aire a modo de advertencia—.
Tú que sabías todo lo que había ocurrido con mi padre, como el bastardo que
tienes detrás lo engañó provocando su muerte… ¡que ese hijo de la gran puta va
a matar a Dayira!
Raven
no pudo procesar toda la información, tampoco hubo tiempo para intentarlo, pues
tuvo que contener con su cuerpo la estampida de músculos que chocaron contra él
cuando Neo volvió a lanzarse sobre su hermano. Su cuerpo dolía al retener tanto
poder, pero aun así, él como vampiro tenía la fuerza suficiente para manejarlo.
Aunque Neo fuera un Alfa, Raven logró lánzalo hacia atrás, volviendo a poner
distancia entre el lobo y Ángel.
Neo
parecía impactado, miró a Raven con unos ojos desorbitados, no creyendo que su
vampiro estuviera enfrentándose a él.
—¡Quita
esa maldita expresión de la cara y piensa con serenidad en lo que estás
haciendo! —chilló Raven, casi enseñando los colmillos por el rencor que le
estaba empezando a burbujear en la garganta—. ¿Crees que este es el momento
indicado para comenzar una disputa? Si tienes dudas, si guardas rencor, si
quieres quejarte o llorar de desesperación, hazlo! ¡Hazlo, maldita sea! Pero no
dañes a nadie, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir más adelante. Por
favor, Neo.
Neo
estirazó la postura y bajó la cabeza, sin querer mirar a Raven. Sin saber qué
demonios tenía que hacer. La ira seguía en él, el dolor, la traición, todo lo
zambullía en la oscuridad de su corazón. Como le molestaba. Era el Alfa, el que
decidía, el que tenía que tomar la responsabilidad y velar por todos. ¿Pero qué
mierda, porque todos pensaban que a él no le dolían las cosas? Pararse a
pensar… no dañar a nadie, solucionarlo de la mejor manera. Pensar siempre en el
mal menor, ¡aquella expresión ya le estaba empezando a tocar los cojones! ¿Y
que pasaba con él, con sus sentimientos? ¿Pero qué mierda se creían que era él?
—Pensar,
razonar, esperar…. Esperar, esperar, esperar —repitió bruscamente mirando con
furia a Raven—. Eso es todo lo que he estado haciendo, maldito cabrón —la
palabras parecieron impactar con fuerza en el vampiro, que relajó la posición,
sin entender—. He estado esperando durante días a que me contaras la verdad, a
que me dijeras que demonios estaba pasando. Día tras otro me decía a mí mismo,
que tenía que esperar a que te abrieras a mí, a que saliera de ti el hacerme
partícipe de tus miedos, de tus dudas, de todo lo concerniente a tu hermano.
Pero no, he tenido que enterarme de todo por un maldito diario y no por boca de
mí propio marido —Neo se acercó en un
paso a Raven, cogiéndole de la camisa y acercándolo a su cara, los ojos
vidriosos refulgiendo en dos llamaradas azules que dejando a Raven impactado.
Había tanta desesperación y rabia desprendiéndose del Alfa que el cuerpo del
vampiro estaba paralizado—. No sabes lo que tuve que sufrir sin saber que había
pasado con mi padre, yo estaba allí cerca cuando murió, sobre mí cayó la sangre
de su asesino cuando huía saltando sobre las ramas de los árboles, no entiendes
cuanto lloré, cuanto recé por el día en que tuviera a aquel maldito ser frente
a mí. Tú lo sabías todo, tú… la persona que se supone es mi compañero de por
vida y no me lo dijiste, ¡no me lo dijiste!
De
un movimiento brusco, Neo lanzó a Raven justo al lado de su hermano, observándolos
a ambos como si no valieran nada. Había tanto rencor en su interior, que ahora
mismo no podía mirarlos de otra manera en la que no fuera como enemigos.
Raven
sacudió la cabeza con desesperación, agitando su cabello que descontrolado
volada de un lado a otro, intentando negarle con vehemencia cada palabra que
decía, en un estado de completa desesperación.
—Yo
no quería que sufrieras, no había por qué después de tanto tiempo, decirte
todas las razones dolorosas que habían propiciado la muerte de tu padre. Lo
último que yo quiero ver en este mundo es tu sufrimiento, Neo… eres demasiado
importante para mí, tanto como para arriesgarme a esconderse esa verdad, por tu
bien.
—¡Parad
ya, maldita sea, de decidir cuál es mi bienestar! ¿Por qué no me preguntáis que
es lo que yo quiero? ¿Qué diantres necesito o deseo? ¡Basta ya de decidir por
mí, de tantas maquinaciones, de manipular el futuro de todo el mundo en esta
jodida manada! ¿Creías que me protegías? ¿Ocultándomelo todo? ¿Y ahora quién
demonios me protege? ¿Quién me va a librar de este dolor que me está
desgarrando el alma? —Neo se llegó la mano al pecho, arañándose la piel donde
podía sentir los latidos de su propio corazón, sus piernas temblando haciéndole
caer el suelo—. ¿Quién puede ahora curar estas heridas? Raven, yo ya no puedo
confiar en ti, no quiero verte, no quiero oírte, no puedo estar con una persona
que no confía en su pareja, para lo bueno o para lo malo. No puedo estar
contigo.
Raven
se levantó de golpe, acercándose desesperadamente al cuerpo maltrecho que se
agazapaba adolorido frente a él. Con manos temblorosas, agarró los hombros de
Neo, necesitando ese contacto, intentando que el calor de sus sentimientos
llegara a él. No podía creer las palabras que había escuchado de la boca de su
Alfa, no podía aceptarlas. Lo sacudió levemente, intentando que lo mirara, cosa
que Neo no le concedió.
—Por
favor, Neo, por favor, no puedes estar diciendo eso. Yo soy quién soy por ti, tú
me has mostrado el mundo real, me has enseñado a vivir, lo que es vivir de
verdad. Yo nunca haría nada pensando en tu mal. Por favor, Neo, parémonos
tranquilamente a hablar, tú me enseñaste que siempre hay una solución para
todo, que solo se necesitaba fuerza de voluntad y entendimiento entre las
personas para acabar con las dispuestas. Por favor, Neo.
El
Alfa apretó los labios, presionándolos de forma dolorosa. No entendía, por qué,
por un mísero segundo, había deseado que le mostrara un poco de cariño, de
necesidad. No quería su agradecimiento por haberle mostrado lo que era vivir
fuera de esa mansión, hubiera preferido alguna muestra de amor, de cariño. No
entendía porque, él necesitaba algo como eso en aquel momento para hacerle
frente a aquella situación. Pero Raven no se lo había dado, no le había dicho
lo que él tanto quería oír. No podía más.
—Raven…
—murmuró, levantándose y empujando al vampiro lejos de él—, las palabras hacen
mucho tiempo que no tienen cabida en este conflicto. Tú lo sabías cuando me
ocultaste la verdad. Yo estoy cansado de las manipulaciones de la Luna, es hora
de que nos plantemos y nos opongamos a sus designios. Por ser el Alfa no puedo
perdonarlo todo, no puedo estar siempre pensando en los demás, Raven, no puedo
compartir una vida contigo, no puedo aceptarlo y ahora lo veo claro —agachó la
cabeza para alzarla de golpe y clavarle su furiosa mirada—. Elije, Raven. Voy a
matar a tu hermano, enfréntate a mí o vete. Pero la decisión ya está tomada.
El
vampiro se levantó de golpe, colocándose de pie frente a su hermano, la furia
de su expresión, la ira de sus ojos, habían contestado a su pregunta.
—Ni
creas que voy a permitir que me lo arrebates, ni aun siendo tú, Neo. ¡No lo voy
a permitir! —proclamó, con los brazos extendidos y el cuerpo preparado para una
futura batalla—. Si me dejaras… —susurró—, ¡si me dejaras explicarte como
fueron las cosas, estoy seguro de que lo entenderías! Eres un ser tan amable, tan
comprensivo, estoy seguro de que podríamos, de alguna manera, llegar a una
solución.
Neo
sonrió de soslayo y antes de que el vampiro pudiera evitarlo lo agarró hacia
arriba y lo lanzó con fuerza contra el suelo, colocándose sobre él dispuesto a
volver a golpearlo. Contrajo el brazo y levantó el puño, apretándolo tan fuerte
que sus nudillos se volvieron blancos. Justo cuando iba a bajarlo para golpear
a Raven, algo lo detuvo, su puño temblaba por la presión a la que estaba siendo
sometido, pero por algún motivo, su cuerpo se negaba a propinar ese golpe.
Neo
observó la cara serena de Raven, como tendido bajo él esperaba solemne por lo
que fuera a suceder. No parecía que tuviera intenciones ni de esquivar ni de
responder al golpe. Solo esperaba a que el lobo se decidiera.
—Amable,
comprensivo… ya estoy harto de todo eso —como si le conllevara un supremo
dolor, bajó el brazo y golpeó la cara de Raven.
El
vampiro escupió sangre a un lado, y volvió de nuevo el rostro hacia Neo, ahora
sus ojos habían cambiado, bañados de un tono carmesí que hundió el corazón del
lobo. Pero eso era lo que quería ver, el fin de su relación, el leve sonido de
ese delgado lazo que los unía al romperse.
Raven
lo miró como si un nuevo odio que no había conocido en todos esos años de
existencia estuviera cubriendo su ser, pues no podía creer que Neo lo hubiera
golpeado, que estuviera quebrando todo lo que tanto les había costado crear en
un solo movimiento. Y aunque podía entender su dolor y desesperación, ¡el
también sufría! No podía permitir que matara a su hermano, aunque aquello los
llevara a odiarse mutuamente durante toda su vida, aunque provocara la pérdida
de ese extraño sentimiento que los había embargado desde que se conocieron.
Con
toda la furia que pudo reunir, se lanzó contra Neo, quedando los dos en el
suelo, golpeándose repetidamente, intentando ver cual le hacía más daño al
otro. El Alfa le golpeó en el estómago, provocando que un reguero de sangre
escapara de la boca del vampiro, la imagen no lo trastornó, en esos momentos
estaba ciego, solo quería herir y herir a esa persona tanto como él lo estaba.
Raven
chilló agudamente antes de morderlo en un brazo, enganchó sus colmillos y
estiró de ellos, no rasgó su carne pero sí consiguió que los huesos cedieran,
dislocándole el hombro. Neo gruñó adolorido, golpeándole repetidamente con el
puño en la cabeza, intentando que lo soltara. Raven se negó a ello, provocando
que Neo tuviera que recurrir a su primera fase.
Todo
el cuerpo del Alfa cambió, sus músculos se duplicaron, provocando que los
vaqueros le reventaran, haciéndose trizas, sus uñas crecieron y la cola flotó
detrás de él amenazadoramente. Cuando su transformación terminó, Neo agarró a
Raven y lo tiró al suelo, pisoteándole el estómago. El vampiro escupió un
borbotón de sangre e intentó quitar la garra de encima de su cuerpo. Su
respiración era entrecortada y su visión por algún motivo, empezaba a nublarse.
No lo entendía, físicamente era más fuerte que Neo, ¿entonces por qué? ¿Por qué
no podía detenerlo?
Los
ojos ámbar y rasgados de Neo se enfocaron en su cara, parecían no reconocerle,
como si aquella pelea fuera contra cualquiera menos él. No lo entendía, no
entendía como diablos había llegado a esa situación. Lo que tenía claro es que
no había marcha atrás, aunque aquello le dolía como si su vida se estuviera
yendo, supo que era una realidad cuando Neo observó a su hermano, cuando esa
mirada en el lobo no mostraba más que odio y desprecio hacia el otro vampiro.
Neo
lo soltó, dispuesto a atacar a Ángel, que permanecía quieto, impasible, como si
realmente estuviera esperando que su final fuera de aquella forma. De alguna
manera, parecía querer morir a manos de Neo, cosa que por supuesto, su hermano
no iba a permitir.
Raven
corrió y saltó sobre la espalda de Neo, volviendo a morderle el hombro herido,
estirando de sus brazos hasta que dos crujidos más se escucharon provenientes
de sus extremidades. No quería hacerle daño, pero tenía que retenerlo, tenía
que evitar que cometiera aquella atrocidad, solo podía pensar en alguna forma
para ello y eso era inhabilitando sus brazos. Ahora no podría transformarse en
un lobo completo, porque sus dos patas delanteras no le sostendrían.
Con
la fiereza que le caracterizaba al Alfa, se volvió, golpeando con la cabeza en
el pecho a Raven y estrellándolo contra la pared. Lo tenía completamente
inmovilizado por la presión, el vampiro no sabía qué hacer. Cuando Neo abrió
las fauces y amenazó con morderle la garganta levantó el brazo, alargando sus
uñas y dirigiéndolas hacia la espalda del lobo, el único pensamiento que tenía
en la cabeza era el de salvarse y sin embargo, su mano no bajó, sus afiladas
uñas no se clavaron mortalmente en la espalda de Neo.
No
podía, no quería… era imposible.
Raven
cerró los ojos y esperó el mordiscó del Alfa. En una ráfaga de sangre, sus
tendones se contrajeron con fuerza hasta que cedieron, rasgándose y dejando que
su cuello cayera inerte hacia delante. Su vista empezó a nublarse, sabía que
aquello era su final, que con el próximo ataque, Neo lo mataría. Sus lágrimas
no tardaron en aparecer, y un lo siento intentó escapar de sus labios, pero su
garganta ya no podía propinar ningún sonido.
El
cuerpo del vampiro cayó sobre el de Neo, que cargando con todo el peso, quedó
de rodillas en el suelo. La sangre corría por la piel morena de su pecho,
bañándolo con riachuelos carmesí. Neo no volvió a moverse, seguía ido, como si
su mente estuviera en otro sitio. De repente, sintió un roce en su pectoral
izquierdo, como un intento de caricia. Sus ojos volvieron a ser azules y bajó
la mirada, para ver como Raven, antes de desmayarse, intentaba tocar aquella
estrella que tanto había significado para ellos, que los había unido. Sus
labios temblaron, un granizo inentendible escapó de su boca cuando por fin se
empezaba a dar cuenta de la magnitud a la que aquel conflicto había llegado.
—Ra…ven…
Raven… —suplicó, con la voz entrecortada. Intentó coger el cuerpo de su marido,
tratar de sostenerlo, pero sus brazos estaban rotos y no podía moverlos. Solo
podía sentir a su vampiro deslizarse sobre él sin poder abrazarlo, sin saber si
seguía vivo—. Por favor, Raven… —volvió a susurrar, desesperado porque de su marido
saliera alguna palabra que le indicara que seguía con vida.
Ángel
se acercó desesperado al cuerpo de su hermano, lo colocó bocarriba e intentó
ver si su metabolismo seguía vivo. Su sangre seguía bullendo desenfrenada y la
garganta, aunque lastimada de muy mala manera, seguía con los músculos de la
columna intactos. Gracias a dios, Raven sobreviviría.
Neo
no miró al otro vampiro, seguía con los ojos fijos en Raven, buscando indicios
de vida en su cara, cualquier gesto o sonido que pudiera identificar. No había
nada y sin embargo, la tranquilidad de su hermano le supuso un gran alivio. Si
Ángel reaccionaba así, es que Raven estaba vivo. De eso estaba seguro.
No
podía más, estaba harto de aquella situación, agachó su cabeza y contrajo la
cara, como si estuviera sintiendo un extremo dolor. Su voz salió baja y rota,
pero la petición era tajante.
—Vete,
iros los dos. Llévate a Raven y desapareced de mi vista. Si alguna vez os
vuelvo a ver, os mataré.
Ángel
miró a los lejos, Izan y Dayira venían corriendo hacia ellos, no podía dejar
que se vieran también involucrados, y mucho menos la loba. Ya había cometido
demasiados errores, había vuelto a fallar a Raven dejando que esto sucediera,
había traicionado nuevamente a Dante poniendo a su hijo en una difícil
situación, quitándole a su compañero. Ahora solo le quedaba marcharse, dejar
que todo pasara, que se tomaran un tiempo e intentar encontrar una situación más
beneficiosa para su hermano.
Ángel
sostuvo a Raven en brazos, estrechándolo contra sí. Su cuerpo ya estaba
preparado para correr hacia la puerta y alejarse de allí cuando sus labios se
abrieron para dirigirse a Neo.
—Lo
siento. En cualquier otro momento, estaré orgulloso de morir a tus manos.
Neo
no respondió, los escuchó de marcharse mientras observaba el cielo. De rodillas
con los brazos colgando a ambos lados, solo pudo observar la luna que pronto se
escondería para dejar su lugar al sol. Su flequillo se metía molesto en sus
ojos, pero no le importó, solo podía observar aquella forma en el cielo que sin
luz propia, le había arrebatado con crueldad la única luz que había en su vida.
—Raven…
Dayira
cayó sobre el albero a su lado, buscando heridas en su cuerpo, quedando
horrorizada por la forma dolorosa en la que habían quedado sus dos brazos. Sus
ojos se inundaron de lágrimas mientras lo abrazaba. Su cara acariciando angustiosamente
su cuello, intentando darle algún consuelo al Alfa, que se mantenía inmune,
como si su propia alma se hubiera marchado también.
—Te
entiendo, Neo, te entiendo. Pero no debiste hacer esto, lo siento tanto, lo
siento tanto —repetía la loba, con la voz congestionada por el llanto.
Izan
estaba quieto de pie al lado de ellos. Observándolos, intentando entender qué
diablos había pasado. Por la Luna si aquella pelea tenía que haber trascurrido
de esa manera, ni en aquel lugar, ni en ese momento. En su visión, las heridas
físicas no era importantes y sin embargo, lo que más le perturbaba no era
aquella diferencia, si no el daño personal y psicológico que podía haberse
causado tras tal atrocidad.
Había
temido por la vida de Raven, pero esto… esto se escapaba de cualquier futuro
que hubiera podido imaginar.
Y
lo que más temía, lo que más angustia le causaba, es que iba a pasar a
continuación. ¿Lo que le deparaba a Raven sería igual que en sus visiones o la
diferencia en la línea temporal afectaría ese hecho también? Y si no fuera así,
¿estaría Eric preparado para lo que tenía que afrontar?
Aunque
no esperaba ningún futuro en común con él, solo le pedía a la Luna que no se lo
arrebatara sin siquiera decirle lo que los unía y menos de aquella manera.
¿Estaría
esa caprichosa Luna escuchándole en ese momento…?
* * * *
Ángel
corría entre los árboles, intentando no llamar la atención mientras cargaba muy
pegado a su pecho, el cuerpo inerte de su hermano. Tenía que encontrar algún
sitio adecuado para esconderse antes de que saliera el sol y ya estaba
comenzando a amanecer. Temiendo por las vidas de ambos, recordó una casucha
cerca de la Mansión, no era el lugar indicado para quedarse, pues no quería que
el clan de vampiro descubriera lo sucedido antes de saber la opinión de Raven.
No, aquello no debía ser sabido por nadie, no por ahora. Pero no encontraba
otra solución.
De
lo que estaba seguro es que tenía que permanecer dentro de las tierras de la
manada, no quería arriesgarse a encontrar nuevos enemigos. Ascendió hacia otra
rama y saltó a un arbusto, cayendo silenciosamente cuando el sonido de las
enormes pisadas se hizo apenas audible para sus oídos. Olía a lobo, y en esos
momentos le daba igual a la manada que pertenecieran, debía mantenerse
escondido y esperar con toda su fe que no le encontraran.
Un
inmenso lobo plateado atravesó la arboleda, llegando cerca de su localización.
El hocico del animal olisqueaba con ansias, intentando identificar algún olor
interesante que hubiera llegado a él. Ángel no sabía que pensar, ¿Qué diablos
hacían lobos de otras manadas en los territorios de Neo? Y por lo que parecía,
se veían bastante acostumbrados a rondar por allí. Esas tierras estaban lejos
de la Propiedad y muy cerca de la Mansión, y eso solo alertó más si cabe al
vampiro.
Otro
lobo marrón avellana se mantenía al lado de quién parecía ser el Alfa. Si no se
equivocaba, a esos lobos los conocía de antes. Sin duda, eran aquellos
bastardos que quisieron matar a Zoe la última vez. El Alfa se mantenía erguido,
con una herida sin pelo en la mejilla, y el otro, su Omega, cojeaba levemente y
su cara estaba casi desfigurada, la herida del lobo nevado la había causado él,
de eso estaba seguro, pero las del otro lobo no las recordaba, seguramente
hubieran sido efectuadas por Raven.
Estupendo,
lo único que necesitaba es que unos resentidos licántropos los encontraran y si
eso llegase a ocurrir, acabarían matándolos. Intentó moverse lentamente,
girando sus pies sobre las hojas sin hacer ruido. Se fue alejando poco a poco
del pequeño claro donde los dos seres se encontraban, un poco más y podría dar
un gran salto para comenzar a correr en dirección contraria. Maldita sea, si no
los mataban esos lobos, lo haría el sol. Tenía que darse prisa.
—Huele a chupasangre, búscalo —gruñó
Farid, meneando bruscamente el hocico para que el otro lobo se apresurara.
—Entiendo, pero será para nada. Nunca es
quién buscas —la mirada morada hizo que el lobo callara, advirtiendo la
amenaza.
Ivo,
el Omega de la manada del Norte avanzó un poco por el terreno, olisqueando,
sintiendo como el olor se movía y cada vez se alejaba más. Sus orejas temblaron
ante el crujido de hojas y de repente, de un solo salto, se colocó frente a los
dos hermanos.
Ángel
no podía creérselo, había estado a punto de escapar, sus piernas ya habían
estado flexionadas para saltar cuando aquel lobo se había colocado frente a él,
con un sonrisita triunfal que lo dejó paralizado. Sus ojos nerviosos empezaron
a buscar por el lugar, tenía que haber una apertura, una forma de escapar de
aquellos lobos sin tener que enfrentarse a ellos. Tenía que proteger a Raven a
como diera lugar.
—Alfa, están aquí.
El
vampiro se agazapó sobre su hermano, observando inquieto como el otro lobo se
colocaba a su espalda. El brillo malvado en sus ojos púrpuras le hizo apretar
la mandíbula, algo le decía, muy a su pesar, que aquellos vampiros que buscaban
no eran ni más ni menos que ellos dos.
—Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí? —Farid se
paseaba tranquilamente de un lado a otro, enfocándose en las dos sanguijuelas
que tenía frente a él. No podía creerse su suerte, por fin, después de varios días,
los había encontrado, sobre todo a…—. ¿Qué le ha ocurrido? ¿No me digas que una
pelea de amantes que no acabó en revolcón? Qué pena.
Ángel
arrugó el entrecejo, sí, esa cara de satisfacción y esa lengua que no dejaba de
lubricar sus caninos, daban fe de la pena que sentía, vaya. Empujó más el
cuerpo de su hermano hasta que ambos quedaron resguardados bajo un árbol,
intentando poner obstáculos para los lobos frente a un futuro ataque. Todos los
impedimentos que hubieran a su alrededor eran segundos que ganarían para
escapar.
—No
quiero pelear, mi hermano está herido, solo quiero encontrar un lugar antes de
que salga el sol. Os pido que nos dejéis marchar.
Farid
se rio cínicamente en su cabeza, haciendo que el vampiro se tocara una sien por
el molesto sonido.
—Por supuesto, no tienes que preocuparte por
tu querido hermano, yo le encontraré un lugar seguro para recuperarse de sus
heridas.
Ángel
contrajo todo su cuerpo, agazapándose un poco más entre la maleza. Todo su
cuerpo alerta tras las palabras de aquel Alfa.
—¿Qué
quieres de mi hermano? —preguntó, desde el primer momento que se encontró con
aquel lobo nevado, su interés siempre había estado enfocado en Raven, ¿por qué?
Farid
entrecerró los ojos, mirándolo fijamente y sin detener ese paseo
amenazador alrededor de los dos
hermanos.
—¿Querer? Nada supongo —alargó las fauces
en una sonrisa macabra—. Solo quiero
saber que tiene ese chupasangre para que el Alfa del Este se haya rendido ante
él. Me gustaría poseerlo, pisotear su orgullo, para después desmembrarlo y enviárselo
a mi buen amigo Neo en señal de paz.
Todas
las alarmas se encendieron en Ángel, ¿Cómo? ¿Qué estaba diciendo ese lobo? Maldita
sea, toda su intención era conseguir a Raven, poseerlo y torturarlo para hacer
sufrir a Neo. El vampiro agachó la cabeza y contrajo la mandíbula, forzándose a
decir unas últimas palabras.
—No
te lo permitiré —escupió Ángel con desprecio.
Sin
querer seguir con aquella conversación sin sentido, agarró a su hermano bajo un
brazo y salió disparado entre los árboles. No se permitió mirar hacia atrás, se
deslizaba entre las ramas, impulsándose con ellas para adelantar camino. Su
cuerpo se veía lacerado por las pequeñas hojas y ramas que cruzaba a tan alta
velocidad, pero no se inmutó, en su cabeza solo se encontraba el pensamiento de
escapar. Esta vez tenía que ser él quién salvara a su hermano. Por una vez en
su vida, él salvaría a alguien.
Una
sombra se colocó sobre él, y antes de poder esquivarlo, el peso del lobo
avellana cayó sobre su espalda, rompiendo ramas con su estómago hasta que se
estrelló contra el suelo. El cuerpo de Raven salió disparado de su brazo,
terminando frente a las zarpas del lobo nevado, que lo miraba con verdadera
fascinación.
Ángel
intentó levantarse, tenía que llegar hasta su hermano y volver a huir, se
arrastró por el suelo, cargando a su vez el peso del lobo sobre su espalda.
Este parecía divertirse ante la perseverancia del vampiro, su sonrisa se borró
cuando Ángel giró la cabeza y le mordió la pezuña, arrancándole varios dedos de
un solo bocado. Ivo rugió de dolor, trastabillando a un lado al perder el
equilibrio. Ahora tenía ambas patas traseras heridas y le sería difícil correr
tras él.
El
vampiro llegó hasta Raven, intentando despertarlo, si pudiera correr por si
solo ambos avanzarían más rápido, pero al parecer su hermano no tenía fuerzas
para recobrar la conciencia.
Ivo
se enfureció ante la parsimonia de su Alfa, su falta de interés, rugiendo, echó
todo su poderoso cuerpo sobre Ángel, no podía saltar pero si podía retenerlo,
abrió la boca y le propinó un fuerte bocado a la parte de atrás de su espalda,
arrancándosela de cuajo.
Ángel
abrió los ojos ante el supremo dolor y posteriormente cayó hacia delante, casi
desmayado. No podía moverse y sus manos solo se apretaban con fuerza a la
camisa de Raven. A causa de esa herida no podría volver a caminar nunca más, le
había arrancado la mitad de los huesos de la columna, en su estado, no podría
correr y mucho menos poner a salvo a su hermano. Las lágrimas carmesí bajaron
por sus mejillas, arrastrando todo el odio y el rencor que sentía hacia sí
mismo. Ni en esas circunstancias, había podido ayudar a Raven. No servía para
proteger, no se merecía vivir. Aunque aquello era algo que pronto iba a
solucionar, el próximo golpe lo mataría y lo peor es que el siguiente sería su
hermano.
Sus
ojos se cerraron, perdiendo el conocimiento. Ivo sonrió satisfecho y alzó la
pezuña sobre la cabeza de Ángel, dispuesto a reventársela. De repente, un
ligero dolor lo echó hacia atrás, sacudió el hocico y levantó sus ojillos
castaños hacia su Alfa, buscando la razón por la que lo había rallado.
Farid
sonrió cogiendo el cuerpo inerte de Raven con su boca. Parecía sumamente
satisfecho con lo sucedido, como si hubiera estado esperando siglos para tal
hazaña.
—No lo mates, lo necesito para controlar a
este otro vampiro. Cógelo y sígueme, lo llevaremos al Cuartel.
Ivo
miró a Ángel, las ansias por rematarlo recorriéndole el cuerpo, se debatía
entre obedecer al Alfa o dejarse llevar por sus instintos. No se veía capaz de hacerlo,
las represalias que obtendría después por parte de Farid podían resultar
demasiado peligrosas para arriesgarse. Se decidió por coger al vampiro entre
sus fauces y seguir a su Alfa cuando de repente, el lobo plateado salió
disparado sobre él, ambos cayendo de espaldas al suelo.
Un
lobo castaño mordía el cuello del Alfa, intentando con todas sus fuerzas que
abriera la boca para soltar a Raven. Farid se impulsó con las patas de atrás
para lazar al lobo atacante a unos metros más allá, golpeándole la cabeza
contra un árbol. Aprovechando el aturdimiento del lobo, se levantó y se agazapó
en una postura ofensiva, acompañado de su Omega, que todavía no sabía bien que
había pasado.
El
Alfa lo inspeccionó, intentando adivinar quién era y de que manada. No era otro
Alfa, porque si no, hubieran podido comunicarse y ese no era el caso.
El
lobo castaño sacudió la cabeza, intentando aclararse la mente tras el golpe.
Después centró su mirada Farid y mostró claramente la estrella de su frente,
anunciando de qué manada era. Su atención solo se centraba en Raven, era a él a
quién venía a salvar, y eso quedó evidenciado claramente.
El
Alfa se relajó, mirándolo como si fuera un mísero insecto. No se alteró ante la
oposición de Eric, simplemente se giró hacia su Omega y le quitó al otro
vampiro de las fauces.
—Encárgate de él y no tardes —ordenó,
echándose a un lado y esperando la oportunidad para marcharse con el botín.
—Eso está hecho —Ivo alargó las comisuras
de su boca, dejando ver los dientes que tenía casi como puñales.
Eric
se preparó, visiblemente el otro lobo estaba herido, pero aun así, seguía
siendo un Omega. El poder físico de estos, era muy superior al de cualquier
otro miembro de la manada. Todavía se estaba replanteando por qué se había
inmiscuido en esta situación. Todo era por Raven, se repetía a sí mismo para
convencerse. Ese pequeño vampiro había hecho mucho por él y su manada como para
dejar que se lo llevara el sádico ese.
Venía
tranquilamente de correr libre, de pensar, una vez cansado y con hambre,
decidió volver a la manada, no quería poner mucho más tiempo entre él y Neo,
este le necesitaba y su mujer no iba a volver a la vida porque abandonara a la
manada. Tenía que mantenerse al lado de Neo y Raven, eso es lo que había
decidido. En mitad de su camino de vuelta se había encontrado con la difícil
situación del vampiro. Mientras se acercaba veía el mal estado en el que se
encontraba, estaba muy mal, seguramente a punto de morir en un próximo ataque.
Su garganta estaba demasiado dañada, es más, puede que ya estuviera muerto.
Su
mente decidió por sí sola, no se paró a pensar, antes de darse cuenta su cuerpo
ya se había lanzado sobre el Alfa del Norte, con el único pensamiento de salvar
a Raven en su cabeza. Dos lobos contra él, un Alfa y un Omega, seguramente
moriría, pero si su muerte valdría para salvar al compañero de Neo, tal vez no
le importaría unirse prematuramente a su esposa.
Observó
cómo Ivo se acercaba a él, intentando lanzarle un mordisco en la cara, no le
costó mucho esquivarlo ya que el otro lobo no podía mover las patas traseras
bien. Cuando creyó que era su oportunidad de propinarle un mordisco, la pezuña
del Omega golpeó su costado, estrellándolo contra el suelo.
Un
chillido escapó de sus fauces, intentando levantarse del suelo antes de que su
oponente volviera a atacarle, por el rabillo del ojo, vio pasar al Alfa del
Norte como un rayo, con ambos vampiros en su boca. Intentó girarse, correr tras
él, tenía que salvar a Raven, tenía… sintió un fuerte estirón de su cola, el
cual le hizo retenerse y salir disparado hacia atrás chocándose contra el pecho
del lobo que lo seguía. El mordisco a su cuello le hizo aullar y revolverse
desesperadamente hasta que se vio liberado, cayó sobre un terreno lleno de
ramas rotas, las cuales se clavaron por toda su pata delantera, cubriéndola de
hilitos de sangre.
Su
costado le dolía horrores y ahora no podría moverse bien, aquel Omega sabía sus
limitaciones y había estado atacándole en sitios blandos para hacerle el mayor
daño posible. Pero en ese momento daba igual, él tenía que ganar, tenía que
librarse de él y por lo menos seguir al otro lobo, ver a donde llevaba a Raven
para poder informar a Neo y rescatarlo.
Pasearon
uno delante del otro, sopesando al contrario e intentando encontrar un hueco en
su defensa. Se enseñaron los dientes y gruñeron, esperando una oportunidad.
Eric saltó aprovechando un traspié del otro lobo, saltó y se enganchó a su
garganta, ambos lobos se pusieron de pie, golpeándose con sus patas y buscando
morderse uno al otro.
El
Omega era muy fuerte, su cuerpo pesaba más, sus colmillos eran más poderosos,
Eric lo único que podía hacer era defenderse, perdiendo cada vez más posición
hasta que cayó hacia atrás, bocarriba, sin tiempo para voltearse. Sintió miedo,
tenía que girarse, no podía quedarse así, el otro lobo podría matarlo
fácilmente. Y no se equivocaba, justo cuando consiguió girar medio cuerpo, Ivo
le mordió el vientre, llevándose la piel, llegando justo al delgado músculo que
cubría su abdomen.
El
golpe a sus órganos fue brutal, puede que le hubiera reventado alguno o tal vez
roto alguna costilla, el dolor era tan grande que Eric no podía levantarse. La
sangre escapaba de su boca al igual que la saliva, y sus pezuñas se estiraban
contra el terreno, arrastrando la tierra en un inútil intento por levantarse.
Lo
sentía de moverse a su alrededor, estaba disfrutando del momento, pues en el
próximo movimiento la batalla estaría zanjada. Sintió la sombra del lobo sobre
él y gruñó en un medio aullido de desesperación, aun sin querer darse por
vencido. Su chillido fue opacado por el del Omega, que había sido aplastado
contra el suelo por otro lobo también castaño, de un tono oscuro, que Eric bien
conocía. ¿Pero qué…? ¿Qué demonios hacía él allí? ¿Y por qué se encontraba
solo?
—¿Izan? —su mente todavía no podía procesar
lo que estaba viendo.
El
Beta seguía mordiendo el cuello del Omega, inmovilizándolo y aplastando sus
dañadas patas traseras con las suyas.
—¡Levántate y corre! —fue la única
contestación que obtuvo por parte del otro lobo.
Eric
sacudió su cabeza para aclararse e intentó levantarse, su cuerpo se sentía
pesado, rugió y alzó las patas traseras, arrastrándose un poco hasta que se
alzó, andando con dificultad. De repente, el Beta salió disparado por el aire,
pasando justo frente a su cara, chocando su espalda contra uno de los tantos
árboles que allí había. Quedó de pie con el vientre al descubierto hasta que
cayó al suelo, agitándose por el dolor.
El
Omega salivaba sangre, estaba cansado, casi exhausto, sus ojos centrándose en
el más débil. Eric intentó avanzar hasta unos matorrales cerca del Beta,
poniendo distancia para tener tiempo a estabilizarse, pero el cuerpo del enorme
lobo ya estaba sobre él, aplastándolo. Intentó defenderse, lanzándole mordiscos
a diestro y siniestro, pero no resultaron efectivos. Ivo volvió a golpearle con
la pezuña en el vientre, ahora sí perforándolo, dejando que bastante sangre
manchara la tierra.
Eric
no pudo casi ni gemir ante el dolor, sus ojos se nublaban, pero se negaba a
claudicar. No podía rendirse ni morir, no sin saber qué diablos estaba
ocurriendo. Por el rabillo del ojo observó como el Beta mordía las patas
traseras de su enemigo, llamando su atención. Ambos se enzarzaron en una
cruenta batalla de mordiscos y zarpazos hasta que, como si Izan hubiera sabido
del movimiento, esquivó el último ataque y lo lanzó contra un árbol que
anteriormente había sido partido a causa del peso de alguno de ellos. Unas de
las ramas se le clavó en el pecho, atravesándolo y dejándolo empalado en el
lugar. Su mueca desencajada quedó paralizada, su corazón atravesado por la
madera.
Estaba
muerto.
El
Beta se arrastró hasta Eric, su cuerpo adolorido por la batalla, ensangrentado
y sucio. Cuando llegó a su lado y antes de darse cuenta o sin darle
importancia, le acarició el cuello con el hocico, sintiendo una necesidad
irremediable por tener algún contacto con él. Eric no tenía fuerza para
moverse, ni para quejarse, tampoco para evitar el roce, simplemente no lo
entendía.
—No me toques —le susurró en su cabeza,
intentando aclararse la mente y no desmayarse—. ¿Por qué has venido? ¿Por lástima? Ese maldito Alfa se ha llevado a
Raven y tú no has hecho nada. ¿Otra vez has vuelto a decidir quién vive y quién
muere?
El
lobo de pelaje oscuro aulló adolorido por lo que escuchaba, echándose sobre su
barriga en el suelo a lado de Eric, intentando descansar, reponer fuerzas para
volver a la Propiedad.
—Esto no debía haber ocurrido así, tú no
debías haberte inmiscuido, solo seguirlos e informar de a donde lo llevaban.
Por eso no intervine, por eso yo pensé… cuando Neo y Raven discutieron, sabía
que algo cambiaría, no era el momento, y aun así… no sabía que iba a pasar,
solo cuando vi que estabas en peligro, mi cuerpo por si solo… —Izan dejó
escapar un gemido y algunas gotas de sangre escaparon de sus fauces, se había
golpeado el pecho, esperaba que no fuera nada importante. Acercó nuevamente el
hocico a la cara de Eric, pero en esta ocasión, el otro lobo si tuvo fuerza
para retirarse.
Las
patas de Eric temblaron cuando logró alzarse, intentando mantener el
equilibrio, sentía la necesidad de levantarse por sí mismo, como si tuviera que
poner espacio entre el Beta y él.
—¿No entiendo, Neo y Raven han peleado? —sacudió
el morro sin comprender—. Maldita sea, tu
sabías que esto iba a pasar, ¿por qué intentas llegar a mí? —gruñó cuando
el Beta volvió a levantarse para acercarse a él—. No entiendo que quieres de mí, te dije que para mí ya no significabas
nada, que ya no te miraría como un amigo, ¡que para mí ya no serías si quiera
un miembro más de la manada!
—¡Yo tenía que salvarte! —gruñó Izan,
poniendo en tensión todos los músculos de su cuerpo—. Solo cumplo con el deber que me ha sido asignado, solo intento cuidaros
y manteneros a salvo.
Eric
estirazó las fauces en una sonrisa irónica, aun con las patas tambaleándole.
—Enfócate en salvarle el culo a Raven, yo ya
no entro dentro de tu responsabilidad, ¡a ti y a mí ya no nos une nada!
—¡Tú eres mi compañero! —gruñó Izan, con
todo el rencor ascendiéndole por la garganta. Al darse cuenta de lo que había
dicho, sintió un malestar general, carraspeó la garganta y vomitó un poco de
bilis sin poder controlarlo.
Eric
estaba demasiado impactado con lo que escuchaba para poder reaccionar, al
final, sus patas cedieron y el cayó al suelo sin poder volver a levantarse. No
podía procesar esa información, no podía ser, era imposible. NO tenía
contestación alguna para darle, porque era algo tan ilógico que no podía
asimilarlo.
—No lo entiendo —fue lo único que dijo,
estaba demasiado débil para reaccionar de otra manera. Puede que si se hubiera
enterado en otro ocasión, estaría chillando, rugiendo, hubiera peleado o
decidiera marcharse, cualquier cosa menos estar a su lado.
Izan
lo miró con lástima, herido por ese dolor que cruzaba los ojos de Eric. Se
levantó e intentando mantener la frialdad que tanto le caracterizaba, se
dirigió secamente hacia el otro lobo.
—Deshaz la transformación, hay que llevarte a
la Propiedad que te miren las heridas.
Eric
no quería discutir, no quería siquiera pensar en lo que acababa de escuchar. Si
deshacía la transformación, ya no podría comunicarse mentalmente con el Beta,
eso ya era un consuelo en ese momento. Intentó mantener la consciencia cuando
su cuerpo cambio a humano, pero al perder la fortaleza del lobo, sus ojos se
cerraron y su mente quedó en blanco.
Puede
que en ese momento, desmayarse tampoco estuviera tan mal.