lunes, 20 de abril de 2015

Mordisco sobre Mordisco (Capítulo 16)

CAPÍTULO 16

Entrada: xx/xx/xxxx
Se va acercando el día. La visión cada vez es más clara. Sé cuándo será, que tengo que hacer y como moriré. Me gustaría tanto conocer los pensamientos de mi ángel. Quisiera tanto comprender sus acciones, intentar encontrar razones a sus absurdos movimientos.
También me hubiera gustado que tuviéramos más tiempo para estar solos, haber aprovechado todos los minutos que ambos estuvimos juntos para saborear su cuerpo, devorar cada trozo de piel.
Esta misma mañana, después de la reunión con los seres oscuros… me di de cara por primera vez con ese asqueroso ser. Su expresión de placer en las visiones golpeaba el interior de mi cabeza como si de un martillo se tratara. ¡Cómo lamía la sangre que emanaba mi ángel cada vez que lo tomaba contra su voluntad! ¡Cómo exigía que fuera suyo con cada embestida!
No pude evitar colocarme frente a él, mirarlo como si fuera una mosca a la cual aplastar, por la Luna, si no estuviera el pacto de por medio..., si pudiera mandarlo todo a la mierda y arrancarle el corazón de un solo mordisco…
Cuando volví a casa y vi a mi ángel esperando silenciosamente en la cama, mi mente se nubló. Y a diferencia de la mayoría de las otras veces, no fue a causa de una visión. Solo podía sentir la dureza de mi erección golpeando con fuerza la cremallera de mis pantalones.
Esos labios sensuales apretados en un fino rictus que solo aumentaban mis ganas de corromperlos.
Sabía que quedaba poco, que no había vuelta atrás. Moriría, pero lo haría después de haber hecho todo lo que quisiera con mi ángel.
Recuerdo como lo eché en la cama y me monté sobre su pecho, aplastando mi verga contra su boca hasta que lo obligué a tragarla. No me contuve, no tuve contemplaciones con él. Agarré la cabecera y me follé su boca sin miramientos.
Me corrí en su garganta sintiendo todavía el placer de mi ángel al saborear la sangre que caía de mi erección a causa de sus afilados colmillos.
Y esa fue la única vez que le permití tenerla.

* * * *

Los dedos de Neo se agarrotaron alrededor de la sábana que cubría a uno más de los tantos muertos de su manada. Era el último cadáver que había recogido del patio, arrastrándolo hasta el salón donde estaban los demás. Todavía no podía soltar la sábana con la que le había cubierto el rostro. Tragando saliva con dificultad, alzó la vista y observó la extensa área, el salón que era lo único que quedaba intacto en toda la Propiedad, albergaba a los fallecidos tanto como a los heridos, los miembros que aún podían moverse se encargan de sus cuidados.

¡Por la Luna, como le dolía el pecho!

Había tantas sábanas en el suelo cubriendo a todos los cadáveres, que entendía los reproches de su gente por haber pactado con aquel Alfa. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¡No podía permitir que muriera más gente! ¿Por qué no lo entendían? ¿Por qué lo miraban como si él mismo los hubiera matado con sus propias manos?

A pesar de su orgullo, las lágrimas seguían bajando por sus mejillas sin darles mayor importancia. Daba igual lo que pensaran de él en ese momento, estaba destrozado, tanto mental como físicamente. No podía dar un paso más y su cabeza no quería seguir pensando en lo ocurrido. Tenía que encontrar un receso, pararse a pensar y tranquilizarse, aclarar sus ideas, encontrar la forma de reconstruir todo ese desastre. Ahora mismo, no tenían ni casas donde llevar a los heridos, ni techo para resguardar a los niños, solo aquel salón atiborrado de cadáveres, y él no podía hacer nada para remediarlo.

Con pasos pesados, arrastró sus piernas hasta llegar a la esquina donde se reunían sus amigos. Dayira se mantenía sentada en una silla con un Ángel bien recto a su lado, sentía curiosidad por saber qué diablos pasaba ahí, pero no tenía ganas para enfrascarse en una conversación, en empezar una nueva riña. No… solo quería llegar junto a Raven y acostarse a su lado, eso era todo.

Su vampiro estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y observando a la pareja frente a él, en sus ojos un brillo de preocupación. Neo sabía que Dayira estaba bien, le habían vuelto a colocar el brazo en su sitio y la herida no tenía la mayor importancia. Ángel estaba bañado en sangre, no había trozo de piel que no tuviera un tono carmesí, lo único que se había permitido lavarse era la cara, donde alrededor de la nariz, boca y orejas, seguía habiendo rastros secos, pues no quería gastar el poco agua que había para los enfermos. A Neo le daba igual, solo quería llegar hasta Raven, que ahora si lo miraba, sonriéndole suavemente mediante se iba acercando. Extendió sus brazos y con un silencioso asentimiento le dio la bienvenida a su regazo. El lobo estaba agradecido por ello.

Se arrodillo a su lado y le dio un ligero beso en la boca, para después recostarse en el suelo y apoyar la cabeza en sus piernas. Lo observó durante unos segundos, respondiendo a la cálida sonrisa y cerró los ojos. Los dedos de Raven no tardaron en acudir a su cabello, pasándolos lentamente entre sus hebras, acariciándolo. Era tranquilizador, agradable. Ay Luna, como lo necesitaba.

El vampiro se removió un poco, acomodándose mejor para seguir acariciando ese cabello rubio que tanto le gustaba. Después terminar de recoger todos los cadáveres, Neo había acudido a su lado, como un bálsamo para sus heridas. Ahí sentados juntos, estaban todos sus amigos, y cuando el trabajo estuvo hecho, él sintió la necesidad de unirse, de acercarse a la calidez de su familia. Había hecho bien. Raven tenía miedo de que Neo se cerrara, de que la culpabilidad fuera tan grande para saber sobrellevarla. Pero era el Alfa y tanto en la decisión que tomó para acabar con la batalla como en la ayuda prestada a su manada, se había comportado como un auténtico líder.

Aunque ahora, su atención se centraba en otras dos personas más allá. Ángel había salvado a Dayira sin razón, no más que la que pudiera tener para salvar a otro cualquiera. Aun cubierto de sangre, tal vez porque lavársela significaría alejarse de la joven, se mantenía muy recto a su lado, a veces hasta dejando caer una mano en su hombro. Le resultaba estúpido pero casi le parecía que tuviera reclamando alguna clase de propiedad sobre la chica, aunque puede que eso ya fueran demasiadas conclusiones de su parte.

De todas formas, había otra cosa que le urgía más preguntar que la relación que mantenían esos dos, si es que lo hacían.

—Dayira… —Raven pronunció el nombre con duda, pues la chica, con solo una sábana cubriéndole el cuerpo, parecía demasiado sumida en sí misma, hasta dudó que fuera a reaccionar a su nombre, pero después de unos segundos, alzó la cabeza y lo miró—, sobre hace unos momentos, cuando hablaste con el Alfa del Oeste, ¿cómo lo hiciste? Tenía entendido que solo los Alfas de distintas manadas podían comunicarse.

La forma en la que lo miró la chica, evidenció que ella no se había percatado de ese detalle. Agachó la cabeza y movió los ojos nerviosa, sin entender, no parecía segura ni de qué decir. Apretó la sábana que cubría sus piernas hasta cerrar ambos puños, y lo que terminó por perturbarla más fue la mirada de reojo de Neo, que aun sin moverse, no perdía detalle de la conversación.

—Fue por el hijo que espera en su vientre —dijo sin más Ángel, con una voz inexpresiva, como si lo dicho fuera una evidencia—. El feto es medio vampiro, pudiendo adoptar cualidades de él, por lo menos durante el tiempo que dure el embarazo.

Raven frenó las caricias al cabello de Neo y alzó la vista incrédulo, mirando a su hermano como si le hubiera crecido otra cabeza, ¿Qué diablos estaba diciendo ese loco? ¿Un hijo medio vampiro de quién? Neo por su parte, se levantó de un salto, quedando sentado de medio lado y con el cuerpo contraído, no había músculo que no estuviera en tensión. Su cara se había ensombrecido y su mirada brillaba con tonos ámbar. El vampiro podía escuchar la respiración pesada de su marido, aunque estaba quieto, su cuerpo gritaba por golpear y destruir, por desahogar una furia que no estaba muy seguro pudiera contener. Si Neo perdía el control, Raven no sabía si podría detenerlo.

—¿Eso es verdad, Dayira? —pronunció Neo roncamente.

La chica desvió la mirada y con la cabeza agachada asintió. Se sentía tan pequeña, tan reducida en esa silla, como si quisiera hundirse en ella hasta desaparecer. Estaba cubierta de vergüenza y temor, y a la vez de una gran culpabilidad. Neo no podía explicarse todos esos sentimientos, pero lo que menos entendía es el por qué ella no le había confiado algo así. ¡Hasta se había expuesto para salvarlos! Ese Alfa podía haberla matado, a ella y a su hijo de un solo zarpazo, entonces… ¿por qué?

Qué tontería… si ese niño había sido resultado de una violación, puede que no lo quisiera, tal vez lo viera como un estorbo, de todas formas, moriría antes de dar a luz, y su hijo con ella. No… aunque naciera, el niño portaría la enfermedad, falleciendo poco después que ella, así que daba igual.

Neo se puso de pie y apretó los puños, conteniendo su furia, mordiéndose el labio para no gritar de desesperación, de ira. ¿Hasta dónde iba a llegar la humillación por la que tendría que pasar su amiga? ¿Hasta cuándo iba a permitir esa asquerosa Luna que siguiera sufriendo?

Se giró como un resorte hacía Izan, que se mantenía callado allí de pie, apoyado en la pared y solo observando la escena. Su expresión no había cambiado, así que para él aquella revelación no había sido ninguna sorpresa. Eso solo lo enfureció más. ¿Cuántas malditas cosas más sabría ese bastardo de su Beta que no le había contado? ¡No podía permitírselo más! Siempre había tenido completa confianza en su Beta a pesar de sus reservas, pero cada vez, con cada decepción más, estaba viendo que aquello no tenía fin. Como si Izan manejara a la manada a su conveniencia desde las sombras y él se lo había permitido durante años. Ojalá su conclusión fuera errónea, ojalá todo lo hiciera con razón, buscando un bien mayor. Tenía que convencerse a sí mismo que Izan nunca lo traicionaría, no podía soportar en aquel momento pensar otra cosa.

Sintió la urgencia de marcharse, de irse de allí, de alejarse de Dayira, de los cadáveres y heridos que los rodeaban, tenía que alejarse donde no hubiera nadie, donde pensar. Por todos los demonios, tenía que salir de allí.

—¿Tú como lo has sabido? —la pregunta que Raven le dirigió a su hermano, captó la atención de Neo, haciendo que ahora todas las miradas se centrara en el otro vampiro.

—Por qué, por un instante, sentí dos corazones diferentes latiendo dentro de ella —sus ojos se entrecerraron mientras observaba el cogote de la chica—. Ella está embarazada de varios meses.

¡Meses! Por supuesto, si fue durante su huida, como mínimo estaba de cuatro meses, los embarazos de las lobas duraban seis, ese niño podría nacer. Pero… ahora que lo pensaba, ese no era el problema real ahí… que demonios… ¡había algo importante que no cuadraba!

—¡Un momento! —gruñó bruscamente Neo, colocándose frente a Dayira para que esta no pudiera rehusar su mirada—. No puedes quedar embarazada si no tienes un compañero. No puede ser que alguno de los que abusaron de ti fuera tu compañero, no puedo creerlo. ¡No quiero ni pensarlo!

Eso no era lo peor, para poder sellar la unión, debía de haber abusado de ella más de una vez. Y las lobas casi nunca quedaban embarazadas en su primera noche de matrimonio. Eso lo convertía en una violación masiva, en muchas veces… en… por la Luna… no quería ni imaginarlo.

Raven por su parte estaba demasiado confundido. ¿Alguno de los niñatos que él había golpeado durante su coronación, era el padre de ese niño? ¿Era el compañero de Dayira y ella lo sabía? Aun así… había acudido a aquel lugar, había dado la cara por él, por ambas razas, había aguantado tal vergüenza después de la vejación a la que fue sometida, solo por el bienestar general. No podía creerlo, no podía… Sintió las gotas de sangre acumulándose en sus ojos, reteniéndolas para no exponerse a llorar. Pero se sentía tan mal, tan egoísta, un desalmado casi peor que aquellos tipejos con los que se había topado su amiga.

Sintió un golpe seco a su lado, Neo se había dejado caer de culo al suelo, pero lo que más le sorprendió es la mano que detrás de su espalda, buscaba la suya, agarrándola mientras compartía sus temblores. Raven apretó la mano que le ofrecía, intentando darle un consuelo que de poco le servía a su marido en aquellos momentos y que por desgracia, era lo único que podía ofrecerle.

Dayira se permitió llorar por fin, después de todos esos meses guardando tanto dolor, dejó que las lágrimas bañaran sus lampiñas mejillas, dejándolas que se mesclaran con el flequillo que mantenía justo frente a los ojos. Seguía con la cabeza gacha y los nudillos de sus manos ya se había vuelto blanco de tanta presión. Su coraza ya no pudo más y finalmente cayó en pedazos.

—Siento mucho todo esto, Neo. Siento tanta vergüenza de mí misma, de saber cuánto dolor iba a causarte esto, no podía decírtelo. Simplemente no podía —ahora sus manos agarraron la sabana alrededor de su vientre, apretándola hasta que se escuchó la tela de crujir—. Solo quiero que sepas una cosa, mi compañero es un vampiro y este hijo le pertenece. Pero él no pertenece a aquellos que me forzaron. No sientas lástima por mí en ese concepto, porque protegeré al padre de este hijo lo que me reste de vida.

La información volaba entre Neo y Raven como un rayo, no sabían que pensar, que creer, que opinar. Dayira protegía a un vampiro con todas sus fuerzas, a uno que habría conocido en algún momento de su vida, a su compañero, al padre de su hijo y de lo que más seguro estaban ambos, es que ella callaría. Aun si la torturaban, ella no diría nada que no quisiera. Puede que muriera y nunca supieran quién era el vampiro que había tenido la fortuna de tener como compañera a tan espléndida persona.

—Dayira —susurró Raven, intentando hablar con delicadeza—, no quiero que suene como si te estuviéramos pidiendo explicaciones pero… tienes que decirnos quien es, cuando tu faltes, ese niño… ese hijo necesitará a su padre…

La chica sonrió tristemente, sus ojos brillaban afligidos, ahogados en una pena que los desbordaban. Alzó la cara y observó a Raven, haciéndolo sentirse pequeño, insignificante ante la grandeza de aquella joven. A pesar de por todo lo que había pasado, ese pequeño cuerpo todavía tenía fuerza para luchar contra este último percance en su vida. Y quitando el dolor en esos ojos esmeralda, se podía saborear una confianza, una seguridad que no podía más que dejarlo sorprendido.

—A riesgo de que este hijo no sepa quién es su padre, yo debo proteger a mi familia, callaré y guardaré ese secreto hasta el día que la Luna llame por mí. De todas formas, Raven… gracias por todo. Por lo que hiciste antes en la Mansión, por habernos ayudado en esta última pelea y porque sé que tú y Neo cuidaran de este bebé por mí.

¿Cuidar de ese niño? ¿Ellos? Raven lo meditó y llegó a una conclusión rápidamente, pues su amiga no se equivocaba, nunca podrían abandonar al hijo de una de las personas que más querían y admiraban. Si por él fuera, ese niño cuando naciera, después de que su madre exhalara su último aliento, pasaría a ser un miembro de su familia, directamente se convertiría en su propio hijo.

—Neo…

El lobo apretó su mano para que callara, para que no siguiera. Raven se volvió para verificar el temblor que provenía del cuerpo de su marido. Neo tenía la cara contraída, sus ojos cerrados con fuerza y el rictus tenso de sus labios solo aireaba una vez más el sufrimiento que guardaba en su corazón. Su nuez ascendía como loca por su garganta, casi previniendo un sollozo.

El vampiro jadeó, sintiendo la necesidad de alzar la mano y acariciar esa morena cara, deslizar los dedos por su mejilla y besarla. Consolarle era su único deseo, acompañarlo en su agonía y lograr como fuera que se olvidara un poco de todo lo ocurrido, era en lo único que pensaba. No soportaba ver tal sufrimiento en su Alfa, casi podía sentir como su corazón se contraía de dolor.

De repente, rompiendo el silencio, como un rayo clavándose en sus corazones, el alarido de agonía de alguien conocido retumbó por todo el lugar. Neo tembló, su cuerpo se convulsionó y luchando en contra de las pocas fuerzas que le quedaban, forzó sus piernas a levantarse, a buscar desde arriba al propietario de tal dolor.

La mano de Raven se resbaló despacio de la suyas, su cuerpo se aflojó y calló de rodillas al suelo cuando observó a lo lejos a Eric. Solo su espalda se mantenía erguida, pues agachado en el suelo, su cuerpo se contraía sobre otro más pequeño. Sus manos llenas de sangre y vísceras chorreaban hasta la cara de su esposa, que con los ojos aun abiertos por el terror, se mantenía fría e inerte en el suelo. Su corazón hacía un par de horas que había dejado de latir.

Neo se echó la mano al corazón, dejando cinco grandes surcos sobre su estrella cuando sus dedos se estrujaron alrededor de la zona. Aisha, la pequeña humana que ellos habían adoptado como una más de la manada, la querida esposa de Eric, había muerto… había muerto y él no hizo nada para remediarlo.

Eric, su pobre Eric… por la Luna… ¿Qué había hecho? ¡¿Qué demonios había hecho su familia para merecer eso?!

El Alfa sintió como un cuerpo lo cubría, como unos brazos tapaban su cara y la ocultaba de aquella escena, evitando que la imagen de su amigo siguiera presentándose ante él. Sabía que Raven quería ayudarlo, consolarlo, y le agradecía por eso. Sujetó ambos brazos que cruzaban por su pecho y quedó allí, agachado, llorando, pues… por mucho que le tapara la visión, la escena ya estaba clavaba en su retina, impresa en su mente, grabada en su memoria como uno de esos recuerdos que jamás puedes olvidar.

El olor de Eric se movió, así que Neo apartó un poco a Raven para ver a su amigo. Se había levantado y ahora los observaba a ellos, el lobo se fue acercando sorteando a los demás cadáveres y heridos que había a su paso. Neo siguió con la cabeza gacha aun cuando tuvo frente a sí los pies de su amigo. No se veía capaz de hacerle frente, de encararlo o defenderse, de darle un pésame mal sentido cuando la culpabilidad le estaba deshaciendo el alma. Solo podía quedarse allí, quieto y recibir los gritos, los golpes, cualquier cosa que consiguiera aparcar un poco la pena de Eric.

Sin embargo, esos pies se movieron, rodeándolo para seguir hacia delante, Neo después de unos segundos se giró un poco aturdido, buscando la razón de aquel proceder. Se encontró con dos hombres que se encaraban sin escrúpulos, mirándose como si sopesaran a un enemigo.

Eric había caminado hasta colocarse frente a un Izan que lo observaba sin preocupaciones, como si fuera un esfuerzo el solo estar ahí de pie, apoyado en la pared, esperando que el otro hombre hablara. Eric se agarró a su capa blanca, agitando el cuerpo contrario y obligándolo a mirarle a los ojos. La furia refulgía por todo su cuerpo, el dolor en su expresión transformado en rabia provocó un titubeo en esa siempre tranquila actitud del Beta.

—¿Cuándo tuviste esa visión… cuando se supone que vistes al vampiro en peligro… sabías que mi Aisha iba a morir? ¿Lo viste y no me lo dijiste? ¡Respóndeme, maldita sea! ¡Izan!

Todos aguantaron la respiración por un segundo, el grito desgarrador, el sentimiento de traición que derrochaba su expresión, todo provocó un dolor profundo en los demás. Neo intentó intervenir, levantarse, hablar, pero su cuerpo no se movió, su boca no pronunció palabra alguna. Por alguna razón, se sentía paralizado, como un extraño ante la escena, como si por algún motivo, no debiera meterse entre ellos dos.

Izan desvió la mirada, tenso. Con cuidado, mientras tragaba saliva e intentaba retirarse, consiguió desencajar los dedos rígidos de Eric de la tela de su túnica, poniendo un poco de distancia entre ellos. Tuvo que sacudir la mano para quitarse los regueros de sangre que le había caído del cuerpo de Eric, la sangre de Aisha. Pensó en darse la vuelta e irse pero por la insistencia en los ojos de su amigo, supo que este no se movería del lugar hasta que él no hablara, dijese lo que dijese.

—Lo sabía —confirmó, mirando fijamente a Eric, sin arrepentimiento en su voz—. Sabía que si interferíamos y Ángel no moría, Aisha lo haría. Puede que hubiera una posibilidad de salvarla, pero por los acontecimientos que vendrán, decidí que era mejor no volver a interferir.

Eric se sentía turbado, desconcertado, se echó hacia atrás como si no pudiera creerse lo que estaba oyendo, sus ojos desencajados por la aberración que escuchaba.

—Estas… estás diciendo… —musitó, con la voz temblorosa—, que decidiste que mi mujer debía morir… por la razón que fuese… por el bien mayor que causara… que dejaste morir a Aisha, sin preocuparte de nada, ni de mis sentimientos… ni de…

Eric sentía como sus piernas perdían fuerza, como su hasta ahora fuerte voluntad se iba desvaneciendo, como momentos antes lo había hecho la vida de su esposa.

—¿Qué lo decidiste? —el rugido de Neo retumbó en toda la sala, haciendo que los lobos se encogieron atemorizados ante él—. Maldita hijo de puta, ¿quién demonios eres tú para tomar esa decisión? ¡Debiste contármelo! ¡Yo soy el que debo decidir algo así!

Neo avanzó como un huracán entre ellos, colocándose al lado de Eric. No le miró, pero dejó que su brazo rozara con el suyo, como si de alguna manera, ese fuera el único consuelo que podría proporcionarle en ese momento.

—No puedo informar de todo lo que veo en mis visiones —acotó Izan, incrédulo por el ataque al que estaba siendo sometido—. Solo se debe cambiar lo imprescindible para el bienestar de la manada, no puedo provocar un caos con mis conocimientos y que el futuro se vaya al garete. ¿Tan fácil creéis que es, saber cuándo morirán tus amigos? ¿Conocer secretos dolorosos para tus seres queridos que no puedes decir? ¿Decidir quién debe vivir o morir? ¡Yo no quiero este poder! ¡Pero esa maldita Luna me eligió como el Beta de esta manada, convirtió su bienestar en mi razón de vivir y la maldigo cada día por ello!

Neo estaba impactado, nunca había visto a Izan reaccionar de ese modo, había desesperación en su voz, dolor, un grandísimo dolor que había estado guardando para sí durante muchísimos años. Lo entendía, sabía lo atroz que era tomar una decisión sobre la vida de alguien más. Él lo hacía a menudo, y a veces, se perdían vidas innecesariamente. Pero de alguna forma, la traición, la desconfianza, eso no se alejaba de su mente. Aun así Izan debía haberle consultado a él. No había la necesidad de que le informara de cada pequeño detalle que viera en sus visiones, pero maldita sea… ¡estaba hablando sobre la vida de la esposa de un amigo!

Eric se volvió a abalanzar sobre Izan, agarrándolo de la capa y tirándolo al suelo. Cuando estuvo sobre él, con las rodillas pegadas a sus costados, con el culo presionando su pecho para inmovilizarlo, lo golpeó repetidamente, hasta que no vio como el Beta comenzaba a sangrar por la boca, no paró. A pesar de ello, los ojos de Eric cada vez se veían más oscuros, más apagados, como si hacer aquello en vez de aliviarle, le provocara un dolor aún mayor.

—Hijo… de puta… —masculló, con el llanto rompiéndole en la garganta—, ni aunque el infierno se congele, te perdonaré. Ni aunque la Luna baje a castigarme, saldrá de mi boca una muestra de compresión o perdón. Para mí no eres nadie, desde ahora, no te reconozco como miembro de esta manada.

Deslizándose sobre el cuerpo del Beta, Eric se levantó y sin mirar a nadie, corrió todo lo lejos que pudo para transformarse en lobo y desaparecer de allí. Izan todavía seguía en el suelo, cuando sus ojos se volvieron negros y se sumía en una especie de sueño intrascendente. Neo se acercó a él, colocándole una mano en el frente para poder observarlo mejor, como si así, de alguna manera, fuera a saber qué demonios estaba viendo.

La sonrisa amarga que se iba formando en la cara del Beta le causó un gran estupor, así que se retiró un poco esperando a que la visión finalizara. Cuando Izan se levantó, sentándose en el suelo, no podía dejar de reír estúpidamente, con amargura, con ironía. Su cuerpo se giró hacia el Alfa y su sonrisa se alargó aún más.

—Supongo que tengo lo que me merezco —se echó algunos cabellos sueltos hacia atrás, que con todo el ajetreo habían escapado de su coleta—. Debo mantenerme firme, intentar tomar decisiones crueles sin que me afecten, pisotear el sufrimiento de las personas para mantener viva a esta manada, y a cambio, debo pagar con el mayor dolor que un lobo deba soportar… el desprecio de su compañero —se levantó despacio, sacudiéndose las ropas—. De todas formas, no esperaba nada más.

Neo quedó en el suelo, arrodillado, viendo como otro de sus amigos se alejaba de él, como se retiraba para estar a solas, para llorar su dolor sin que nadie lo viera. Por todos los Dioses… ¿Qué demonios pasaba allí? ¿De qué compañero hablaba?

¿Pero por qué, si era el Alfa, nadie le confiaba sus problemas? ¿Por qué, a pesar de que era su deber velar por ellos, ninguno se entregaba enteramente a él? Primero Raven, después Dayira, ahora Izan Y Eric… pobre Eric…

Neo se levantó dando tumbos, casi como si su cuerpo no pudiera librarse de una inexistente embriaguez. No quiso insistir por respuestas, se negaba a suplicar por una información que como Alfa ya deberían de haberle dado. Se trataba de su gente, su familia, y sin embargo se negaban a ponerle al corriente de lo que ocurría. Tanto Dayira como Raven, le ocultaban secretos, como si de algún modo temieran su reacción, ¿por qué?

Maldita sea, no era una persona temperamental, nunca haría nada que pudiera dañar a su manada, siempre se había mantenido fiel a sus creencias, y sobre todo, los había protegido con toda el alma. ¿Entonces por qué? ¿Por qué se dudaba de él? Se sentía tan miserable, tan traicionado. Sabía que tenía que esperar, darles tiempo y distancia para que se decidieran a compartir sus preocupaciones… pero por mucho que aguardaba en silencio… nada cambiaba, ¡nada!

Observó de reojo a Raven, como si con aquella mirada pudiera transmitirle todas sus preocupaciones y dudas, pero cuando vio como el vampiro se levantaba para ir hacia él, alzó la mano para detenerlo, dándole la espalda para dirigirse al único sitio a parte del salón que todavía seguía en pie. Tenía que ir solo, tenía que pensar, que tranquilizarse… porque era demasiada la angustia, la pena, pero sobre… el miedo por lo que todavía tenía que pasar.

* * * *

Raven se levantó despacio, acercándose lentamente a Dayira. La chica analizaba las heridas de la esposa de Eric, cosiendo las cortes e intentando arreglar el cuerpo lo mejor que sabía. No quería que cuando volviera su amigo, Aisha siguiera en ese estado y era el único consuelo que podía ofrecerle en esos momentos. Aunque se mantenía callada, con la cara casi inexpresiva, se apreciaba el sufrimiento que aquel acto le conllevaba. Mantenía los ojos apretados y aun a pesar de su experiencia en medicina, las manos no dejaban de temblarle, evidenciando su estado emocional.

Y es que Raven lo entendía, él mismo compartía parte de ese dolor, a pesar del poco tiempo que llevaba formando parte de esa manada, había integrantes que ya consideraba de su propia familia. El golpe había sido duro, muy duro. Se agachó al lado de Dayira y le apoyó una mano en el hombro, intentando formar algo parecido a una sonrisa compresiva cuando la chica se volvió hacia él.

—Sé que es una pregunta estúpida, pero… ¿estás bien?

Dayira asintió, dando el último punto y comenzando a limpiar el cuerpo con una toalla húmeda. Había restos de sangre que no querían irse, así que la loba, con frustración, apretó más la tela contra aquella piel, tenía que dejarla lo mejor posible. Después de unos segundos, el trapo se cayó de su mano y ella irremediablemente comenzó a sollozar.

Sus manos fueron hacia la cara de Aisha, una de las pocas partes de su cuerpo que había quedado intacta. La acarició delicadamente, cerrándole los ojos para que el impacto visual fuera más leve, el problema estaba en su expresión de terror, con la que ella poco podría hacer.

—No quiero ni imaginar el dolor tan grande que ha tenido que sentir Eric, si yo misma siento que se me va a rasgar el corazón —le colocó mejor el cabello, intentando desenmarañárselo y que de alguna forma le tapara un poco la cara—. Esta guerra entre manadas tiene que parar, tenemos que matar a ese Alfa ante de que acabe con todos nosotros —escupió, levantándose de golpe y mirando hacia la propiedad, como si estuviera evidenciando el porqué de sus palabras.

Raven no pudo más que sorprenderse, no eran palabras habituales en la loba. La verdad, es que nunca pensó que escucharía un comentario tan belicoso de su parte. Una persona como ella, que siempre estaba intentando ayudar a los demás, que su sentimiento protector y humanitario era demasiado grande para que una persona lo albergara, tenía que haber llegado a un cierto límite para hablar así. Y él lo entendía.

—No será fácil —Raven se echó el cabello hacia atrás, hastiado de aquella situación—. Si pudiera, lo mataría con mis propias manos. Si eso le daba tranquilidad a la manada, si con ello conseguía que Neo dejara de sufrir, que todos vosotros estuvierais seguros, iría y lo mataría —escupió mientras su semblante se iba poniendo más y más sombrío—. El problema es que no es una sola persona, Dayira. Es un Alfa y tiene toda una manada detrás. Una manada que colocará en primera línea para que lo defiendan, unos lobos que tienen mujer e hijos como nosotros. Neo nunca permitirá que haya una matanza, y creo que ese maldito Alfa del Norte lo sabe.

Después de pensarlo un poco Dayira asintió.

—Neo nunca permitiría que fuéramos a su hogar y comenzáramos una guerra solo para matar a ese Alfa —y de eso estaba completamente de acuerdo con Raven—. Sin embargo, hay que encontrar una forma de acabar con él, separarlo de su manada, engañarlo con cualquier cosa que llame su atención. Hay que buscar una razón lo suficientemente importante para conseguir que Neo de la orden de atacar al Alfa del Norte.

Raven no estaba muy seguro de que pensar. Neo siempre había sido muy benevolente con todos sus enemigos. Con los vampiros, con la manada del Oeste, siempre intentando desviar el problema y la amenaza de una guerra. Pero ésta ya había sido declarada y no podía seguir viviendo en una relativa paz a costa de las vidas de los miembros de su propia manada. Pues si seguía así, aquel asunto podía llegar a convertirse en una auténtica revolución, la manada del Este ya estaba harta de tantos sacrificios.

Raven tenía que proteger a Neo a como diera lugar.

—Ahora no sé de qué forma lo haremos, pero tenemos que hablar con Izan más tarde y encontrar una solución a todo esto.

Dayira lo miró de reojo, sorprendida.

—¿Estarías dispuesto a seguir las órdenes del Beta? ¿Puedes confiar en él después de todo lo que ha… no, lo que no ha hecho? —se mordió los labios, a la vez que sus mejillas se encendía cada vez más—. ¡No puedo creer que dejara morir a Aisha!

Dayira llevaba razón, la muerte de la humana había sido un duro golpe para todos, pero casi podía comprender a Izan. No debía ser fácil manejar toda la información de la disponía de forma que beneficiara a personas en particular. Estaba claro que tenía que buscar un bien mayor, a pesar de que hubiera pequeños sacrificios. Por el carácter que compartían tanto Dayira como Neo, Raven entendía que no era un término que ellos fueran a aceptar con facilidad. Pero sin embargo él… casi lo veía como pura lógica, es más… los más contradictorio es que no sentía ira hacia Izan, ni resentimiento, lo único que le trasmitía el Beta era lastima.

¿Pero como le explicaba eso a Neo? Sencillamente era imposible. Su Alfa había visto la actitud de su Beta como una sublevación, una forma de arrebatarle poder, sin embargo, algo le decía que muy en el fondo, Neo sentía pena por Izan. No había utilizado el influjo del Alfa en él, ese hubiera sido un momento óptimo para ello, demostrándole así a los supervivientes de su manada que él seguía siendo el que mandaba y tenía la última palabra. Pero por algún motivo, no fue así. El Alfa había estado casi en todo momento en un estado de sopor, puede que las circunstancias le hubieran sobrepasado como para arremeter sobre sus amigos, porque en otro momento no hubiera dudado en hacerlo.

—Es verdad que no le tengo confianza a Izan, pero siempre ha mirado por todos vosotros, él cree que todos sus movimientos están justificados a favor de una bien mayor y puede que dentro de los estándares generalizados, esté en lo correcto. Pero por el contrario, yo opino que siempre hay que quemar hasta la última oportunidad antes de tener que inclinarse por esa opción. Él sabía que había alguna oportunidad de salvar a Aisha pero no lo compartió, y eso es en lo único en lo que no estoy de acuerdo con su actitud.  

Dayira alzó la mirada hacia Raven, clavándole los ojos esmeraldas. Era evidente que ella no pensaba igual, o tal vez, como también creía que le ocurriría a Neo, sabían que no había más salidas pero se negaban a aceptarlo. Pero eso era engañarse, claro está.

—Aunque no comparto tu opinión, supongo que el único que puede ayudarnos es Izan —se mojó los labios como si solo pronunciar esas palabras ya le secaran la boca—. Puede también que me lo haya tomado de forma personal. Me sentí traicionada por Izan cuando le contó de mi huida a Neo, cuando le dijo lo que sucedió y todo el embrollo que se formó después. Puede que Izan hubiera aprendido de ello, que a veces, es mejor callar a empeorar una situación. Seguramente, sabe más de mí de lo que me gustaría pensar.

Y era muy humilde de su parte el aceptar eso, creyó Raven. Por eso le gustaba tanto Dayira, por ese carácter modesto y sincero que la convertía en una de las personas más integras que hubiera conocido.

—¿Temes que Izan sepa de quién es el hijo que esperas y nos lo diga? —preguntó cautelosamente Raven, pero intentando hablarle a la loba con la misma confianza que ella le había brindado.

La chica pareció sobresaltarse ante la pregunta, pero rápidamente desvió la mira y la posó en la puerta de la propiedad, como si mirar a lo lejos la distanciara del problema real.

—Estoy segura de que ya lo sabe. Conoce todo lo referente a ti y Ángel, quién es el padre de mi hijo y por algún motivo, también sospecho que espera que nazca —se colocó el cabello detrás de la oreja y sonrió tristemente—. Las lobas infectadas que se quedan embarazadas o mueren antes de dar a luz o lo consiguen y el bebé muere a los pocos meses de nacer. Pero si ese fuera el futuro que me espera, Izan me lo hubiera dicho. Hubiera evitado que este niño sufriera de tal forma. Porque a pesar de todo, no creo que abogue por el sufrimiento injustificado de un recién nacido. No… yo creo que el espera algo de este niño. Que al ser medio vampiro quizás sobreviva —las palabras salían esperanzadas de su boca, casi pronunciadas con ilusión. Dayira se colocó el dorso de la mano en la frente y suspiró—. O tal vez, sea solo lo que yo quiero creer. Supongo que me estoy consolando a mí misma de alguna manera.

Raven avanzó hasta ella, rodeándole con un brazo los hombros para atraerla hasta su pecho, donde la mantuvo cobijada y segura, intentando contagiarle algo de seguridad.

—Yo no puedo ver el futuro como Izan, pero te puedo asegurar que los vampiros somos seres fuertes, que no morimos tan fácilmente, y ahí tienes a mi hermano para hacerte una idea —Raven calló al sentir como Dayira soltaba algo parecido a un sollozo tras mencionar a su hermano, sintiéndose mal, la apretó aun con más fuerza, colocando la barbilla sobre la cabeza de la chica—. Tu hijo será medio licántropo medio vampiro, ese niño vivirá. Las esperanzas de todos nosotros están puestas en ello. No lo olvides —pronunció con seguridad, separó a la chica y miró directamente a esos hermosos ojos aguados—. Me gustaría que esto transcurriera de otra forma, pero… lo único que te puedo prometer es que Neo y yo cuidaremos de ese niño. Que lo protegeremos y que nunca permitiremos que sienta el más mínimo pesar. Lo juro por mi orgullo como vampiro.

Dayira por primera vez en mucho tiempo, sonrió con ternura. Levantó la mano y acarició la cara masculina frente a ella, dejando un rastro cálido que enterneció a Raven.

—Gracias, este niño, si logra vivir, será uno de los seres más queridos en el mundo. Lo sé y te lo agradezco —dijo dulcemente, bajando su mano para agarrar amistosamente la de Raven, llevándosela a la frente en un gesto cariñoso—. Por favor, apoya a Neo cuando yo no esté, protégelo de la manada, pero sobre todo de sí mismo. Puede que no sea una persona temperamental o cruel con los demás, pero es algo autodestructivo. Por mucha fortaleza que parezca tener, en realidad, tiene un alma cálida y frágil, que ya está dañada por muchos sucesos de su infancia, por lo que está ocurriendo ahora, por favor, no dejes que se siga haciendo más daño.

Raven asintió apretando con delicadeza la mano contraria.

—Lo sé. Sé que nuestro Alfa es más frágil de lo que aparenta, a causa de ese sentido de la justicia que tiene, de esa perseverancia por hacer que todo sea lo más racional posible y menos dañino para todos. Es fuerte, Dayira, y aunque prometo que lo protegeré con toda mi alma, estoy seguro de que él buscará ayuda si lo necesita, que él mantendrá a raya a todos sus demonios por el bien de la manada. Neo es así.

Dayira asintió, de acuerdo con sus palabras, pues no había una definición de su amigo más fiel que esa. Ella había dudado al inicio de la relación entre Neo y Raven, pero se alegraba de haber apoyado al Alfa en su decisión, pues veía que podía crearse un bonito vínculo entre ambas razas. Que dos miembros de distinta naturaleza podían llegar a amarse de un modo tan profundo y especial. Porque todas las relaciones anteriores no hubieran funcionado, no regía el que esta no fuera a hacerlo. Y deseaba con todo el corazón que así fuera.

—Quédate siempre a su lado de todas maneras, que no pierda nunca tu apoyo y eso será suficiente para él —musitó dulcemente, la loba.

—Eso haré.

Dayira soltó la mano de Raven y le volvió a sonreír, se sentía más tranquila después de hablar con el vampiro, de mantener una conversación tan esperanzadora con él, una conversación que tanto había querido tener y que nadie se había atrevido a sacar a la luz. Ella necesitaba hablar de un después de… de que pasaría cuando ella no estuviera. Quería estar segura de que ese niño quedaba en buenas manos, que todos sus seres queridos estarían a salvo, de que Neo nunca estuviera solo de nuevo. Esa era una de las cosas que más le preocupaban.

Después de un rato en silencio, ambos se separaron, observó a Raven de buscar por la estancia, no sabía a quién y estaba segura de que no se trataba de Neo, pero sea lo que fuere, el muchacho parecía un tanto nervioso. Lo dejó tranquilo, pues al igual que ella en ese mismo momento, él también necesitaba intimidad. Todos allí, en ese salón, rodeados de cadáveres y heridos necesitaban algo de soledad para llorarle a sus seres queridos, tranquilidad para enfriar sus emociones y poder sobrellevar el mal trago por el que estaban pasando.

Dayira caminó despacio por el albero del patio, retirando algunos escombros a su paso para despejar algo el camino. Había sangre en la tierra y en las paredes, tendrían que limpiarla antes de nada, para que los cachorros de la manada no la vieran. Se sintió mal por cada perdida, por cada familia destruida, por las decenas de niños huérfanos que se iban acumulando en la manada. Pero lo que más le dolía es que el suyo sería uno de estos. Puede que Neo y Raven lo adoptaran, que lo quisieran y lo cuidaran, por supuesto que eso la dejaba mucho más tranquila y sobre todo agradecida, pero a ese niño le faltaría el amor de su madre, el de su padre, y eso le dolía. Quería tener aunque fuera la oportunidad de besarlo antes de morir, de poder cogerlo en brazos y susurrarle palabras tranquilizadores mientras le acunaba. Se conformaba con unos míseros minutos. Solo quería verle la carita, para que aunque muriera, su alma nunca olvidara ese rostro.

—Dayira…

La loba se giró a su izquierda cuando llegó a las puertas medio derruidas de la Propiedad. Allí en uno de sus muros, estaba apoyado Ángel, observándola con una expresión tranquila, serena, casi rayando la dulzura. Tragó saliva e intentando permanecer tranquila, se colocó a su lado, apoyando también su cuerpo en la fría piedra.

—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó Dayira con voz entrecortada.

Solo portaba una sábana y la piel expuesta a aquella temperatura la hacía estremecerse de frío. Todos en la manada estaban con las mismas fachas, pues tras la transformación la ropa había quedado hecha añicos y todavía no se había permitido el acceso a las viviendas hasta que no se verificara su seguridad. Aunque tampoco esperaba que hubiera quedado mucha ropa en buen estado.

Dayira observó cómo Ángel se iba desabrochando la camisa, pasándosela por los brazos y sacándosela en un ágil movimiento para tras ello, colocársela en los hombros, tapándola con elegancia. Avergonzada por un acto tan caballeroso, se agarró ambas partes de la camisa para apretarlas contra el pecho y calentarse un poco.

—Gracias.

Ángel solo asintió, para seguir mirando hacia delante, como si estuviera meditando algo. Cuando la chica pensó que no le iba a contestar, el vampiro cambio el peso de un pie a otro y sin mirarla dijo:

—¿Llegaron a abusar de ti antes de que yo llegara? —la pregunta había sido pronunciada en un tono bajo, ronco, casi como un ruego por estar equivocado.

¿Así que ello le preocupaba? Dayira se sentía un poquito feliz tras saberlo. Nunca creyó que Ángel se hubiera parado a pensar en ella, que una vez que se había marchado, el vampiro había vuelto a su vida normal sin reparar de nuevo en su existencia. Pero veía que no, que por algún motivo que Ángel aun no entendía, la había tenido presente, por mínimamente que fuera, había pensado en ella y eso la hacía feliz.

—Estuvieron a punto de lograrlo, pero no lo culminaron, no lo hicieron gracias a ti, así que nunca podré estarte más gradecida. Tú me salvaste y de verdad, de verdad te lo agradezco.

A pesar de esclarecer su duda, el vampiro no parecía más aliviado, pues seguía caviloso, buscando la manera de formular su próxima pregunta. Apoyó un pie en la pared, cruzándose de brazos, había algo en su mirada carmesí que la preocupaba. ¿Qué era aquello que tanto le preocupaba al vampiro? Porque estaba segura de que él no se había dado cuenta de nada, aunque eso a ella le partiera el corazón.

—¿Somos Raven y yo los únicos vampiros con los que te has relacionado?

¿Era aquello una pregunta trampa? Dayira tragó saliva y se giró con premura, intentando pensar en algo que responder sin que el vampiro viera tantas dudas en su cara. Suponía que tendría que ir diciendo la verdad, o apegarse a ella lo máximo posible. ¿De qué le serviría mentir? Una cosa era ocultar alguna verdad, pero mentir no estaba en su naturaleza. El engaño solo traía problemas.

—Sí, solo he entablado algún tipo de relación con vosotros.

Ángel parecía aún más sorprendido por ello. Sin más preámbulo, se separó de la pared y se giró para encararla. Dayira le correspondió a su mirada con unas segura y tranquila, apremiándole a que preguntara todo lo que quisiera, pues ella no iba a contarle más de lo que él quisiera o debiera saber, pero nunca mentiría si el vampiro descubría la verdad.

—Si esos vampiros no pudieron culminar sus intenciones, si Raven ya está emparejado con el Alfa, solo puedes estar embarazada de un lobo. No sé quién de estos será tu compañero, pero lo que no entiendo es porque a ese feto le late el corazón de una manera más parecida a la de un vampiro que a la de un licántropo.

Dayira asintió, dándole la razón.

—Porque su padre es un vampiro, evidentemente.

—¿Quién? —escupió sin entender, estaba confundido, casi temeroso, como si no quisiera pensar en ninguna posibilidad. Tras esperar una respuesta que no llegaba por parte de Dayira, que solo lo miraba con dulzura, sin intenciones de añadir nada, el estupor que sentía creció aún más. Ángel se echó hacia atrás, como si necesitara poner distancia entre ellos—. No lo entiendo, ese niño no puede ser mío. Yo no sentí nada cuando estuvimos juntos, solo tengo una estrella en mi cuerpo, una que no sentí volver a arder como la primera vez.  Te estas equivocando, tienes que pensar en otra posibilidad. Es completamente imposible.

Sus palabras eran tan dolorosas… Dayira contrajo su rostro en una mueca de dolor, su pequeño cuerpo se estremeció, intentando contener toda la desesperación, todo el pesar y sufrimiento con el que había estado cargando los últimos meses. Sabía que esto ocurriría, que terminaría así. Ángel nunca había notado nada extraño cuando estuvo con ella, pero sin embargo, para Dayira había sido un renacer, otra realidad expuesta sobre la vida de soledad y amargura que el hecho de no ser la compañera de Neo le había causado. Siempre había amado a su amigo por sobre toda las cosas, y aunque no negaba que lo quería, la primera noche que estuvo con Ángel la forma en la que veía la vida cambió. A lo que ella había dado una importancia extrema, ahora carecía de valor, dándose cuenta de las cosas que en realidad tenían prioridad, lo que significaba de verdad vivir.

En ningún momento había pensado contarle la verdad a Ángel, siempre supo el sufrimiento por el que tuvo que pasar en su existencia como vampiro, en su amor no correspondido con su primer compañero. Sabía el profundo dolor que le había causado el rechazo del padre de Neo, ella no quería volver a atarlo a otro licántropo. Si hubiera alguna esperanza de que Ángel volviera a amar, ella lo hubiera intentando pero… iba a morir, se iría y no podría quedarse a su lado. Dudaba que Ángel volviera a querer a alguien alguna vez como lo había hecho con Dante, pero aunque lograra esa proeza, ¿de qué le serviría? El pobre vampiro solo sufriría el doble cuando ella muriera, y eso es algo que no podía permitirse, ni perdonarse, no podía hacer que Ángel sufriera más de lo que ya lo había hecho.

Pero tal vez, la idea de saber que tenía un hijo, que su vida había servido por lo menos para crear a otra, le reconfortara de manera existencial, que le provocara un mínimo consuelo. No sabía si iba a hacer lo correcto pero ya había tomado la decisión, esperaba no tener que arrepentirse por ello.

Dayira carraspeó la garganta y se agarró un poco la sábana, subiéndola despacio por sus piernas.

—Como ya sabes, lo machos muerden a sus parejas, dejándoles una estrella en aquel lugar si son sus compañeros. En mi caso, al estar emparejada con un vampiro, no había manera de que pudieras dejarme una marca —la explicación se cortó con un jadeo, Dayira todavía no estaba segura del todo de lo que iba a hacer, así que su mano quedó paralizada a medio camino, mostrando sus piernas hasta las rodillas.

—Entonces… —Ángel se mojó los labios, acercándose un poco más a la loba—, si no tienes una estrella, ¿por qué sospechas que estas empareja con un vampiro? ¿Conmigo?

La mano de Dayira volvió a ascender, intentando mantenerse firme en su decisión.

—La primera vez que estuvimos juntos, sentí algo extraño, como algo encenderse dentro de mi cuerpo, pero no pude saber en aquel momento que era, porque en poco tiempo, volvimos a yacer juntos, y estuvimos así durante muchos días —tomó aire profundamente y le mostró su ingle, donde una hermosa e intrincada estrella negra, se mostrada esplendorosa sobre su piel lechosa—. Cuando me quise dar cuenta, tenía la misma estrella negra situada en el mismo lugar que la tuya. Te puedo asegurar que no hay más explicación posible.

Los ojos de Ángel se dirigieron a aquella zona, observó los retales de la tela enmarcar una de las hermosas piernas de la joven y aunque no fuera el momento, sus ojos tardaron en subir por ellas, en centrarse en lo que realmente estaba buscando. Justo al lado de algunos suaves rizos, estaba la oscura estrella, en el mismo lugar, con la misma forma, casi era irracional poner en duda que si las colocabas juntas encajarían.

—¿Pero cómo? ¿Cuándo? Yo no sentí nada, no me di cuenta…

Dayira lo entendía, o más bien lo quería comprender. Intentando una y otra repetirse como un salmo que aquellas palabras no se introducían en su corazón como miles de agujas envenenadas. Ella era más fuerte que todo eso, tenía que serlo.

—Dentro de los compañeros, los que no son licántropos, no pueden sentir el influjo de la Luna, esa posesión, ese amor que nos hace cegarnos, depender, enloquecer por nuestra pareja. No llegaste a sentir el picor en tu estrella porque está ya estaba dibujada en tu cuerpo por una relación con un licántropo anterior. Tú no notaste nada cuando te emparejaste conmigo, pero yo sí —sus ojos, en contra de su voluntad, se cristalizaron por las lágrimas contenidas—. Yo sí.

Ángel se pasó una mano por la cara, como si con ello fuera a olvidar todo lo que acababa de escuchar. Había habido trozos de aquel puzzle rondando su cabeza, pero nunca se atrevía a unirlos, no quería saber tal verdad. Tener una compañera, una loba, no entraba dentro de sus deseos, no le interesaba volver a experimentar un amor así. Y no lo haría. Pero la razón más importante por la que no quería tomar conciencia de lo sucedido era por otra cuestión más distinta. Había cometido muchos errores, muchos errores por lo que sentirse avergonzado, pero el delito que había cometido con esa pequeña chica, es lo que lo condenaría eternamente a una vida de sufrimiento, por lo que no merecía ni siquiera una muerte piadosa. Tendría que penar hasta el final de sus días.

El vampiro cayó al suelo, cogiendo sorpresivamente las manos de Dayira y tapándose la cara con ellas. La chica dio un salto hacia atrás por la sorpresa, pero él no le soltó las manos, estiraba de ellas como si la vida le fuera en ello. La tensión de su cuerpo, el temblor que lo cubría, todo le indicaba a Dayira que el sufrimiento del vampiro iba más allá del hecho de tener un nuevo compañero.

—Si ese hijo es mío, si no has estado con otro vampiro que no sea yo. No tengo razones ni para pedir tu perdón. Si pudiera quitarme esta pena eterna que me prodigó la maldita enfermedad que padezco, te entregaría todos los días de esa vida que me quedaran. Pero no puedo…

Así que era eso. Lo que al vampiro le dolía es haberla infectado, haberla condenado a muerte. Dayira no supo por qué, pero eso la tranquilizó, la llenó de calidez, esa pureza en el corazón de su compañero era suficiente para ella.

La loba se agachó también, quedándose de rodillas en el suelo y abrazando al vampiro. Lo estrechó fuerte contra ella, entrelazando sus dedos en aquel sedoso pelo negro, apretando su cara contra su cuello, oliendo esa esencia almizclada que tampoco había extrañado.

—No tienes nada de lo que disculparte. Voy a morirme, lo sé. Pero me has dado algo que siempre quise, me has entregado la unión, el lazo que siempre anhelé. La Luna te eligió para que fueras mi compañero, y yo le estoy agradecida por ello. Me permitió experimentar lo que es estar entre los brazos de mi pareja, el sentir su calidez, su pasión, pude compartir contigo un tiempo, que aunque reducido, significó mucho para mí —se alejó del vampiro para poder mirarlo a la cara, para que con su expresión de ternura y el brillo en su ojos, pudiera saborear la sinceridad con la que le hablaba—. Pero el regalo más grande que me diste es este niño que llevo en mi vientre, el cual nacerá, será querido, crecerá con amor y un día protegerá todas estas uniones que hoy estamos forjando —Dayira alzó la mano para acariciar su cara, deslizando los dedos por su mejilla, dejando que su tacto calentara su fría piel—. Nunca me arrepentiré por estar contigo, ni por el destino que ello conlleva. Nunca.

Ángel no podía creer que tanto amor cupiera en un cuerpo tan pequeño. Que tanta ternura y compresión pudieran desprenderse de una misma persona. Sin poder evitarlo, estrechó a la loba entre sus brazos, hundiendo la nariz en su pelo, arropándola con brazos protectores y apretándola en su regazo como si la vida le fuera en ello. No sabía cómo iba a hacer frente a sus responsabilidades, el haberle puesto a su compañera una fecha límite a su vida, pero de lo que sí estaba seguro es que la protegería. Daba igual el tiempo que le restara, él la cuidaría con todas sus fuerzas, no dejaría que padeciera, ni en el último momento de su vida. Y ese niño, a su hijo, lo mantendría a salvo, estaría toda su vida eterna protegiéndolo en las sombras, juraba por todo los seres existentes que nunca saldría herido mientras él pudiera evitarlo.

—Yo estaré aquí para ti hasta el último momento, protegeré a ese niño de todo lo que pudiera herirle. Pero eso es todo lo que te puedo ofrecer. No se si será suficiente, si compensa por el daño que te he causado, a ti y a todos tus seres queridos, pero es lo único que este lamentable vampiro puede ofrecerte.

—Y yo no esperaba nada más.

Dayira se levantó, poniendo una amplia distancia entre Ángel y ella. Lo necesitaba en ese momento para aclararse las ideas. Ella no buscaba nada más. Sabía que él nunca la amaría como a Dante, y a pesar de ello, no se sentía desgraciada. No quería nada de él más que lo que él pudiera ofrecerle. Se sentiría plena solo con eso. Era todo lo que necesitaba hasta que el momento final llegara.

No se volvieron a hablar, Ángel alzó la mano como en un torpe intento de retenerla cuando ella pareció girarse para irse, sin embargo, quedó allí quieto, la hermosa loba lo había retenido con una sonrisa, sonrisa dibujada con la expresión más triste que había visto en su vida. Así que se mantuvo quieto, observándola de marchar, de alejarse de él con el suave vaivén de sus caderas, con esos pasos pequeños pero firmes que le otorgaban una confianza y personalidad que muchos quisieran. Era una mujer magnífica.

Una mujer que se merecía mucho más de lo que él nunca hubiera podido entregarle.

¿Por qué la Luna lo había vuelto a elegir para ser el compañero de otro lobo? ¿Por qué de una hembra sabiendo que la mataría? Esa maldita diosa de los licántropos lo tenía que odiar, de eso estaba seguro. Pero a lo que más odiaba era a sí mismo. Se sentía tan hipócrita, tan derrotado y traidor. Tantas veces como había maldecido a Dante por no amarlo, por ni siquiera intentar hacerlo y ahora, dentro de su ser, aunque lo odiara con todas sus fuerzas, podía llegar a entenderlo. Nunca podría amar a Dayira como una vez amó a Dante. Daba igual si eran compañeros o no, nunca lo lograría, era un trabajo en vano.

Sabía que no había mujer más íntegra que ella. Era buena, cariñosa, lista y sincera, la mujer perfecta, por la que cualquier hombre perdería la cabeza. Su hermosura podría eclipsar la de la misma Luna, y sin embargo, aunque la deseara, aunque la quisiera, nunca podría amarla como a Dante, como a él nunca, a nadie. Cuando fuera a morir, su último aliento sería para pronunciar su nombre, su último pensamiento sería para recordar su cara, y justo antes de perecer haría bombear su corazón, rememorando como era su latir cuando estaba a su lado.

Como lo amaba, aun ahora…

 * * * *

Neo bostezó, estirazando los brazos y crujiéndose el cuello. Había estado un par de horas durmiendo en aquel incómodo sillón, pero la biblioteca, lugar al que hacía meses que no bajaba, era una de las pocas estancias que habían quedado intactas tras la batalla. Volvió a bostezar y echó la cabeza sobre la mesa, intentando relajarse. Aquel descanso le había venido bien, ahora estaba más tranquilo, más sereno para poder pensar.

Después de darle vueltas a la cabeza durante un rato, se sintió mejor al verificar que sus acciones habían sido las correctas. Aquella batalla nunca debió suceder, el Alfa del Oeste no era una mala persona, solo había protegido a su manada la cual creía amenazada por vampiros. Suponía que estando en su lugar, hubiera actuado de forma similar. No podía dar rienda suelta a la venganza, eso solo traería más muerte, más matanza tras ella, y así un no parar hasta que ambas manadas quedaran casi extintas. No podía permitir que algo así pasara, y suponía que el Alfa del Oeste tampoco.

Lo que no sabía es que hacer con el asunto de Dayira, no podía quedarse de brazos cruzados sin saber quién era el padre de ese niño, no podía permitir que aquel bastardo pudiera ir y reclamarlo cuando su amiga ya no estuviera, pues ese bebé estaría bajo su protección conforme diera su primer aliento. Sería su hijo con todas las de la ley y sabía que Raven también estaría de acuerdo con ello.

Eso le llevaba a otro asunto, Raven. Ese pequeño vampiro suyo que sabía mucho más de lo que aparentaba. Cuando lo había acogido bajo su protección, era solo un chiquillo que no sabía más de la vida que vivir enclaustrado en una mansión. No conocía de sentimientos, relaciones, lazos, era como un lienzo en blanco que el intentó pintar con los más bellos colores, y creía haberlo conseguido. Pues su nene se había convertido en un magnífico hombre, uno que podría eclipsarlo hasta a él. Se sentía muy orgullo de ese logro.

Pero por ello, también, el sentimiento de que pudiera estar traicionándolo lo llenaba de ira. ¿Qué era eso que le ocultaba? ¿Por qué desde que había llegado su hermano todo se había ido al garete? Por mucho que lo pensara, todo, todo lo que se había torcido, tenía relación de alguna manera con aquel otro vampiro. ¿Qué le ocultaban? ¿Qué sabía Izan que no quería compartir? ¡Había elegido la vida de Ángel por encima de la de Aisha! El Beta no hacía las cosas porque sí, tenía que haber una razón importante para ello. ¿Pero cuál?

—¿Qué haces aquí? —la voz ronca de Izan cruzó la habitación hasta él. El tono receloso le provocó ganas de reír.

El Alfa bostezó y descansó la cabeza sobre los brazos que mantenía extendidos sobre la mesa. Tirando algunos libros al suelo cuando se estirazó.

—Soy el Alfa y voy donde me da la gana. No sabía que tenía que pedirte permiso para bajar a la biblioteca, Beta —cuando Izan no cambió la expresión, casi sintió ganas de hacer algún puchero—. ¿Qué haces tú aquí? —escupió, aunque realmente no es que le importara.

Ahora sí que percibió un ligero titubeo por parte del otro lobo, que buscaba algo con los ojos. Después de uno segundos, en el cual su semblante pareció relajarse, se colocó bien la capa y dijo:

—Solo vengo a buscar un poco de información sobre algunos temas que me conciernen —dicho esto, se agachó para coger un libro como quién no quiere la cosa y lo mantuvo pegado a su capa—. Te pediría que me dejaras durante unas horas la biblioteca. Necesito tranquilidad para pensar.

Neo soltó una risita irónica mientras se levantaba lentamente.

—Claro, para pensar sobre el futuro de mi manada. ¿Qué mierda crees que estás haciendo? —gruñó, dando un fuerte puñetazo sobre la mesa—. ¿Te crees más fuerte que nadie? Es verdad, que me molesta que no me hagas partícipe de tus visiones, que me excluyas de decisiones que son de mi competencia, pero lo que más me jode, demonios, es que creas que eres lo suficientemente fuerte para cargar con una obligación así —y estaba siendo sincero con ello, maldita sea.

Izan no supo cómo tomarse aquello, ¿se suponía que el Alfa estaba preocupado por él? Después de todo lo que le había ocultado, del dolor que debería haberle causado muchas de sus dediciones, ¿aún se preocupaba por él? Se sintió raro al pensar así, nunca antes un Alfa se había preocupado de su Beta, los protegían para mantener viva su habilidad, pero como personas, siempre eran excluidos, mantenidos al margen del resto de la manada. Izan se había acostumbrado a vivir así, no tenía rencores hacia nadie, pues aquel era un deber que le había sido asignado y tenía que vivir con ello.

Pero Neo, de alguna manera… era diferente. Le provocaba tanto desconcierto que a veces no sabía cómo actuar con referencia a él.

Izan carraspeó la garganta.

—Yo solo cumplo con mi deber.

¿Cumplir su deber? Eso era algo que le sonaba muy de cerca a Neo, y también conocía la fatiga existencial que ello conllevaba. Que tonto su Beta, que tonto… iba a cometer el mismo error que él.

—Lo sé —musitó más relajado Neo, al escucharlo Izan entrecerró los ojos, cauteloso—. Cuando eres elegido por la Luna, cuando te es entregado un deber que conlleva el velar por centenares de vidas, uno no puede pararse a pensar en uno mismo. Ese deber se convierte en el único motivo de tu existencia. Yo lo entiendo mejor que nadie. Pero Izan… —el aludido alzó la mirada hacia él, quedando ambos cara a cara—, ante todo está uno mismo. Y sé que soy egoísta al decir esto, pero… siempre hay que tomar decisiones que no solo ayuden a la manada, que busquen el mal menor, no… también hay que pensar en uno mismo, en nuestros sentimientos. Porque Izan, también estamos vivos, sentimos y sufrimos, nosotros también merecemos que se nos tenga en cuenta —dio otro puñetazo a la mesa, pues más que intentar hacer que Izan lo comprendiera, pareciera que intentara convencerse a sí mismo—. Nosotros también tenemos derecho a buscar nuestra propia felicidad, yo también quiero ser feliz.

La cara de Izan se cubrió con una triste expresión, casi melancólica. Sus ojos entrecerrados y el movimiento de su cabeza, acompañados de esa amarga sonrisa, fue una contestación para Neo.

—Nosotros no tenemos tiempo para buscar esa felicidad que tanto exiges. Yo tengo que decidir sobre la vida de los demás, sobre las guerras de esta manada. En esas visiones veo el próximo sufrimiento de nuestra gente, sus momentos de agonía, cuando mueren, sin poder remediarlo. ¿Crees que alguien puede buscar felicidad cuando está viendo a su amigo sufrir por la pérdida de su compañera? ¿Cuándo esa perdida ha sido efectuada a causa de mi decisión? ¿Crees que mi conciencia puede resistir eso? —soltó una risita irónica antes de decir—: ¿Cuando la Luna elige a ese mismo lobo para ser mi compañero? Yo no he nacido para ser feliz, Alfa.

Neo no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. No podía entender por qué la Luna había hecho algo así. El dolor que Izan mantenía en su corazón era demasiado para que una persona lo albergara. Apretó los puños y se mordió el labio, odiaba el sentimiento de impotencia que ahora mismo le oprimía el corazón. Tenía que haber algo que él pudiera hacer. Era el Alfa, su obligación era mantener a su manada en paz, tanto física como mentalmente.

—Tienes que compartir esas visiones conmigo, Izan. Desde ahora tú te encargarás solo de transmitírmelas, y yo tomaré cualquier decisión que haya que tomar. Así tú, de alguna forma, tendrás un poco más de tranquilidad. Es una orden.

Y lo decía con toda la seriedad del mundo, si tomar él toda la responsabilidad aliviaba un poco el peso que cargada su Beta, él lo haría, aunque aquello solo le causara un dolor mayor. Soportaría eso y mucho más siempre que su manada estuviera tranquila y segura, que viviera en paz.

De nuevo, Izan se atrevió a contradecirle con una negación. Neo empezaba a ponerse nervioso ante la actitud negativa del otro lobo. No quería tener que obligarle a obedecerle, usar el influjo del Alfa sobre una persona que estaba sufriendo tanto, pero lo estaba forzarlo a considerarlo.

—Si alguno de los dos debe sufrir, soy yo. He cometido muchas faltas, he hecho mucho daño, he errados más veces de la que debiera, soy una persona sucia, impura, que ya no tiene solución. Mi compañero nunca me aceptará y yo lo comprendo, de alguna forma, tampoco quiero unirme a él. Hacer que sufra cada vez que yo lo haga, pues el amor es así. Sin embargo, si sigo actuando como ahora, tu podrás mantenerte un poco más limpio, más puro, podrás preservar esa felicidad que ahora mantienes con Raven. Te aprecia, y tú a él. Tenéis una unión tan fuerte que ni los duros momentos que quedan por venir, lograran separarlos. Lo sé, lo he visto, así que… si tengo que preocuparme porque alguno de los dos sea feliz, haré todo lo posible para que tú puedas serlo. Yo ya no tengo salvación. Que por lo menos uno de los dos sea feliz, ese es mi deseo.

Neo estaba totalmente confundido, Izan le ocultaba sus visiones porque quería intentar que él no tuviera que preocuparse, que tomar esas decisiones donde miembros de su manada debían morir. Quería que su conciencia quedara limpia, que no sufriera, que pudiera vivir con tranquilidad al lado de Raven. Le estaba agradecido por ello, por intentar salvaguardar su alma de tanto dolor, aunque no pudiera mantenerla intacta. Su bondad siempre la tendría en cuenta. Pero… ¿Dónde dejaba aquello a Izan? ¿Quién le daría a él un poco de felicidad?

—Yo no te he pedido que hagas eso por mí. Esta manada es mi responsabilidad, tú eres mi responsabilidad —cuando la mirada fija de Izan no titubeo, Neo soltó un largo suspiro de derrota—. ¿Es tu última palabra?

—Por supuesto. Yo no hablo en vano.

Y Neo lo sabía, su Beta era conciso y al grano, no solía desperdiciar palabras, ni dar rodeos, puede que hoy fuera el día que más lo había escuchado hablar desde que se conocieron. Solo le quedaba aceptarlo, darle espacio a Izan para que pudiera maniobrar como él viera conveniente, y a la vez apoyarlo desde las sombras, intentando darle aunque fuera un mínimo de consuelo.

—Gracias —fue lo único que dijo Neo, colocándose bien un pantalón que había recogido tirado en algún lado y saliendo de detrás de la mesa. Izan observaba cada movimiento que hacía, como si de alguna forma tuviera premura en que se fuera e iba a darle el gusto. O eso fue cuando sus ojos se centraron en unas pequeñas letras que casi borradas, pudo ver en la portada del libro que Izan había guardado pegado a su túnica durante toda la conversación. Acercándose lentamente extendió su mano y dijo—: Esa caligrafía… Dame eso.

Izan titubeó, dando un ligero paso hacia atrás. Aunque su expresión no había variado, su cuerpo desprendía un cierto olor que a Neo le indicaba que estaba nervioso.

—No puedo.

El Alfa apretó los dientes y endureció la voz, intentando controlarse.

—Esa es la letra de mi padre, así que dame eso.

El Beta tragó saliva y volvió a dar otro paso hacia atrás. No sabía qué hacer con las manos, así que las colocó sobre el libro y las apretó contra la túnica. El ser que lo veía todo con antelación, ahora mismo parecía estar fuera de sí sin entender que estaba ocurriendo.

—No puedo, todavía no. Esto no debía suceder hasta dentro de un mes. Si te lo doy, el resultado de mis visiones volverá a cambiar, y no quiero ni pensar cómo podría repercutir eso.

—Me da igual, Izan. Tú mismo lo has dicho, a veces tus visiones pueden cambiar, porque el futuro no está cien por cien escrito, a veces, tendríamos que intentar por todos los medios cambiar esas visiones para tratar de mantenernos a todos a salvo. Así que… dame el puto libro o me obligarás a algo que no quiero hacer.

E Izan sabía, que en el estado de nervios en el que se encontraba nuevamente su Alfa, no dudaría en hacerlo. Pero… si se lo daba, ¿Qué le ocurriría a Ángel? Y lo que más le preocupaba… ¿Qué ocurriría con Eric? Todavía quedaba un mes para aquella confrontación, si lo aceleraban, si obligaban a la manada del Norte a actuar con antelación… demonios, ellos no estaba preparados para combatirlos en aquel momento. No podía entregarle el cuaderno, ni aunque lo forzara, le golpeara o casi lo matara, no debía permitir que cayera en las manos de Neo.

Izan alzó la mirada hacia Neo, intentando enfrentarla, pero lo que vio lo dejó sin respiración. Sus órdenes eran firmes, su voz segura y autoritaria, pero sus ojos estaban cubiertos de miedo, de incertidumbre, de confusión hacia todas aquellas cosas que se le ocultaba y que no conocía. El Alfa había dicho que a veces, más que intentar elegir cual visión era la correcta, que intentar preservar y recorrer esas visiones con la mayor exactitud posible, era el lograr cambiarlas lo que tenía que preocuparles. Intentar que las vidas que se vieran desaparecer en ellas, pudieran salvarle gracias al conocimiento que ya se tenía. Si le entregaba el libro, tal vez la vida de esas dos personas pudiera salvarse. Pero entonces, ¿Qué ocurriría con Eric? ¿Y si el resultado era el mismo que con Aisha?

¡¿Qué maldita decisión tenía que tomar en aquel momento?!

—Toma —dijo Izan, casi sin mover la mandíbula de lo tensa que tenía la cara. No quería pensar más en lo que estaba haciendo, pues había decidido confiar en su Alfa, era la única esperanza que le quedaba—. Es el diario del Beta. Pasa de generación en generación, para que los Betas puedan aprender de los errores de sus antepasados. Yo también tengo el mío.

Neo lo cogió de un estirón, sin poder creerse lo que escuchaba.

—¿Estás diciendo que tu tenías el diario de mi padre desde hace años y nunca me lo dijiste? Yo habría dado cualquier cosa por saber más de él, por conocerlo un poco mejor. ¡Y tú me lo ocultaste!

Izan agachó la cabeza en señal de respeto, dando varios pasos hacia atrás. Mantuvo la reverencia, con una actitud firme, sin demostrar ni un ápice de remordimiento. La rabia que sentía Neo y tenía atorada en la garganta casi lo ahogaba. Izan creía que lo había protegido de lo que fuera que había escrito en aquel diario, no se sentía culpable por habérselo ocultado. Y aunque su mente lo entendía y respetaba, su corazón chillaba de dolor.

Giró su cuerpo de nuevo hacia la mesa, donde con tres patadas retiró la silla para poder sentarse. Golpeó la madera con el libro antes de abrirlo y comenzar a leer, no podía esperar, las ansias que sentía por saber que le estaban ocultando no le dejaban apartar el libro a un lado para leerlo más tarde. Tenía que saberlo, ya.

Abrió el libro por el principio, las acotaciones eran cortas, todo estaba escrito de forma que se hacía difícil de entender. Tuvo que leer varias veces las primeras entradas para entender los paralelismos y saber a quién se refería su padre en cada momento. Siguió con sus dedos la hermosa caligrafía, como su padre se expresaba con intenso amor en referencia a él y a su hermana, al igual que con su madre. El principio del diario tenía una bella letra, a pesar del sufrimiento que se transmitía por la muerte de su madre, su padre se centraba en la felicidad que ellos le causaban.

Neo sintió calidez, ternura, si él hubiera podido leer esos pasajes cuando era joven, tal vez hubiera sufrido menos, tal vez, hubiera pensando de mejor forma de su padre. Al paso de los días, la caligrafía se iba endureciendo, y un nuevo sujeto hizo aparición. Su padre no había sido muy cauteloso con el apodo que utilizaba para referirse a él, pero aquel ángel aparecía una y otra vez a lo largo de todo el diario. No estaba leyendo nada que él no supiese, estaba claro que Ángel no había estado allí solo por el pacto entre ambas razas, ese maldito era el compañero de su padre. Y él ya lo sospechaba. El sufrimiento que siguió a la siguientes páginas lo iban dejando más y más acongojado, estaba tan nervioso que ya las pasaba casi sin leerlas, solo quería llegar al final, saber cómo había muerto su padre, eso era lo único que le interesaba en aquel momento.

—No puede ser… —a Neo se le atragantaban las palabras mientras leía el sufrimiento por el que había pasado su padre, y aquel bastardo… aquel bastardo era la razón por la que estaba muerto. Lo engañó, engañó a su padre aun sabiendo que este lo iba a ver en una visión, a él le daban igual todas las razones que hubiera podido tener para hacerlo, no podía soportar la idea del dolor que aquello le había causado a su padre. Aun si no amabas a tu compañero, el hecho de que este se entregara a otro ser… nada más de imaginar a Raven con otra persona… Cuando llegó a la última página, con toda su furia, Neo estrelló el libro contra la mesa, rebotando y cayendo al suelo, justo a los pies de Izan, que con cierta parsimonia, se agachó a recogerlo—. No puedo creerlo, ese bastardo mató a mi padre. Por su culpa, por esa traición… mi padre está muerto, ¡muerto!

Quería contener las lágrimas de rabia, de impotencia, de traición. Raven sabía todo aquello, seguramente su hermano se lo había contado cuando volvieron a encontrarse. El muy maldito se lo había ocultado para mantener a ese asqueroso vampiro a salvo bajo la protección de la manada. Era gracioso, Raven, su compañero, la persona que debía ser la más importante en su vida, lo había engañado para que protegiera al responsable de la muerte de su padre. Lo que más dolor le causaba, es que como un tonto había estado esperando por esa sinceridad, por esa confianza, al día en el que Raven se abriera y le contara todo lo que estaba pasando. Pero ese día nunca llegó, para Raven él no significaba tanto, como el vampiro significaba para él. Y le daba igual si aquello era llamado amor, posesión, o deseo.

—Aquello fue una situación complicada. Nadie tuvo la culpa de como terminó. Raven… —por fin, Izan captó la atención de Neo, que ascendió los ojos hacia él como si quisiera fulminarle—, solo quería ahorrarte ese dolor.

Neo soltó una risita, para después romper en carcajadas, sin sentido, dejándose llevar por la angustia y rabia que lo desbordaban.

—Claro, para que no sufriera, que considerado —escupió, derrochando ironía—. Todo lo que quería ese maldito vampiro era proteger a su hermano, a costa de cualquier cosa, ¡a costa de mí, que soy su compañero! —el gritó retumbó por toda la estancia, Izan temió que alguien cerca de las escaleras se alertara por ello—. Desde que aquel maldito vampiro llegó, todo se ha ido al garete, Raven me ha ocultado sobre la muerte de mi padre, prefiriendo proteger a ese asesino, tu antepones la vida de Ángel que a la de un miembro de esta manada, como si él fuera importante para algo… para… —Neo de repente calló, pues un recuerdo de hace unos días llegó a él como un tsunami. Cuando entró en aquella habitación y vio a Dayira apoyada dulcemente sobre el pecho de Ángel, no supo que pensar, pero ahora… no podía ser…—. Dayira… el compañero de Dayira es… el padre de ese niño… el bastardo que la infectó… ¡maldito sea!

Izan no lo entendía, ¿cómo coño había descubierto todo aquello? ¿De dónde había sacado esa deducción? El cuerpo del Alfa se levantó como un huracán de la silla, arrasando con todo lo que hallaba a su paso. El Beta corrió para interponerse en su camino, así como iba, nada de esto podía resultar bien. Antes de poder evitarlo, el manotazo que le propinó Neo lo lanzó contra una de las estanterías, golpeándose dolorosamente la espalda y cayendo estrepitosamente al suelo. Cuando intentó ponerse en pie para volver a intentar detenerlo, se encontró con la mirada de Neo, unos helados ojos azules que le mandaron una clara advertencia.

Todo estaba perdido. Izan agachó la cabeza y se quedó allí sentado, sin moverse, escuchando como el Alfa subía las escaleras en dos zancadas, abalanzándose sobre el salón. Buscando algo… buscando a alguien. Tenía que pensar rápido, decidir cuál era la mejor solución, la mejor opción a seguir… a diferencia de lo que era habitual en él, ahora mismo estaba bloqueado. No podía pensar en nada.

—Por la Luna, que Raven no muera….

* * * *

Raven esperó a que su hermano llegara hasta él, sus pasos atravesando el albero del patio parecían pesados y su expresión seria se impregnaba de algunos tintes de tristeza. Su hermano parecía estar pasando por un momento muy difícil, y el casi podía imaginarse el porqué. Hace apenas unos minutos Dayira había llegado al salón desde el mismo lugar en donde apareció Ángel, así que no le costó atar cabos. Ellos no tendrían nada que decirse si aquel vampiro que había en el vientre de la loba no fuera su hijo. Siempre sospechó que había algo extraño entre ellos dos, pero la protección de su hermano durante la batalla, la conversación posterior y esa reunión secreta, solo le clarificaban sus dudas. Ángel era el padre de esa criatura y por consiguiente Raven se convertía en su tío. 

Solo era una razón de las tantas que había para cuidar a ese niño como si fuera su propio hijo, como antes le había prometido a su amiga. Lo haría con todo su corazón, con toda la devoción, ese pequeño era su sangre, el futuro jefe del clan de vampiros y él lo protegería con todo su ser.

Ángel se detuvo frente a él, con la cabeza gacha, el flequillo ocultándole la mirada, parecía una estatua de granito. Puede que no fuera el único que se acabara de enterar de todo lo referente a ese niño, así que entendía que su hermano estuviera en un completo shock. Por supuesto, había un montón de cosas que no le casaban, pero había tiempo para pedir explicaciones, para que aunque fuera doloroso, tanto Ángel como Dayira narraran qué diablos había pasado durante ese tiempo.

—Supongo que es momento de que le cuente toda la verdad a Neo —Raven colocó una mano en el hombro de su hermano, que seguía sin mirarlo—. Siempre he intentado evitarle todo el dolor, me destroza tener que hablarle sobre su padre, sobre Dayira, pero no puedo ocultárselo durante más tiempo. Él tiene que saber quién es ese niño y por qué hay que amarlo, más de lo que Neo seguro ya haría.

Ángel colocó su mano sobre la que su hermano apoyaba en su hombro, con dedos temblorosos la apretó, intentando darle apoyo, que entendiera que estaba ahí a su lado, para lo que hiciera falta. Le sonrió de forma triste, sabiendo lo duro que iba a hacer aquello, lo peligroso para la confianza de la pareja. Pero le deseaba toda la suerte del mundo.

—Si Neo exige que desaparezca de vuestras vidas, de la tuya y de la de Dayira, perdóname, pero por esta vez voy a ser egoísta, voy a rehusarme a aceptar una orden como esa. Yo quiero ver nacer a mi hijo. Quiero estar con él. Perdóname, Raven.

Raven estaba un poco sorprendido, Neo podía tener mal temperamento a veces, pero era la persona más razonable y generosa que se hubiera cruzado. Era imposible que le impusiera a su hermano una pena como esa. Su Alfa no era así. Puede que al principio fuera difícil, que surgieran bastantes peleas y discusiones, que tuvieran que distanciarse durante un tiempo. Pero no creía que Neo…

Los ruidos secos que venían de su izquierda le sobresaltaron, pero no pudo reaccionar antes de ver como su lobo se había abalanzado sobre su hermano, golpeándolo en la cara. Todos los músculos del brazo de Neo estaban contraídos de una forma peligrosa, y el segundo golpe no tardó en llegar. Ángel cayó hacia atrás, quedando sentando sobre el albero que previamente había manchado de sangre. Más de esta escurría de su boca, y su ojo izquierdo estaba demasiado golpeado como para poder abrirlo.

Para sorpresa de Neo, Ángel no reaccionó, se quedó sentando en el suelo, mirándolo con firmeza. Sus ojos brillaban temblorosos entre la dignidad y el arrepentimiento, como si quisiera hacerle ver que iba a intentar remediar cualquier daño que hubiera hecho. Eso hizo que el Alfa titubeara por unos instantes,  hasta que una voz familiar y que en aquel momento no quería escuchar, retumbara en sus oídos, prendiendo de nuevo la mecha de su furia.

—¿Qué demonios haces? —Raven corrió a colocarse frente a su hermano, cubriéndolo con su cuerpo. Su expresión no era recriminatoria, pero si había algo de desaprobación en ella—. Sea lo que sea que haya ocurrido se puede hablar, Neo, por todos los Dioses.

Neo no pudo evitar reírse, que irónico era escuchar aquello de esos labios, de esos malditos labios que tantas veces había besado y que aun ahora a pesar de su rabia, aun deseaba. Esa maldita Luna los terminaría por destruir, tiempo al tiempo.

—¿Y eso lo dices tú? —gruñó Neo, dando un manotazo al aire a modo de advertencia—. Tú que sabías todo lo que había ocurrido con mi padre, como el bastardo que tienes detrás lo engañó provocando su muerte… ¡que ese hijo de la gran puta va a matar a Dayira!

Raven no pudo procesar toda la información, tampoco hubo tiempo para intentarlo, pues tuvo que contener con su cuerpo la estampida de músculos que chocaron contra él cuando Neo volvió a lanzarse sobre su hermano. Su cuerpo dolía al retener tanto poder, pero aun así, él como vampiro tenía la fuerza suficiente para manejarlo. Aunque Neo fuera un Alfa, Raven logró lánzalo hacia atrás, volviendo a poner distancia entre el lobo y Ángel.

Neo parecía impactado, miró a Raven con unos ojos desorbitados, no creyendo que su vampiro estuviera enfrentándose a él.

—¡Quita esa maldita expresión de la cara y piensa con serenidad en lo que estás haciendo! —chilló Raven, casi enseñando los colmillos por el rencor que le estaba empezando a burbujear en la garganta—. ¿Crees que este es el momento indicado para comenzar una disputa? Si tienes dudas, si guardas rencor, si quieres quejarte o llorar de desesperación, hazlo! ¡Hazlo, maldita sea! Pero no dañes a nadie, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir más adelante. Por favor, Neo.

Neo estirazó la postura y bajó la cabeza, sin querer mirar a Raven. Sin saber qué demonios tenía que hacer. La ira seguía en él, el dolor, la traición, todo lo zambullía en la oscuridad de su corazón. Como le molestaba. Era el Alfa, el que decidía, el que tenía que tomar la responsabilidad y velar por todos. ¿Pero qué mierda, porque todos pensaban que a él no le dolían las cosas? Pararse a pensar… no dañar a nadie, solucionarlo de la mejor manera. Pensar siempre en el mal menor, ¡aquella expresión ya le estaba empezando a tocar los cojones! ¿Y que pasaba con él, con sus sentimientos? ¿Pero qué mierda se creían que era él?

—Pensar, razonar, esperar…. Esperar, esperar, esperar —repitió bruscamente mirando con furia a Raven—. Eso es todo lo que he estado haciendo, maldito cabrón —la palabras parecieron impactar con fuerza en el vampiro, que relajó la posición, sin entender—. He estado esperando durante días a que me contaras la verdad, a que me dijeras que demonios estaba pasando. Día tras otro me decía a mí mismo, que tenía que esperar a que te abrieras a mí, a que saliera de ti el hacerme partícipe de tus miedos, de tus dudas, de todo lo concerniente a tu hermano. Pero no, he tenido que enterarme de todo por un maldito diario y no por boca de mí propio marido  —Neo se acercó en un paso a Raven, cogiéndole de la camisa y acercándolo a su cara, los ojos vidriosos refulgiendo en dos llamaradas azules que dejando a Raven impactado. Había tanta desesperación y rabia desprendiéndose del Alfa que el cuerpo del vampiro estaba paralizado—. No sabes lo que tuve que sufrir sin saber que había pasado con mi padre, yo estaba allí cerca cuando murió, sobre mí cayó la sangre de su asesino cuando huía saltando sobre las ramas de los árboles, no entiendes cuanto lloré, cuanto recé por el día en que tuviera a aquel maldito ser frente a mí. Tú lo sabías todo, tú… la persona que se supone es mi compañero de por vida y no me lo dijiste, ¡no me lo dijiste!

De un movimiento brusco, Neo lanzó a Raven justo al lado de su hermano, observándolos a ambos como si no valieran nada. Había tanto rencor en su interior, que ahora mismo no podía mirarlos de otra manera en la que no fuera como enemigos.

Raven sacudió la cabeza con desesperación, agitando su cabello que descontrolado volada de un lado a otro, intentando negarle con vehemencia cada palabra que decía, en un estado de completa desesperación.

—Yo no quería que sufrieras, no había por qué después de tanto tiempo, decirte todas las razones dolorosas que habían propiciado la muerte de tu padre. Lo último que yo quiero ver en este mundo es tu sufrimiento, Neo… eres demasiado importante para mí, tanto como para arriesgarme a esconderse esa verdad, por tu bien.

—¡Parad ya, maldita sea, de decidir cuál es mi bienestar! ¿Por qué no me preguntáis que es lo que yo quiero? ¿Qué diantres necesito o deseo? ¡Basta ya de decidir por mí, de tantas maquinaciones, de manipular el futuro de todo el mundo en esta jodida manada! ¿Creías que me protegías? ¿Ocultándomelo todo? ¿Y ahora quién demonios me protege? ¿Quién me va a librar de este dolor que me está desgarrando el alma? —Neo se llegó la mano al pecho, arañándose la piel donde podía sentir los latidos de su propio corazón, sus piernas temblando haciéndole caer el suelo—. ¿Quién puede ahora curar estas heridas? Raven, yo ya no puedo confiar en ti, no quiero verte, no quiero oírte, no puedo estar con una persona que no confía en su pareja, para lo bueno o para lo malo. No puedo estar contigo.

Raven se levantó de golpe, acercándose desesperadamente al cuerpo maltrecho que se agazapaba adolorido frente a él. Con manos temblorosas, agarró los hombros de Neo, necesitando ese contacto, intentando que el calor de sus sentimientos llegara a él. No podía creer las palabras que había escuchado de la boca de su Alfa, no podía aceptarlas. Lo sacudió levemente, intentando que lo mirara, cosa que Neo no le concedió.

—Por favor, Neo, por favor, no puedes estar diciendo eso. Yo soy quién soy por ti, tú me has mostrado el mundo real, me has enseñado a vivir, lo que es vivir de verdad. Yo nunca haría nada pensando en tu mal. Por favor, Neo, parémonos tranquilamente a hablar, tú me enseñaste que siempre hay una solución para todo, que solo se necesitaba fuerza de voluntad y entendimiento entre las personas para acabar con las dispuestas. Por favor, Neo.

El Alfa apretó los labios, presionándolos de forma dolorosa. No entendía, por qué, por un mísero segundo, había deseado que le mostrara un poco de cariño, de necesidad. No quería su agradecimiento por haberle mostrado lo que era vivir fuera de esa mansión, hubiera preferido alguna muestra de amor, de cariño. No entendía porque, él necesitaba algo como eso en aquel momento para hacerle frente a aquella situación. Pero Raven no se lo había dado, no le había dicho lo que él tanto quería oír. No podía más.

—Raven… —murmuró, levantándose y empujando al vampiro lejos de él—, las palabras hacen mucho tiempo que no tienen cabida en este conflicto. Tú lo sabías cuando me ocultaste la verdad. Yo estoy cansado de las manipulaciones de la Luna, es hora de que nos plantemos y nos opongamos a sus designios. Por ser el Alfa no puedo perdonarlo todo, no puedo estar siempre pensando en los demás, Raven, no puedo compartir una vida contigo, no puedo aceptarlo y ahora lo veo claro —agachó la cabeza para alzarla de golpe y clavarle su furiosa mirada—. Elije, Raven. Voy a matar a tu hermano, enfréntate a mí o vete. Pero la decisión ya está tomada.

El vampiro se levantó de golpe, colocándose de pie frente a su hermano, la furia de su expresión, la ira de sus ojos, habían contestado a su pregunta.

—Ni creas que voy a permitir que me lo arrebates, ni aun siendo tú, Neo. ¡No lo voy a permitir! —proclamó, con los brazos extendidos y el cuerpo preparado para una futura batalla—. Si me dejaras… —susurró—, ¡si me dejaras explicarte como fueron las cosas, estoy seguro de que lo entenderías! Eres un ser tan amable, tan comprensivo, estoy seguro de que podríamos, de alguna manera, llegar a una solución.

Neo sonrió de soslayo y antes de que el vampiro pudiera evitarlo lo agarró hacia arriba y lo lanzó con fuerza contra el suelo, colocándose sobre él dispuesto a volver a golpearlo. Contrajo el brazo y levantó el puño, apretándolo tan fuerte que sus nudillos se volvieron blancos. Justo cuando iba a bajarlo para golpear a Raven, algo lo detuvo, su puño temblaba por la presión a la que estaba siendo sometido, pero por algún motivo, su cuerpo se negaba a propinar ese golpe.

Neo observó la cara serena de Raven, como tendido bajo él esperaba solemne por lo que fuera a suceder. No parecía que tuviera intenciones ni de esquivar ni de responder al golpe. Solo esperaba a que el lobo se decidiera.

—Amable, comprensivo… ya estoy harto de todo eso —como si le conllevara un supremo dolor, bajó el brazo y golpeó la cara de Raven.

El vampiro escupió sangre a un lado, y volvió de nuevo el rostro hacia Neo, ahora sus ojos habían cambiado, bañados de un tono carmesí que hundió el corazón del lobo. Pero eso era lo que quería ver, el fin de su relación, el leve sonido de ese delgado lazo que los unía al romperse.

Raven lo miró como si un nuevo odio que no había conocido en todos esos años de existencia estuviera cubriendo su ser, pues no podía creer que Neo lo hubiera golpeado, que estuviera quebrando todo lo que tanto les había costado crear en un solo movimiento. Y aunque podía entender su dolor y desesperación, ¡el también sufría! No podía permitir que matara a su hermano, aunque aquello los llevara a odiarse mutuamente durante toda su vida, aunque provocara la pérdida de ese extraño sentimiento que los había embargado desde que se conocieron.

Con toda la furia que pudo reunir, se lanzó contra Neo, quedando los dos en el suelo, golpeándose repetidamente, intentando ver cual le hacía más daño al otro. El Alfa le golpeó en el estómago, provocando que un reguero de sangre escapara de la boca del vampiro, la imagen no lo trastornó, en esos momentos estaba ciego, solo quería herir y herir a esa persona tanto como él lo estaba.

Raven chilló agudamente antes de morderlo en un brazo, enganchó sus colmillos y estiró de ellos, no rasgó su carne pero sí consiguió que los huesos cedieran, dislocándole el hombro. Neo gruñó adolorido, golpeándole repetidamente con el puño en la cabeza, intentando que lo soltara. Raven se negó a ello, provocando que Neo tuviera que recurrir a su primera fase.

Todo el cuerpo del Alfa cambió, sus músculos se duplicaron, provocando que los vaqueros le reventaran, haciéndose trizas, sus uñas crecieron y la cola flotó detrás de él amenazadoramente. Cuando su transformación terminó, Neo agarró a Raven y lo tiró al suelo, pisoteándole el estómago. El vampiro escupió un borbotón de sangre e intentó quitar la garra de encima de su cuerpo. Su respiración era entrecortada y su visión por algún motivo, empezaba a nublarse. No lo entendía, físicamente era más fuerte que Neo, ¿entonces por qué? ¿Por qué no podía detenerlo?

Los ojos ámbar y rasgados de Neo se enfocaron en su cara, parecían no reconocerle, como si aquella pelea fuera contra cualquiera menos él. No lo entendía, no entendía como diablos había llegado a esa situación. Lo que tenía claro es que no había marcha atrás, aunque aquello le dolía como si su vida se estuviera yendo, supo que era una realidad cuando Neo observó a su hermano, cuando esa mirada en el lobo no mostraba más que odio y desprecio hacia el otro vampiro.

Neo lo soltó, dispuesto a atacar a Ángel, que permanecía quieto, impasible, como si realmente estuviera esperando que su final fuera de aquella forma. De alguna manera, parecía querer morir a manos de Neo, cosa que por supuesto, su hermano no iba a permitir.

Raven corrió y saltó sobre la espalda de Neo, volviendo a morderle el hombro herido, estirando de sus brazos hasta que dos crujidos más se escucharon provenientes de sus extremidades. No quería hacerle daño, pero tenía que retenerlo, tenía que evitar que cometiera aquella atrocidad, solo podía pensar en alguna forma para ello y eso era inhabilitando sus brazos. Ahora no podría transformarse en un lobo completo, porque sus dos patas delanteras no le sostendrían.

Con la fiereza que le caracterizaba al Alfa, se volvió, golpeando con la cabeza en el pecho a Raven y estrellándolo contra la pared. Lo tenía completamente inmovilizado por la presión, el vampiro no sabía qué hacer. Cuando Neo abrió las fauces y amenazó con morderle la garganta levantó el brazo, alargando sus uñas y dirigiéndolas hacia la espalda del lobo, el único pensamiento que tenía en la cabeza era el de salvarse y sin embargo, su mano no bajó, sus afiladas uñas no se clavaron mortalmente en la espalda de Neo.

No podía, no quería… era imposible.

Raven cerró los ojos y esperó el mordiscó del Alfa. En una ráfaga de sangre, sus tendones se contrajeron con fuerza hasta que cedieron, rasgándose y dejando que su cuello cayera inerte hacia delante. Su vista empezó a nublarse, sabía que aquello era su final, que con el próximo ataque, Neo lo mataría. Sus lágrimas no tardaron en aparecer, y un lo siento intentó escapar de sus labios, pero su garganta ya no podía propinar ningún sonido.

El cuerpo del vampiro cayó sobre el de Neo, que cargando con todo el peso, quedó de rodillas en el suelo. La sangre corría por la piel morena de su pecho, bañándolo con riachuelos carmesí. Neo no volvió a moverse, seguía ido, como si su mente estuviera en otro sitio. De repente, sintió un roce en su pectoral izquierdo, como un intento de caricia. Sus ojos volvieron a ser azules y bajó la mirada, para ver como Raven, antes de desmayarse, intentaba tocar aquella estrella que tanto había significado para ellos, que los había unido. Sus labios temblaron, un granizo inentendible escapó de su boca cuando por fin se empezaba a dar cuenta de la magnitud a la que aquel conflicto había llegado.

—Ra…ven… Raven… —suplicó, con la voz entrecortada. Intentó coger el cuerpo de su marido, tratar de sostenerlo, pero sus brazos estaban rotos y no podía moverlos. Solo podía sentir a su vampiro deslizarse sobre él sin poder abrazarlo, sin saber si seguía vivo—. Por favor, Raven… —volvió a susurrar, desesperado porque de su marido saliera alguna palabra que le indicara que seguía con vida.

Ángel se acercó desesperado al cuerpo de su hermano, lo colocó bocarriba e intentó ver si su metabolismo seguía vivo. Su sangre seguía bullendo desenfrenada y la garganta, aunque lastimada de muy mala manera, seguía con los músculos de la columna intactos. Gracias a dios, Raven sobreviviría.

Neo no miró al otro vampiro, seguía con los ojos fijos en Raven, buscando indicios de vida en su cara, cualquier gesto o sonido que pudiera identificar. No había nada y sin embargo, la tranquilidad de su hermano le supuso un gran alivio. Si Ángel reaccionaba así, es que Raven estaba vivo. De eso estaba seguro.

No podía más, estaba harto de aquella situación, agachó su cabeza y contrajo la cara, como si estuviera sintiendo un extremo dolor. Su voz salió baja y rota, pero la petición era tajante.

—Vete, iros los dos. Llévate a Raven y desapareced de mi vista. Si alguna vez os vuelvo a ver, os mataré.

Ángel miró a los lejos, Izan y Dayira venían corriendo hacia ellos, no podía dejar que se vieran también involucrados, y mucho menos la loba. Ya había cometido demasiados errores, había vuelto a fallar a Raven dejando que esto sucediera, había traicionado nuevamente a Dante poniendo a su hijo en una difícil situación, quitándole a su compañero. Ahora solo le quedaba marcharse, dejar que todo pasara, que se tomaran un tiempo e intentar encontrar una situación más beneficiosa para su hermano.

Ángel sostuvo a Raven en brazos, estrechándolo contra sí. Su cuerpo ya estaba preparado para correr hacia la puerta y alejarse de allí cuando sus labios se abrieron para dirigirse a Neo.

—Lo siento. En cualquier otro momento, estaré orgulloso de morir a tus manos.

Neo no respondió, los escuchó de marcharse mientras observaba el cielo. De rodillas con los brazos colgando a ambos lados, solo pudo observar la luna que pronto se escondería para dejar su lugar al sol. Su flequillo se metía molesto en sus ojos, pero no le importó, solo podía observar aquella forma en el cielo que sin luz propia, le había arrebatado con crueldad la única luz que había en su vida.

—Raven…

Dayira cayó sobre el albero a su lado, buscando heridas en su cuerpo, quedando horrorizada por la forma dolorosa en la que habían quedado sus dos brazos. Sus ojos se inundaron de lágrimas mientras lo abrazaba. Su cara acariciando angustiosamente su cuello, intentando darle algún consuelo al Alfa, que se mantenía inmune, como si su propia alma se hubiera marchado también.

—Te entiendo, Neo, te entiendo. Pero no debiste hacer esto, lo siento tanto, lo siento tanto —repetía la loba, con la voz congestionada por el llanto.

Izan estaba quieto de pie al lado de ellos. Observándolos, intentando entender qué diablos había pasado. Por la Luna si aquella pelea tenía que haber trascurrido de esa manera, ni en aquel lugar, ni en ese momento. En su visión, las heridas físicas no era importantes y sin embargo, lo que más le perturbaba no era aquella diferencia, si no el daño personal y psicológico que podía haberse causado tras tal atrocidad.

Había temido por la vida de Raven, pero esto… esto se escapaba de cualquier futuro que hubiera podido imaginar.

Y lo que más temía, lo que más angustia le causaba, es que iba a pasar a continuación. ¿Lo que le deparaba a Raven sería igual que en sus visiones o la diferencia en la línea temporal afectaría ese hecho también? Y si no fuera así, ¿estaría Eric preparado para lo que tenía que afrontar?

Aunque no esperaba ningún futuro en común con él, solo le pedía a la Luna que no se lo arrebatara sin siquiera decirle lo que los unía y menos de aquella manera.

¿Estaría esa caprichosa Luna escuchándole en ese momento…?

* * * *

Ángel corría entre los árboles, intentando no llamar la atención mientras cargaba muy pegado a su pecho, el cuerpo inerte de su hermano. Tenía que encontrar algún sitio adecuado para esconderse antes de que saliera el sol y ya estaba comenzando a amanecer. Temiendo por las vidas de ambos, recordó una casucha cerca de la Mansión, no era el lugar indicado para quedarse, pues no quería que el clan de vampiro descubriera lo sucedido antes de saber la opinión de Raven. No, aquello no debía ser sabido por nadie, no por ahora. Pero no encontraba otra solución.

De lo que estaba seguro es que tenía que permanecer dentro de las tierras de la manada, no quería arriesgarse a encontrar nuevos enemigos. Ascendió hacia otra rama y saltó a un arbusto, cayendo silenciosamente cuando el sonido de las enormes pisadas se hizo apenas audible para sus oídos. Olía a lobo, y en esos momentos le daba igual a la manada que pertenecieran, debía mantenerse escondido y esperar con toda su fe que no le encontraran.

Un inmenso lobo plateado atravesó la arboleda, llegando cerca de su localización. El hocico del animal olisqueaba con ansias, intentando identificar algún olor interesante que hubiera llegado a él. Ángel no sabía que pensar, ¿Qué diablos hacían lobos de otras manadas en los territorios de Neo? Y por lo que parecía, se veían bastante acostumbrados a rondar por allí. Esas tierras estaban lejos de la Propiedad y muy cerca de la Mansión, y eso solo alertó más si cabe al vampiro.

Otro lobo marrón avellana se mantenía al lado de quién parecía ser el Alfa. Si no se equivocaba, a esos lobos los conocía de antes. Sin duda, eran aquellos bastardos que quisieron matar a Zoe la última vez. El Alfa se mantenía erguido, con una herida sin pelo en la mejilla, y el otro, su Omega, cojeaba levemente y su cara estaba casi desfigurada, la herida del lobo nevado la había causado él, de eso estaba seguro, pero las del otro lobo no las recordaba, seguramente hubieran sido efectuadas por Raven.

Estupendo, lo único que necesitaba es que unos resentidos licántropos los encontraran y si eso llegase a ocurrir, acabarían matándolos. Intentó moverse lentamente, girando sus pies sobre las hojas sin hacer ruido. Se fue alejando poco a poco del pequeño claro donde los dos seres se encontraban, un poco más y podría dar un gran salto para comenzar a correr en dirección contraria. Maldita sea, si no los mataban esos lobos, lo haría el sol. Tenía que darse prisa.

Huele a chupasangre, búscalo —gruñó Farid, meneando bruscamente el hocico para que el otro lobo se apresurara.

Entiendo, pero será para nada. Nunca es quién buscas —la mirada morada hizo que el lobo callara, advirtiendo la amenaza.

Ivo, el Omega de la manada del Norte avanzó un poco por el terreno, olisqueando, sintiendo como el olor se movía y cada vez se alejaba más. Sus orejas temblaron ante el crujido de hojas y de repente, de un solo salto, se colocó frente a los dos hermanos.

Ángel no podía creérselo, había estado a punto de escapar, sus piernas ya habían estado flexionadas para saltar cuando aquel lobo se había colocado frente a él, con un sonrisita triunfal que lo dejó paralizado. Sus ojos nerviosos empezaron a buscar por el lugar, tenía que haber una apertura, una forma de escapar de aquellos lobos sin tener que enfrentarse a ellos. Tenía que proteger a Raven a como diera lugar.

Alfa, están aquí.

El vampiro se agazapó sobre su hermano, observando inquieto como el otro lobo se colocaba a su espalda. El brillo malvado en sus ojos púrpuras le hizo apretar la mandíbula, algo le decía, muy a su pesar, que aquellos vampiros que buscaban no eran ni más ni menos que ellos dos.

Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí? —Farid se paseaba tranquilamente de un lado a otro, enfocándose en las dos sanguijuelas que tenía frente a él. No podía creerse su suerte, por fin, después de varios días, los había encontrado, sobre todo a…—. ¿Qué le ha ocurrido? ¿No me digas que una pelea de amantes que no acabó en revolcón? Qué pena.

Ángel arrugó el entrecejo, sí, esa cara de satisfacción y esa lengua que no dejaba de lubricar sus caninos, daban fe de la pena que sentía, vaya. Empujó más el cuerpo de su hermano hasta que ambos quedaron resguardados bajo un árbol, intentando poner obstáculos para los lobos frente a un futuro ataque. Todos los impedimentos que hubieran a su alrededor eran segundos que ganarían para escapar.

—No quiero pelear, mi hermano está herido, solo quiero encontrar un lugar antes de que salga el sol. Os pido que nos dejéis marchar.

Farid se rio cínicamente en su cabeza, haciendo que el vampiro se tocara una sien por el molesto sonido.

Por supuesto, no tienes que preocuparte por tu querido hermano, yo le encontraré un lugar seguro para recuperarse de sus heridas.

Ángel contrajo todo su cuerpo, agazapándose un poco más entre la maleza. Todo su cuerpo alerta tras las palabras de aquel Alfa.

—¿Qué quieres de mi hermano? —preguntó, desde el primer momento que se encontró con aquel lobo nevado, su interés siempre había estado enfocado en Raven, ¿por qué?

Farid entrecerró los ojos, mirándolo fijamente y sin detener ese paseo amenazador  alrededor de los dos hermanos.

¿Querer? Nada supongo —alargó las fauces en una sonrisa macabra—. Solo quiero saber que tiene ese chupasangre para que el Alfa del Este se haya rendido ante él. Me gustaría poseerlo, pisotear su orgullo, para después desmembrarlo y enviárselo a mi buen amigo Neo en señal de paz.

Todas las alarmas se encendieron en Ángel, ¿Cómo? ¿Qué estaba diciendo ese lobo? Maldita sea, toda su intención era conseguir a Raven, poseerlo y torturarlo para hacer sufrir a Neo. El vampiro agachó la cabeza y contrajo la mandíbula, forzándose a decir unas últimas palabras.

—No te lo permitiré —escupió Ángel con desprecio.

Sin querer seguir con aquella conversación sin sentido, agarró a su hermano bajo un brazo y salió disparado entre los árboles. No se permitió mirar hacia atrás, se deslizaba entre las ramas, impulsándose con ellas para adelantar camino. Su cuerpo se veía lacerado por las pequeñas hojas y ramas que cruzaba a tan alta velocidad, pero no se inmutó, en su cabeza solo se encontraba el pensamiento de escapar. Esta vez tenía que ser él quién salvara a su hermano. Por una vez en su vida, él salvaría a alguien.

Una sombra se colocó sobre él, y antes de poder esquivarlo, el peso del lobo avellana cayó sobre su espalda, rompiendo ramas con su estómago hasta que se estrelló contra el suelo. El cuerpo de Raven salió disparado de su brazo, terminando frente a las zarpas del lobo nevado, que lo miraba con verdadera fascinación.

Ángel intentó levantarse, tenía que llegar hasta su hermano y volver a huir, se arrastró por el suelo, cargando a su vez el peso del lobo sobre su espalda. Este parecía divertirse ante la perseverancia del vampiro, su sonrisa se borró cuando Ángel giró la cabeza y le mordió la pezuña, arrancándole varios dedos de un solo bocado. Ivo rugió de dolor, trastabillando a un lado al perder el equilibrio. Ahora tenía ambas patas traseras heridas y le sería difícil correr tras él.

El vampiro llegó hasta Raven, intentando despertarlo, si pudiera correr por si solo ambos avanzarían más rápido, pero al parecer su hermano no tenía fuerzas para recobrar la conciencia.

Ivo se enfureció ante la parsimonia de su Alfa, su falta de interés, rugiendo, echó todo su poderoso cuerpo sobre Ángel, no podía saltar pero si podía retenerlo, abrió la boca y le propinó un fuerte bocado a la parte de atrás de su espalda, arrancándosela de cuajo.

Ángel abrió los ojos ante el supremo dolor y posteriormente cayó hacia delante, casi desmayado. No podía moverse y sus manos solo se apretaban con fuerza a la camisa de Raven. A causa de esa herida no podría volver a caminar nunca más, le había arrancado la mitad de los huesos de la columna, en su estado, no podría correr y mucho menos poner a salvo a su hermano. Las lágrimas carmesí bajaron por sus mejillas, arrastrando todo el odio y el rencor que sentía hacia sí mismo. Ni en esas circunstancias, había podido ayudar a Raven. No servía para proteger, no se merecía vivir. Aunque aquello era algo que pronto iba a solucionar, el próximo golpe lo mataría y lo peor es que el siguiente sería su hermano.

Sus ojos se cerraron, perdiendo el conocimiento. Ivo sonrió satisfecho y alzó la pezuña sobre la cabeza de Ángel, dispuesto a reventársela. De repente, un ligero dolor lo echó hacia atrás, sacudió el hocico y levantó sus ojillos castaños hacia su Alfa, buscando la razón por la que lo había rallado.

Farid sonrió cogiendo el cuerpo inerte de Raven con su boca. Parecía sumamente satisfecho con lo sucedido, como si hubiera estado esperando siglos para tal hazaña.

No lo mates, lo necesito para controlar a este otro vampiro. Cógelo y sígueme, lo llevaremos al Cuartel.

Ivo miró a Ángel, las ansias por rematarlo recorriéndole el cuerpo, se debatía entre obedecer al Alfa o dejarse llevar por sus instintos. No se veía capaz de hacerlo, las represalias que obtendría después por parte de Farid podían resultar demasiado peligrosas para arriesgarse. Se decidió por coger al vampiro entre sus fauces y seguir a su Alfa cuando de repente, el lobo plateado salió disparado sobre él, ambos cayendo de espaldas al suelo.

Un lobo castaño mordía el cuello del Alfa, intentando con todas sus fuerzas que abriera la boca para soltar a Raven. Farid se impulsó con las patas de atrás para lazar al lobo atacante a unos metros más allá, golpeándole la cabeza contra un árbol. Aprovechando el aturdimiento del lobo, se levantó y se agazapó en una postura ofensiva, acompañado de su Omega, que todavía no sabía bien que había pasado.

El Alfa lo inspeccionó, intentando adivinar quién era y de que manada. No era otro Alfa, porque si no, hubieran podido comunicarse y ese no era el caso.

El lobo castaño sacudió la cabeza, intentando aclararse la mente tras el golpe. Después centró su mirada Farid y mostró claramente la estrella de su frente, anunciando de qué manada era. Su atención solo se centraba en Raven, era a él a quién venía a salvar, y eso quedó evidenciado claramente.

El Alfa se relajó, mirándolo como si fuera un mísero insecto. No se alteró ante la oposición de Eric, simplemente se giró hacia su Omega y le quitó al otro vampiro de las fauces.

Encárgate de él y no tardes —ordenó, echándose a un lado y esperando la oportunidad para marcharse con el botín.

Eso está hecho —Ivo alargó las comisuras de su boca, dejando ver los dientes que tenía casi como puñales.

Eric se preparó, visiblemente el otro lobo estaba herido, pero aun así, seguía siendo un Omega. El poder físico de estos, era muy superior al de cualquier otro miembro de la manada. Todavía se estaba replanteando por qué se había inmiscuido en esta situación. Todo era por Raven, se repetía a sí mismo para convencerse. Ese pequeño vampiro había hecho mucho por él y su manada como para dejar que se lo llevara el sádico ese.  

Venía tranquilamente de correr libre, de pensar, una vez cansado y con hambre, decidió volver a la manada, no quería poner mucho más tiempo entre él y Neo, este le necesitaba y su mujer no iba a volver a la vida porque abandonara a la manada. Tenía que mantenerse al lado de Neo y Raven, eso es lo que había decidido. En mitad de su camino de vuelta se había encontrado con la difícil situación del vampiro. Mientras se acercaba veía el mal estado en el que se encontraba, estaba muy mal, seguramente a punto de morir en un próximo ataque. Su garganta estaba demasiado dañada, es más, puede que ya estuviera muerto.

Su mente decidió por sí sola, no se paró a pensar, antes de darse cuenta su cuerpo ya se había lanzado sobre el Alfa del Norte, con el único pensamiento de salvar a Raven en su cabeza. Dos lobos contra él, un Alfa y un Omega, seguramente moriría, pero si su muerte valdría para salvar al compañero de Neo, tal vez no le importaría unirse prematuramente a su esposa.

Observó cómo Ivo se acercaba a él, intentando lanzarle un mordisco en la cara, no le costó mucho esquivarlo ya que el otro lobo no podía mover las patas traseras bien. Cuando creyó que era su oportunidad de propinarle un mordisco, la pezuña del Omega golpeó su costado, estrellándolo contra el suelo.

Un chillido escapó de sus fauces, intentando levantarse del suelo antes de que su oponente volviera a atacarle, por el rabillo del ojo, vio pasar al Alfa del Norte como un rayo, con ambos vampiros en su boca. Intentó girarse, correr tras él, tenía que salvar a Raven, tenía… sintió un fuerte estirón de su cola, el cual le hizo retenerse y salir disparado hacia atrás chocándose contra el pecho del lobo que lo seguía. El mordisco a su cuello le hizo aullar y revolverse desesperadamente hasta que se vio liberado, cayó sobre un terreno lleno de ramas rotas, las cuales se clavaron por toda su pata delantera, cubriéndola de hilitos de sangre.

Su costado le dolía horrores y ahora no podría moverse bien, aquel Omega sabía sus limitaciones y había estado atacándole en sitios blandos para hacerle el mayor daño posible. Pero en ese momento daba igual, él tenía que ganar, tenía que librarse de él y por lo menos seguir al otro lobo, ver a donde llevaba a Raven para poder informar a Neo y rescatarlo.

Pasearon uno delante del otro, sopesando al contrario e intentando encontrar un hueco en su defensa. Se enseñaron los dientes y gruñeron, esperando una oportunidad. Eric saltó aprovechando un traspié del otro lobo, saltó y se enganchó a su garganta, ambos lobos se pusieron de pie, golpeándose con sus patas y buscando morderse uno al otro.

El Omega era muy fuerte, su cuerpo pesaba más, sus colmillos eran más poderosos, Eric lo único que podía hacer era defenderse, perdiendo cada vez más posición hasta que cayó hacia atrás, bocarriba, sin tiempo para voltearse. Sintió miedo, tenía que girarse, no podía quedarse así, el otro lobo podría matarlo fácilmente. Y no se equivocaba, justo cuando consiguió girar medio cuerpo, Ivo le mordió el vientre, llevándose la piel, llegando justo al delgado músculo que cubría su abdomen.

El golpe a sus órganos fue brutal, puede que le hubiera reventado alguno o tal vez roto alguna costilla, el dolor era tan grande que Eric no podía levantarse. La sangre escapaba de su boca al igual que la saliva, y sus pezuñas se estiraban contra el terreno, arrastrando la tierra en un inútil intento por levantarse.

Lo sentía de moverse a su alrededor, estaba disfrutando del momento, pues en el próximo movimiento la batalla estaría zanjada. Sintió la sombra del lobo sobre él y gruñó en un medio aullido de desesperación, aun sin querer darse por vencido. Su chillido fue opacado por el del Omega, que había sido aplastado contra el suelo por otro lobo también castaño, de un tono oscuro, que Eric bien conocía. ¿Pero qué…? ¿Qué demonios hacía él allí? ¿Y por qué se encontraba solo?

¿Izan? —su mente todavía no podía procesar lo que estaba viendo.

El Beta seguía mordiendo el cuello del Omega, inmovilizándolo y aplastando sus dañadas patas traseras con las suyas.

¡Levántate y corre! —fue la única contestación que obtuvo por parte del otro lobo.

Eric sacudió su cabeza para aclararse e intentó levantarse, su cuerpo se sentía pesado, rugió y alzó las patas traseras, arrastrándose un poco hasta que se alzó, andando con dificultad. De repente, el Beta salió disparado por el aire, pasando justo frente a su cara, chocando su espalda contra uno de los tantos árboles que allí había. Quedó de pie con el vientre al descubierto hasta que cayó al suelo, agitándose por el dolor.

El Omega salivaba sangre, estaba cansado, casi exhausto, sus ojos centrándose en el más débil. Eric intentó avanzar hasta unos matorrales cerca del Beta, poniendo distancia para tener tiempo a estabilizarse, pero el cuerpo del enorme lobo ya estaba sobre él, aplastándolo. Intentó defenderse, lanzándole mordiscos a diestro y siniestro, pero no resultaron efectivos. Ivo volvió a golpearle con la pezuña en el vientre, ahora sí perforándolo, dejando que bastante sangre manchara la tierra.

Eric no pudo casi ni gemir ante el dolor, sus ojos se nublaban, pero se negaba a claudicar. No podía rendirse ni morir, no sin saber qué diablos estaba ocurriendo. Por el rabillo del ojo observó como el Beta mordía las patas traseras de su enemigo, llamando su atención. Ambos se enzarzaron en una cruenta batalla de mordiscos y zarpazos hasta que, como si Izan hubiera sabido del movimiento, esquivó el último ataque y lo lanzó contra un árbol que anteriormente había sido partido a causa del peso de alguno de ellos. Unas de las ramas se le clavó en el pecho, atravesándolo y dejándolo empalado en el lugar. Su mueca desencajada quedó paralizada, su corazón atravesado por la madera.

Estaba muerto.

El Beta se arrastró hasta Eric, su cuerpo adolorido por la batalla, ensangrentado y sucio. Cuando llegó a su lado y antes de darse cuenta o sin darle importancia, le acarició el cuello con el hocico, sintiendo una necesidad irremediable por tener algún contacto con él. Eric no tenía fuerza para moverse, ni para quejarse, tampoco para evitar el roce, simplemente no lo entendía.

No me toques —le susurró en su cabeza, intentando aclararse la mente y no desmayarse—. ¿Por qué has venido? ¿Por lástima? Ese maldito Alfa se ha llevado a Raven y tú no has hecho nada. ¿Otra vez has vuelto a decidir quién vive y quién muere?

El lobo de pelaje oscuro aulló adolorido por lo que escuchaba, echándose sobre su barriga en el suelo a lado de Eric, intentando descansar, reponer fuerzas para volver a la Propiedad.

Esto no debía haber ocurrido así, tú no debías haberte inmiscuido, solo seguirlos e informar de a donde lo llevaban. Por eso no intervine, por eso yo pensé… cuando Neo y Raven discutieron, sabía que algo cambiaría, no era el momento, y aun así… no sabía que iba a pasar, solo cuando vi que estabas en peligro, mi cuerpo por si solo… —Izan dejó escapar un gemido y algunas gotas de sangre escaparon de sus fauces, se había golpeado el pecho, esperaba que no fuera nada importante. Acercó nuevamente el hocico a la cara de Eric, pero en esta ocasión, el otro lobo si tuvo fuerza para retirarse.

Las patas de Eric temblaron cuando logró alzarse, intentando mantener el equilibrio, sentía la necesidad de levantarse por sí mismo, como si tuviera que poner espacio entre el Beta y él.

¿No entiendo, Neo y Raven han peleado? —sacudió el morro sin comprender—. Maldita sea, tu sabías que esto iba a pasar, ¿por qué intentas llegar a mí? —gruñó cuando el Beta volvió a levantarse para acercarse a él—. No entiendo que quieres de mí, te dije que para mí ya no significabas nada, que ya no te miraría como un amigo, ¡que para mí ya no serías si quiera un miembro más de la manada!

¡Yo tenía que salvarte! —gruñó Izan, poniendo en tensión todos los músculos de su cuerpo—. Solo cumplo con el deber que me ha sido asignado, solo intento cuidaros y manteneros a salvo.

Eric estirazó las fauces en una sonrisa irónica, aun con las patas tambaleándole.

Enfócate en salvarle el culo a Raven, yo ya no entro dentro de tu responsabilidad, ¡a ti y a mí ya no nos une nada!

¡Tú eres mi compañero! —gruñó Izan, con todo el rencor ascendiéndole por la garganta. Al darse cuenta de lo que había dicho, sintió un malestar general, carraspeó la garganta y vomitó un poco de bilis sin poder controlarlo.

Eric estaba demasiado impactado con lo que escuchaba para poder reaccionar, al final, sus patas cedieron y el cayó al suelo sin poder volver a levantarse. No podía procesar esa información, no podía ser, era imposible. NO tenía contestación alguna para darle, porque era algo tan ilógico que no podía asimilarlo.

No lo entiendo —fue lo único que dijo, estaba demasiado débil para reaccionar de otra manera. Puede que si se hubiera enterado en otro ocasión, estaría chillando, rugiendo, hubiera peleado o decidiera marcharse, cualquier cosa menos estar a su lado.

Izan lo miró con lástima, herido por ese dolor que cruzaba los ojos de Eric. Se levantó e intentando mantener la frialdad que tanto le caracterizaba, se dirigió secamente hacia el otro lobo.

Deshaz la transformación, hay que llevarte a la Propiedad que te miren las heridas.

Eric no quería discutir, no quería siquiera pensar en lo que acababa de escuchar. Si deshacía la transformación, ya no podría comunicarse mentalmente con el Beta, eso ya era un consuelo en ese momento. Intentó mantener la consciencia cuando su cuerpo cambio a humano, pero al perder la fortaleza del lobo, sus ojos se cerraron y su mente quedó en blanco.

Puede que en ese momento, desmayarse tampoco estuviera tan mal.